Kimagure Orange Road: Bajo el sol de primavera.

1º de Bachillerato

Aula 1: El arco iris en la lluvia (“Watercolours In The Rain”)

El ruido penetrante del despertador me rescata del letargo. La oscuridad total y absoluta, producida por la falta de imágenes que generen sueños, da paso a una visión gris. A pesar de que hoy habrá una jornada de sol radiante, todos mis días son de lluvia. Un aguacero incesante que parece no tener fin. Desde aquel momento, en el cual acepté que mi futuro no era más que un camino en el que andar a tientas por la niebla espesa. Sin escapatoria.

Mi nombre es Kasuga Izumi, y tengo 15 años. Ojalá algún día pueda caminar bajo el sol de primavera.

Me incorporo y me siento en la cama durante un lapso breve de tiempo. Mi madre siempre será una perfeccionista: la camisa blanca, la corbata y los pantalones azul oscuro; planchados y colgados en una percha, sobre un gancho, me recuerdan el fin de las vacaciones de invierno, tan grises como las de verano… Y el inicio de una nueva etapa en el bachillerato. Kenji, mi hermano pequeño, todavía duerme en la cama. ¡Qué feliz que se le ve! Ya me gustaría ser tan inconsciente como él y poder regresar a la secundaria. Sin embargo, esos tiempos ya no volverán. Decido levantarlo antes de escuchar las quejas de mi hermana melliza Akemi, señal inequívoca de que Madoka, mi madre, está cerca. Al principio Kenji se resiste… Hasta que entiende que conmigo no puede.

Le pido que se vista con su gakuran, que ha heredado de mí y nos dirigimos a la cocina. Allí está nuestro padre, Kyōsuke, sentado en la mesa, repasando unas notas; y dudando, seguro, si se beberá un té o un café, y de qué tipo. Eso es lo que más saca a okāsan de sus casillas. Al principio, levantaba la voz. Ahora le basta con poner cara de enfado, que es su forma de decirle ‘¡Decídete!’. Pocas son las cosas que le hacen vacilar. Y entre éstas están los huevos fritos. Le encanta succionar las yemas. Al cabo de un rato, aparece mi madre junto a mi hermana, ya vestida. También ha heredado ese defecto de nuestro progenitor. ¡Bingo!: al preguntarle a mi padre qué va a tomar, se lo piensa. El silencio que se crea es digno de los maestros afiladores de katanas. Y como siempre, cuando levanta la cabeza y encuentra la expresión de cabreo de ofukuro-san, acierta a responder. Es un buen aliciente para que Akemi también se decida rápido: pide lo mismo.

Una vez se ha servido todo en la mesa, ella se sienta. Con las primeras palabras advierto que su humor ha cambiado. Por desgracia, ése es uno de sus pocos defectos. Sus venazos:

– Parece que fue ayer cuando tú y yo estudiábamos en el Kōryō, ¿no, Kasuga-kun?

– Es allí donde os conocisteis, ¿verdad, okāsan? – Interviene mi hermana.

– Sí – Responde mi padre en un tono no sé si adormilado o pausado. – Y por lo que veo, ciertas cosas no varían. Al menos, podrían cambiar los uniformes.

– ¿Pero qué dices? Con lo bien que te quedaba… Hijos, no le hagáis caso a vuestro padre. Cuando veo a Kenji-chan, me acuerdo mucho de él.

– ¿Ya estás otra vez igual, okāsan? ¡Dijiste lo mismo cuando onīchan empezó la secundaria! – Protesta mi hermano pequeño.

Una de las cosas que nunca he entendido es por qué mi madre se dirige a mi padre por su apellido, y no por su nombre de pila:

– Akemi-chan también está muy guapa con su sēji fukan… Me recuerda mi primer día de secundaria, cuando mis hermanas y yo os pillamos fumando a Hikaru-chan y a ti…

– ¡Onegai shimasu Kasuga-kun, no me hagas pasar más vergüenza recordándomelo!… No sea que te refresque la memoria de una manera más clara…

Cuando mi madre le suelta una indirecta de ese estilo a mi padre es para indicarle que acaba de meter la pata… Algo bastante común en él. Por otra parte, y tampoco comprendo la razón, ella nunca quiere hablar de esa época. La oculta con el mismo celo con el que se guarda algo valioso en una caja fuerte blindada, y cerrada a cal y canto. ¿Tan terrible fue comparada con la que estoy viviendo?

– ¡Ups! Lo siento… Definitivamente, tienes razón Madoka-san. Mejor así, aunque, como mínimo podrían utilizar el azul en lugar del gris.

Mis padres, a pesar de ser como el sol y la luna y mantener sus diferencias, se complementan muy bien. Cuando se ponen tiernos, la verdad es que no sé si sentir envidia o tristeza. Ambos pasan algunas temporadas fuera de casa pero se lo reparten para que, al menos, esté uno de los dos junto a nosotros. Ahora han coincidido porque empieza el año académico y no quieren perderse la ceremonia de ingreso. Mi padre trabaja como reportero gráfico para un periódico de tirada nacional. Está entre los mejores de todo Japón. Mi madre alterna las clases en una prestigiosa escuela de música con la escritura y la composición para multitud de artistas. Cuando la gente pronuncia su nombre, lo hace con admiración. Muchas veces, me siento como una partícula minúscula de arena a sus píes. Su colaborador más habitual es Hayakawa Mitsuru, un cantante profesional de larga trayectoria y con una legión de fans innumerable en todo el país. Algún día me tendrá que explicar cómo puede trabajar con un tipo tan impresentable como él.

Una vez hemos desayunado, nos acabamos de arreglar. Cuando nuestra madre está ausente, nos preparamos los bentō. Mi hermana, a pesar de esforzarse siempre al máximo, no deja de ser una cocinera pasable. Y eso que ella le ayuda muchas veces. Mi padre se fía más de mí y me pide que se lo haga. Dice que se nota que me enseñó tía Manami. Como de costumbre, antes de salir, ofukuro-san nos lee la cartilla a los tres:

– Portaros bien. Como se os ocurra utilizar los poderes no nos mudaremos como hacía la familia de vuestro padre. Os garantizo que os enviaré, a ti Akemi-chan y a ti Kenji-chan, a un internado bien lejos de aquí; y a ti Izumi-chan, a una academia militar en los Estados Unidos.

Casi se me olvidaba. Tanto mis hermanos como yo tenemos poderes sobrenaturales. Es una herencia de la familia de nuestro padre que nuestra madre ha sobrellevado como ha podido. Para poderlos dominar, nos impuso a los tres instrucción en artes marciales. En mi caso, recibí la ayuda extra de Ojīchama, con quien me comunicaba a través de la telepatía. Sin embargo, desde que me adentré en la tormenta, me ha retirado la palabra. Y todavía no he comprendido la razón.

Los cuatro nos dirigimos al Kōryō. Para mi hermano pequeño Kenji, también es un día especial, pues hoy empieza la secundaria en el mismo centro. Éste se rige por el stair system, lo cual significa que puedes cursar desde la primaria hasta los estudios superiores, sin tener que superar farragosos exámenes de acceso. No obstante, en nuestra familia, eso da igual. Mi hermana Akemi tiene que estudiar mucho para sacar unas notas aceptables. Mi madre dice que, en eso, se parece demasiado a mi padre. Mi hermano Kenji ha aguantado bien el tipo. Sin embargo, ahora empieza lo verdaderamente duro. A ver como se defiende. Por mi parte, a pesar de aprobar, siempre me recrimina mi bajo rendimiento. Insiste en que puedo sacar unas calificaciones tan buenas como las que ella conseguía en aquella época académica. ¡Qué pesada se pone cada vez que le entrego el boletín! Casi he perdido la cuenta de veranos que me he pasado en academias de refuerzo, sin poderme escaquear…

Tras subir las escaleras cruzamos el parque. El viento mece los cerezos en flor, creando una lluvia de pétalos rosas. Es como si, por un instante, el sol quisiera agrietar la pared de nubes grises y plomizas que cubre mis días. Ayer fue uno de esos momentos en que, por un instante, lo pensé.

Llueve otra vez. Los relámpagos brillan al fondo, mientras que los truenos resuenan con una potencia espantosa. A pesar de que el sol brilla con fuerza, llueve. Necesito estar sólo para entender por qué tengo que aguantar esto. Vaya forma de amargarme el último día de las vacaciones de invierno. Ni tan siquiera sé por qué he cogido la pelota firmada por Joe Di Maggio que me regaló Mado-ojīchan. Lo único que sé es que me he puesto los primeros vaqueros que he pillado y un suéter azul celeste y amarillo. De nuevo, la misma historia: qué si el bachillerato es muy difícil, qué si espera que mejore mis calificaciones, qué si no voy acabar convertido en un delincuente, qué si me va a mandar a una academia militar como no mejore mi carácter… Y encima, me recuerda lo de Ueda. Como si lo hubiera hecho por gusto. Desde noviembre hasta la semana pasada visitándolo todos los días en el hospital. Ése sí que es un auténtico delincuente. Y por la expresión que puso cuando nos despedimos, no va a cambiar. Sólo sabe que no le conviene meterse conmigo.

Por el camino, voy botando la pelota, cada vez más encrespado y encendido. Tanto, que ni tan siquiera me doy cuenta de que he llegado al parque. Al sitio donde, según cuenta Takashi-ojīchan, mis padres se conocieron. Él, mis tías y otōsan vivían antes allí al lado, en un edificio de apartamentos conocido como la Green House. Después de volverse a casar, mi abuelo se mudó con Kyōko-bāchan al pueblo de Ojīchama, en la prefactura de Nīgata. Supongo que sería por los paisajes, realmente hermosos. Por desgracia, los milagros sólo se dan una vez. Nunca más.

Enrabietado por la desesperación, lanzo la pelota con todas mis fuerzas contra el tronco de un árbol casi centenario. La bola rebota y sale disparada a toda velocidad. ¡Uyuyuy, me he pasado! El susto aumenta de intensidad cuando veo que va directa contra el rostro de una chica que está acabando de subir las escaleras. No obstante, acontece una gran sorpresa. La chica captura la bola:

– ¡Nice Catch!... Temía que te diera. La verdad es que no sé como lo has hecho. Tienes buenos reflejos.

– Yo tampoco sé cómo me las he apañado. Creí que era el trozo desprendido de un meteorito. Suerte que no me he quemado las manos.

La lluvia se detiene. Las nubes, poco a poco, se van aclarando. Ahora que me fijo, se la ve muy simpática. Lo único que desentona es su ropa. Una camisa floreada roja, unos pantalones piratas claros y unas zapatillas playeras blancas. Demasiado calurosa para esta época:

Arigatō, por cogerla. Volver a subir los 99 escalones es algo engorroso.

– Espera… 96, 97, 98, 99 y… 100.

– Son 99.

– Como ya has visto, yo he contado 100… Déjalo, no merece la pena discutirlo. Si no, acabaremos como un amigo de mi padre, que conoció a su mujer en unas circunstancias parecidas.

Finalmente, el sol hace acto de presencia. Es el sol de primavera. Cálido, agradable, sanador. Capaz de curar las heridas más profundas. Aquellas que deja un invierno largo, cortante, casi eterno:

Sumimasen por la indiscreción pero, ¿el amigo de tu padre es de por aquí? Te lo digo porque los míos se conocieron justamente así.

– Ya me gustaría decírtelo. Por desgracia, no lo sé. Siempre me ha explicado la historia a modo de anécdota pero nunca me ha especificado quienes eran.

– No eres de esta ciudad, ¿verdad?

– ¿Tanto se nota mi acento?

– Sí. Está claro que no es de Kantō. Es más, diría que es de Kyūshū.

– ¡Bingo! De Fukuoka. Eres bueno con los idiomas. No es por nada pero, ¿me podrías decir qué pone en la pelota?

– ¿No sabes inglés?

– Lamentablemente… Mi nivel no es muy bueno.

– Es una pelota firmada por una leyenda del béisbol mundial, Joe Di Maggio de los New York Yankees. Me la regaló mi abuelo cuando era pequeño.

Las campanadas del reloj ubicado en el centro me indican que el tiempo ha pasado demasiado deprisa y que se acerca la hora de comer. He de despedirme:

– Bueno, me tengo que marchar. Nos vemos.

– ¿Y la pelota? Es algo demasiado valioso para que me la quede.

– Digamos que te la presto. Así mejorarás tu inglés. Sayōnara.

Tras aquello, el sol volvió a ocultarse. No tardó demasiado en volver a llover.

Pasado un rato, llegamos a la sala de actos del instituto. Como cada año, y ésta vez más que nunca, el mundo nos observa. Todo el sector masculino no le quita el ojo de encima ni a mi hermana ni a mi madre. Indiscutiblemente, son muy guapas. Como dos gotas de agua, si no fuera porque a Akemi le gusta ir con el pelo corto. Sin embargo, al girarme, todos apartan la vista de ellas, incluidos los adultos. Cuando vamos a elegir sitio, okāsan nos pide que nos quedemos cerca del pasillo. Ella también tiene una ceremonia de apertura en la escuela de música a la que no puede faltar. Antes de ocupar nuestras sillas, saluda a varios profesores y a Watanabe-sensei, la directora. De paso, se excusa por no poder asistir al reconocimiento de las aulas. A juzgar por lo que oculta, no sé si el problema es que le desagrada.

Por un instante, aparto la mirada y echo un vistazo a los asistentes. Ahora, la directora conversa con una de las figuras más importantes del gakuen: el presidente del Consejo de Estudiantes Daymiō Tetsuya. Dicen de él que ejerce una influencia brutal sobre el claustro. Tiene mucho carisma y un ego tan alto como sus calificaciones. Se gira y clava la mirada en mi figura. Mal asunto. Habrá que estar alerta. Sigo reconociendo con la vista la sala de actos. Otro elemento familiar tampoco ha faltado a la cita. Y lo de elemento es en el sentido más literal del término: Fujiwara Minako. Me extraña que haya continuado aquí. Seguro que la eligen como delegada de clase. Pobrecitos. No saben como se las gasta. Las mata callando y es más falsa que un ryo de madera. Todavía me escuece el modo en que me utilizó la muy gamberra para librarse de su ‘ex’. Más le vale que no me toque la moral. Sabe que me la juegan una vez, pero no una segunda.

Sigamos contemplando el patio: Asari, Bandi, Chigame, Hosokawa, Isayama, Jō, Kasai… El pelotón de los empollones al completo. Y, sorpresa: cateadores natos como Anzawa, Miura, Kuzonoki, Muso, Haiku… Definitivamente, no falta casi nadie de los que esperaba. Para ser sinceros, ya sea la ceremonia de apertura o la de ingreso, es un auténtico latazo. En especial, el discurso que tiene que dar el mejor alumno del instituto. Mi único consuelo es saber que hay más gente que opina lo mismo.

De pronto, una voz femenina me devuelve a mi posición:

Sumimasen, ¿me permites pasar para que pueda tomar asiento?

Al alzar la vista, y a pesar de que procuro no exteriorizar mis sentimientos, me quedo sorprendido, casi mudo. ¡Es la chica que conocí ayer en el parque! No ha advertido mi presencia. Rápidamente, para disimular, agacho la cabeza. Se sienta en la fila de delante, unos cuantos sitios más allá de donde estoy. Otros años mataba el tiempo que duraba el discurso dormitando. Sin embargo, esta vez no dejo de mirarla. Es la primera vez en mucho tiempo que encuentro a alguien que me hace vibrar. Alguien que, con su sola presencia, agrieta las tinieblas que me rodean. Por desgracia, al finalizar el parlamento, todo se apaga. Mi madre se marcha con prisa y me observa con gesto severo. Se ha dado cuenta de que he pasado del discurso un bastante tirando a un mucho. Con un frío ‘Nos vemos en casa’, se despide de nosotros. Que no me pase nada.

Tras la ceremonia, mi hermana Akemi se encuentra con su mejor amiga, Nakahara Ayumi. Como sé que van a regresar juntas, aprovecho para comentarle que volveré más tarde. Decido irme a la ribera del río a tumbarme y contemplar los cerezos plantados allí. De paso, me aflojo un poco la corbata, que casi me ahoga y me quito la americana. ¿Y ahora qué hago? Durante los dos primeros cursos de secundaria, casi todas las chicas que se me habían acercado me habían utilizado sólo para salir unos días conmigo, zafarse de sus ‘ex’ y tener un guardaespaldas. Siempre las más gamberras y aprovechadas. Cuando me pedían para salir les decía que sí casi por inercia, a sabiendas de cómo iba a acabar todo. Hasta que en tercero me harté y empecé a pasar de ellas. No sé si por miedo o por cansancio. ¡Bah, cambiemos de tema! Mañana es la revisión médica. Me pregunto cuánto debo pesar. El año pasado estaba sobre los 76 kilos y el 1,80. No sé si será eso lo que le ha llamado la atención de mí. Se la ve muy simpática y agradable pero… ¿En qué estoy pensando? Va a ser lo de siempre. Más vale que lo deje correr…

El tono de mi celular me anuncia que ha llegado un mensaje. Abro el buzón de entrada. Es Saitō. Me dice que han quedado está noche para un negocio. Lo siento, pero se va a cabrear. Le respondo que mi madre no se va a largar hasta finales de mes. Siempre va y viene más o menos entre abril y junio. Mi padre lo hace entre septiembre y diciembre. Como bien espero, me llama a los dos minutos. Insiste en que vaya, pues se trata de una transacción importante. Al final, le expongo una razón mucho más contundente: no tengo ganas de acabar haciendo la mili en América. Y añado algo muy claro: ofukuro-san es de las que suelen cumplir su palabra. Saitō acepta mis excusas. Es muy arrogante, pero no un idiota. No le conviene perder a un elemento que le ha sacado de más de un fregado. Cuando llego a casa, todo sucede como esperaba: mi madre me reprende por mi actitud durante la ceremonia de ingreso. Dice que todos los años es lo mismo y que, como mínimo, podría guardar las formas y comportarme. Y eso que esta vez no me he quedado dormido…

A la mañana siguiente, arrecia el temporal. Casi las había olvidado. Aquellas palabras. Aquel incidente. Todo ha acudido a la vez. Como una tormenta súbita, que aparece de la nada en la oscuridad: “Siempre serás un delincuente. Jamás serás capaz de llegar donde lo han hecho tus padres”. Las palabras de mi ex tutor, Ozawa-sensei, todavía me duelen. Ese capullo de Ueda. Mira que intentar robarme el dinero. Y eso que yo no quería pelea y le advertí. ¡Qué idea más mala que tuvo! Acabó en el hospital con una colección de fracturas de espanto. Y suerte que no se me ocurrió utilizar los poderes que si no, no vive para contarlo. Pero claro, a los ojos de mi madre, el malo fui yo. Me obligó a acompañarlo hasta que se recuperó. En cierta medida, creo que me pasé. Pero se lo tenía bien merecido. Yo no era el primero a quien intentaba atracar. Muchas chicas ya lo habían padecido.

Tras la rutina habitual, mis hermanos y yo nos dirigimos al Kōryō. Suerte que Kenji aún no me ha dado quebraderos de cabeza, pero todo se andará. Al llegar, Akemi y yo recibimos la primera sorpresa: vamos estudiar, por primera vez, en clases separadas. Nitta-sensei; la tutora de 1º A y Murase-sensei, de 1º C; dicen que no es cosa suya, sino de la directora del gakuen, Watanabe-sensei. Aunque, para el caso va a dar igual. A pesar de haber cursado siempre los estudios en la misma aula, mi hermana y yo hemos seguido caminos diferentes. Ella no se ha separado de Nakahara y, por lo que veo, esta vez tampoco, a pesar de la permuta: una vez más irán juntas. En mi caso, por el contrario, no me hablo con nadie. Sólo con Akemi, cuando está sola.

Ocupo mi pupitre junto a la ventana. Veamos: vamos a arrancar el curso con ¡Horror!... Matemáticas. Y luego, ciencias. Es hora de hacer campana. No creo que se les ocurra buscarme en la azotea. Y si es así, sólo tengo que hacer lo de siempre: utilizar los poderes para desplazarme a otro sitio. Dicho y hecho. En cuanto puedo, me escapo de clase y me voy hacia allí. ¡Ah, aire puro y sol! Una buena forma de empezar el trimestre. Por desgracia, me hago ilusiones demasiado rápido. Pasada media hora, alguien viene. Me oculto por un momento. Por la puerta asoman la tutora, Nitta-sensei… Y esa víbora de Fujiwara. ¿Ya está ejerciendo como delegada? Seguro que ella se lo tiene que haber soplado. Tendré que andarme con cuidado. De inmediato, paso al plan B: el aula de música. Es como mi segunda casa. Y ahí seguro que no me localizan.

Al llegar, observo los instrumentos. ¿Saxofón o guitarra? Tanto da, ambos me hacen disfrutar. Primero toco la guitarra acústica. Hoy estoy inspirado. Me servirá para componer algo, ni que sea de cabeza. Después, el saxofón. Aunque estaba más a mano, lo suelo utilizar para desahogar mis nervios. El tiempo pasa volando mientras lo toco. Tanto, que ni tan siquiera reparo en que dos personas abren la puerta de la sala. A la primera sí la reconozco. Es otra vez la asquerosa de Fujiwara. Sin embargo, la oscuridad oculta la identidad de quien le acompaña. A pesar de las notas, logro capturar unas palabras que aumentan mi enojo hacia la delegada: “Es Izumi, ‘El de la púa’. Ni se te ocurra acercarte a él. Es muy peligroso”.

Llega la hora de la comida y vuelvo a la azotea. Esta vez nadie me va tocar las narices. Por el camino, paso junto al bar. ¡Qué razón tiene otōsan! Pasan los años, pero la gente todavía se sigue pegando para conseguir el katsusando de ensueño. No hay día en que alguien no acabe en el hokenshitsu con un montón de hematomas por los empujones o las peleas. Doy gracias a que tía Manami me enseñó a cocinar. Okāsan no siempre está para prepararme el bentō. Observo la panorámica del patio mientras saboreo el takoyaki y la tortilla. Como es costumbre desde el inicio de la primaria, mi hermana come con Nakahara a la sombra de un árbol. Es una estudiante y cocinera tan pasable como ella. No sé si será eso lo que las une tanto. O será que son casi como el día y la noche. Akemi es muy efusiva, alegre y dicharachera con todo el mundo. En cambio, su amiga es reservada, tímida y de pocas palabras… Excepto cuando están juntas. El tono del móvil me avisa que he recibido un mensaje: mi hermana me indica que me espera a la salida. Su amiga se tiene que marchar antes.

Por la tarde, nos encontramos en la puerta. También mi madre, que nos vigila siempre que no tiene que desplazarse fuera por motivos de trabajo. ¡Uf! Qué cara de cabreo que lleva. Al ver a Kenji bien agarrado de su mano, lo entiendo: mi hermano pequeño la ha vuelto a liar. ¿Qué debe haber roto, dicho o levantado? Por lo pronto, le va a dejar sin paga hasta que ella se marche. Ellos se adelantan, mientras mi hermana me pregunta por la anécdota divertida del día. Me hago el loco y le digo que no me acuerdo. Con ofukuro-san tan cerca, tengo que ir con cuidado para que no se entere de que he hecho campana. Akemi insiste:

– ¿No lo sabes? Si ha pasado en tu clase… Vale, ya entiendo.

– ¿?

– Ha sucedido cuando tú no estabas. Resulta ser que se ha presentado la chica de ayer…

– ¡Shhhh! Baja la voz. ¿Quién?

– La que se sentó cerca de nosotros el día de la ceremonia de ingreso.

– Por curiosidad, ¿como se llama?

– ¡Vaya, hermanito! Parece ser que te estás espabilando.

– ¡Baka! ¿Qué dices? Es sólo curiosidad.

– ¿Seguro?

Hai.

– Se llama Amateratsu Sakura-san. Ha igualado el récord de la familia de oyagi en cuanto a mudanzas: siete. Y aquí no acaban las casualidades. Su padre también es fotógrafo paisajista como Takashi-ojīchan.

– ¿Y dónde está la gracia?

– En lo que me han contado las de 1º A. Resulta ser que, al buscar un pupitre libre, se ha acercado a la ventana, donde tú te sientas. Nitta-sensei le ha dicho que ya estaba ocupado, y ella ha preguntado si estabas enfermo. Toda la clase se ha partido de risa. Dicen que la tutora se ha enfadado mucho. A continuación; Fujiwara-san, la delegada de la clase, le ha ofrecido uno vacío cerca de donde está ella, y se ha marchado con la tutora. Supongo que a buscarte.

Me lo temía. Siempre que hago castillos en el aire, todo se derrumba al cabo de poco tiempo. Si está cerca de ese elemento, más vale que me olvide de ella:

– ¡Ah!, okāsan me ha preguntado a qué club te vas a apuntar.

– Todavía no lo sé. Hay ofertas muy atractivas, pero quiero mirármelo con calma. Hasta finales de este trimestre hay tiempo. ¿Y tú?

– Me he decidido por el coro del Club de Música, junto a Ayumi-chan.

– Por cierto, no te lo he preguntado pero, ¿ha habido algún chico que te haya pedido salir contigo?

– ¡Onegai shimasu Izumi-chan, que ya soy mayorcita! Agradezco tu interés y tu preocupación, pero piensa que, al igual que tú, yo también he recibido instrucción en artes marciales. Si alguien se pone pesadito, ya sé lo que tengo que hacer… La verdad es que no, pero todo se andará.

La semana concluye con una reunión familiar en el parque. Como cada año, mientras comemos, observamos los cerezos que han florecido. A otōsan le encanta el Hanami Chana. Dice que es la mejor oportunidad del año para disfrutar de la comida de okāsan y tía Manami. Y no se equivoca: ambas son unas cocineras excepcionales. También han venido mis tíos, Sōichirō, Kurumi y Yun; y mis primos y primas, Yun, Eīchi, Kazuma, Suzuna y Kano. Tía Kurumi excusa la ausencia de Minako. Sin embargo, lo que argumenta no tiene mucho fundamento. Algo extraño pasa. Finalmente, decidimos pasar por alto el detalle. También es un momento delicado para ellos. Al igual que mis hermanos, han heredado varias habilidades sobrenaturales de los Kasuga. Y tienen que controlarlas para no mostrarlas en público.

A pesar de que el día es excepcionalmente soleado y las vistas realmente hermosas, sigue lloviendo. Realizo un repaso de lo vivido durante esta semana. El agua amaina un poco cuando me detengo en Amateratsu. Recuerdo el momento en que nos conocimos. Y lo lejos que está ahora mismo, separada por un abismo de desesperanza y desesperación. Lamentablemente, cuando pienso mal suelo acertar. Y un hecho no me hace ser optimista: la cercanía de esa víbora venenosa de Fujiwara.

De repente, una voz me devuelve a la realidad:

– Seguro que piensas en alguna chica. –Tercia otōsan.

– No… No es eso.

– Lo sea o no, ten paciencia. Tu madre y yo necesitamos mucho tiempo antes de empezar a salir juntos.

Mi padre me revuelve los cabellos y sonríe. Está un poco pasado de sake. A continuación, se dirige hacia mi madre y se pone muy ñoño con ella. Curiosamente, es cuando más relajada y amable la encuentro. No parece ni por casualidad el general estricto y exigente que nos controla a todas horas. Lo que más me disgusta es que ambos no se den cuenta de que no se viven dos historias iguales. Y, por lo que estoy comprobando, la mía no parece que vaya a tener un final demasiado feliz.

Aula 2: Peligroso (“Dangerous”)

Las semanas transcurren con la tranquilidad de todos los años: mañanas preparando el bentō al estilo de Kyōko-bāchan y Manami-nesan, comidas en solitario en la azotea del Kōryō, campanas para evitar las asignaturas más insufribles, siestas en el lecho del río… Y cuando okāsan se marcha al extranjero por asuntos laborales, justo al final del mes, algunos trabajillos como guardaespaldas. Todo empieza con una llamada de Saitō a mi celular a media tarde del sábado. Me pregunta si estoy disponible para cubrirle en un negocio. Le recuerdo lo que le comenté unas semanas atrás: en cuanto mi madre se fuera, tendría las manos libres. Y más en estos primeros días de mayo, en plena Golden Week y sin clases de por medio. Me cita a las diez de la noche en un punto cercano al aeropuerto de Haneda, en el distrito de Ōta, al sur de Tōkyō.

Después de cenar, empieza la ‘operación evasión’. Otōsan se relaja en el sofá. Mi hermano duerme y mi hermana se encierra a escuchar música. Aprovecho para vestirme con ropas oscuras, elegantes y flexibles, coger mis tiras con púas; y enfundarme mi cazadora negra beisbolera de Boy’s An Non. Si me pilla la policía, se acabó el negocio. Me deslizo por la ventana y me escabullo a través del patio trasero. Podría utilizar directamente el poder de desplazamiento en mi habitación. Sin embargo, mi padre ha desarrollado ciertas facultades. Una de éstas es la de detectar una energía en uso. Busco un punto alejado de casa y apartado de la gente, y me transporto.

Como de costumbre, llego antes que nadie. Saitō Itto lo hace montado en una Honda. Nos saludamos. En principio, era la mascota del grupo. Hasta que descubrieron mis habilidades con las artes marciales. Y eso que no soy muy amante de las peleas. Sólo utilizo los puños cuando no me queda más remedio. Después, aparece Suzuki Shūn en una ídem. Los chistes sobre el apellido y su montura son continuos. Tras él, Shimada Kenzo en una Kawasaki, Tawara Makoto en una Yamaha, Murata Yoshi en una Ducati, Nagata Sōji en una Triumph, Sendo Akira en una Harley-Davidson y Okubo Toshi en una BMW. Al principio, el primero les recriminaba a los cuatro últimos que llevaran motos extranjeras. No obstante, la fiabilidad de sus juguetes ha acabado por hacerle callar. El resto de la tropa, unos ocho; lo hacen en un Toyota Corolla, un Mitsubishi Galant, y un Lexus de segunda mano y origen poco claro. Me lo paso bien con ellos, a pesar de ser un poco más mayores que yo. Los Knights somos una banda que tenemos claro qué hacer. Si alguien los abandona es bajo secreto de confesión. Quien los traiciona no vive para contarlo. Líos con las mujeres, los justos. Eso sí, siempre y cuando sea para pasar un buen rato; y no interfiera en los negocios. Todo depende de la noche.

Y en ésta en concreto, están prohibidos hasta que se cierre. Desde el punto de reunión nos dirigimos a tomar unas copas al Giradō Ian, un bar musical en el distrito de Shibuya. Mira que son pesaditos mis colegas y las chicas. Los primeros me recriminan que bebo combinados sin alcohol, incluso cuando estamos de fiesta. Siempre me escudo en lo mismo: soy un profesional y prefiero estar sobrio. Bien que lo sabe Saitō, a quien he sacado de más de un lío. Las segundas se me pegan como lapas. Debe ser porque mi apariencia indica más edad de la que en verdad tengo o porque les hace gracia que lleve el pelo largo y suelto. Después, sobre la una de la madrugada, nos movemos a la zona de Shinjuku. Se trata de un negocio importante con mucho dinero en juego. El trato se realiza en un garaje oscuro digno de una película de Scorsese. Afortunadamente, todo va como una seda. Otras veces nos hemos tenido que pelear con auténticos maniacos que no tenían nada que perder, o escapar de tipos armados hasta los dientes porque la transacción se había torcido. Es un milagro que haya salido indemne de semejantes petates.

Para acabarnos de relajar, tras los nervios pasados durante la negociación, volvemos a Shibuya para bailar un rato. A veces vamos a la Tron o a la Blade Runner. Si la cosa ha estado movida, elegimos la Abyss como punto de reunión. Sin embargo, esta vez nos dividimos: todos se marchan a la Fifth Element. En mi caso, me decanto por el Giradō Ian. Debe ser por el ambiente o por la  música. O, tal vez, por algo más propio de la generación de mis padres: el cheek time. Al principio, cuando empecé a salir con Saitō y compañía, me enrollaba con las chicas con mucha facilidad. Hasta que descubrí el juego: un guardaespaldas para quitarse novios, normalmente muy macarras, de encima. Sólo era por mi fachada. Sin embargo, es el lugar donde más a gusto me encuentro. Me anclo a la barra, escucho buena música y nadie me molesta. No sé porqué, pero esta noche quiero tranquilidad. El aire me ahoga y necesito estar un rato solo.

Por desgracia, al cruzar el umbral de la puerta, empiezo a sospechar del monumental error que acabo de cometer. Si lo sé, me voy con toda la tropa a la Fifth Element: ¿qué demonios hace esa víbora de Fujiwara aquí? Si la pregunta es ‘¿por qué una delegada de una clase de primero de bachillerato va a un lugar como éste?’, la respuesta es sencilla: para ser ella misma. Lo cual significa fumar, emborracharse, hacer el gamberro y, sobretodo, romper corazones. Fue la última que me utilizó. Además de practicar, de tanto en tanto, el enkō. Sabe que sé todo lo que hace… Y eso es lo que le impide tocarme la moral. Soy el único capaz de destrozar su imagen de niña bien, educada y ejemplar. Si no lo hago, es para no arruinar mis negocios. Sólo que ella desconoce mis razones.

Todo se complica cuando veo quienes le acompañan: Bando, Fuse, Dasai, Gushiken… ¡Y Amateratsu! Definitivamente, mejor me olvido de ella. Me dirijo directo y sin escalas hacia la barra y pido un combinado sin alcohol. El camarero me mira con la cara con la que se observa a un mal cliente. Se nota que es novato. Trato de no prestar atención a esa chica que acompaña a Fujiwara. Lamentablemente, no puedo. Al verla; a través del espejo colgado frente a mi, sin maquillar, vestida de esa manera tan sencilla pero tan atractiva, no puedo apartar mi mirada. Comparada con otras mucho más guapas que he conocido, es del montón. Pero tiene algo. El problema está en la influencia que Fujiwara pueda ejercer sobre ella. No dudo que será inmensa. Y en el hecho de que no puedo bajar la guardia. No quiero que me vuelvan a utilizar. Debo protegerme.

Sin embargo, aprecio algo que no encaja. Amataratsu no parece ser una persona que suela frecuentar estos lugares. Se tambalea. Está bastante bebida. Y para no variar, Fujiwara juega con ella. Como ha hecho con muchos otros. Una chica sólo entra en su círculo si acepta sus juegos. Éste en cuestión es bailar el cheek time con el chico que ella diga y dejarle hacer lo que él desee. Las luces se apagan. Suena “Hold On My Heart” de Genesis. Normalmente, por no se sabe qué razón, las lentas suelen ser canciones extranjeras. A pesar de ello, nunca falta la buena música de aquí. Una razón extraña me mueve a actuar: tal vez el hecho de que, por una vez, no me voy a equivocar. Todavía no sé cuan cara voy a pagar esa intervención.

Irrumpo discretamente y arrebato a Amateratsu de las garras de Fujiwara. Sabe que no puede abrir la boca, pues ella también se quedaría en evidencia. Bailamos. Es una flor muy delicada. La tomo de la cintura con suavidad y manteniendo las manos quietas. No quiero que piense cosas raras de mí. Se tiene en pie a duras penas. Hunde su cabeza sobre mi pecho. No me mira. Tal vez, porque está asustada. Justo lo que me imaginaba: no quiere que la detengan. Al ver como Fujiwara y compañía se retiran, compruebo que se ha equivocado viniendo con ellas. En parte, la entiendo: es nueva en esta zona y necesita hacer amigas. A veces ello es complicado, pues se eligen las compañías menos indicadas. Por mi parte, no puedo decir que mis colegas sean ‘ejemplares’: están en la lista de clientes habituales de los calabozos de las fuerzas del orden, y sus negocios son bastante turbios. A pesar del ligero aroma a alcohol, huele realmente bien. Es una fragancia dulce y agradable. Lo que desconozco es si, por una vez, puedo quitarme el chaleco anti balas que llevo para estos casos y bajar la guardia.

Lo que acontece a continuación sigue el guión que ha esbozado mi mente: llora porque las que se supone que eran sus amigas la han abandonado a su suerte. Está tiritando de frío. La cubro con mi chaqueta de Boy’s An Non para que mantenga la temperatura. Empieza el lío. Tras salir del Giradō Ian, llamo por el celular a Saitō. Suerte que lo tiene en modo de vibración. Con la música a todo trapo no se hubiera enterado. Casi a gritos le comento que tengo que pedirle un favor. Añado que lo espero en la puerta de la Fifth Element en un cuarto de hora, y que venga uno de los chicos de los coches. Da igual quien de ellos. A pesar de que ambos locales están cerca el uno del otro, no puedo arriesgarme a que me pille una patrulla de la policía. Aprovechando que se ha quedado inconsciente, busco un rincón despejado para tele transportarme. Mi destino es un lugar cercano que también está desierto.

Cuando me ven, se imaginan de qué trata el favor: un transporte para ambos hacia Kanagawa. A ser posible, hasta las proximidades del Kōryō. De camino, Saitō me espeta con contundencia: “¿Es qué no aprendes?”. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que estuve con una chica. De todas formas, relaja el tono de la conversación. Me pasa una tira con gomas. Al principio, dibujo una expresión de ‘¿A qué viene esto?’. Hasta que se ríe y me doy cuenta de que cree que ha llegado la hora de ‘estrenarme’. Le sigo la corriente, mientras busco en el bolso de Amateratsu algo que me indique la dirección de su residencia. Mi colega sigue su discurso. Me dice que vaya poco a poco, que antes de pasar a la acción la ponga caliente al máximo, y que disfrute de la velada. Menos mal que ella sigue inconsciente porque si no, no sé qué pensaría de mí. Finalmente, doy con lo que buscaba: en su carné de estudiante hallo mi destino.

Antes de dejarnos, mis colegas me desean suerte. La voy a necesitar, pero para que no me pille la policía. El reloj del instituto, con la campana apagada, marca las cuatro de la mañana de un domingo. Tengo que espabilar antes de que los de casa reparen en mi ausencia. La dirección que indica su carné me conduce hasta… La Green House. El sensor de la puerta permanece desconectado, luego la puerta está cerrada. Una silueta que diviso al fondo me obliga a utilizar la tele transportación y adentrarme en el portal. Menos mal. Era un agente de la ley. Miro en los buzones: en el 302 viven un matrimonio; Umao y Ushiko, con sus hijos. Amateratsu vive en el 301 con, por lo que veo, su padre y sus hermanos. Un momento… ¡El 301 era el apartamento donde vivían Takashi-ojīchan, otōsan y mis tías!

Ni pienso en buscar las llaves. Además, debo darme prisa antes de que salga el sol. Vuelvo a desplazarme con los poderes. No salgo de mi asombro. El comedor y la cocina están tal cual los recuerdo en las fotos de la familia de otōsan. Igual que el sofá, las lámparas, la moqueta, el tatami del recibidor y otras tantas cosas. Cuando mi abuelo se trasladó con Kyōko-bāchan a Nīgata, optó por dejar los muebles allí. Le salía más rentable que llevárselos. Además, ya se había gastado una fortuna en mudanzas. Miro alrededor. Parece que no hay nadie. Tanto mejor, aunque me extraña que su padre no esté.

Busco la habitación de Amateratsu para acostarla y que duerma la borrachera. Mi pasmo aumenta cuando compruebo donde lo hace: en la de mi padre, ubicada junto al recibidor. Está tal cual la retrató Takashi-ojīchan: la cama, el escritorio, las estanterías, los pósters. E, incluso, la campanilla que colgaba del techo, cerca del pequeño balcón que hay. Entonces, acontece lo inesperado: se me abraza como lo haría una niña pequeña con su osito de peluche. Está tan hermosa así. La cosa se complica cuando tengo que quitarle la ropa para ponerle el pijama y que su padre no sospeche. Su piel es tan fina y suave… ¡Por favor, sé formal de una puñetera vez y déjala tal cual! Sabes que no tienes nada que hacer con ella. Además; no olvides que, por lo pronto, Fujiwara anda cerca y ello sólo significa más problemas.

Finalmente, la acuesto y me marcho a toda prisa. Al salir, un estornudo me recuerda lo que me he dejado allí: mi chaqueta de Boy’s An Non. Encima, no puedo tele transportarme hasta las cercanías de mi casa. He abusado tanto de los poderes que me he quedado sin energías. Un nuevo estornudo delata mi punto débil: cuando me resfrío, mis fuerzas menguan. Otōsan, Ojīchama, ¿por qué no me lo dijisteis? Trato de pensar en la manera de llegar sin que me pillen. Por desgracia, no tengo tiempo de aplicar mi plan: una mano me agarra por el hombro. Al girarme, me encuentro con la silueta de un agente de policía que, de inmediato, me pide el carné de estudiante. Podría resistirme y deshacerme de él. No obstante, prefiero no poner peor las cosas de lo que ya están.

El resto de la noche y parte de la mañana la paso en un calabozo de la comisaría más próxima. No sé cómo, pero logro conciliar el sueño con facilidad pasmosa. Tal vez haya sido por lo movido de la velada. Mi despertar se convierte en un aterrizaje de emergencia en medio de un tifón: fuera está mi padre. Mejor que me pegue él la bronca que no mi madre. Y, efectivamente, lo hace. Qué iluso que soy. De detrás de él, emerge la figura de ofukuro-san. Trago saliva. Mientras me pregunto cuándo ha vuelto de su viaje, sucede algo que nunca me había pasado en la vida: me cruza la cara con una bofetada tan sonora que todos los agentes presentes se giran. No me dice nada. Su expresión ya habla por ella: jamás la había visto así de furiosa. Da realmente miedo. Y el peor de los escenarios irrumpe en mi mente: es capaz de tener la maleta preparada para mandarme a Estados Unidos.

Cuando salimos de allí, compruebo que es mediodía. Ambos han venido en el Mercedes Klasse E que perteneció a Mado-ojīchan. En el camino de vuelta, mientras mi madre conduce, otōsan sigue leyéndome la cartilla. Vaya disgusto para ella aterrizar en Narita, tras un largo vuelo desde Los Ángeles, y tener que desplazarse hasta la comisaría porque a su hijo lo habían detenido por gamberro. En medio del miedo que experimento al ver que todo, absolutamente todo, tal vez se haya acabado para mí, reparo en un detalle llamativo. Al mencionar esa palabra, okāsan ordena a mi padre que se calle. Él sigue, pero ella insiste. Se lo pide por favor. Estando tan enojada, ¿por qué lo desautoriza y le ruega que guarde silencio? No lo entiendo. Una vez en el garaje de casa, me requisa el móvil. Después de comer, me ordena que me quede en la habitación hasta, por lo menos, la hora de la cena. A la vez, me desconecta el cable que comunica mi PC con el hub que da servicio de Internet a la casa. Y me prohíbe salir del hogar hasta nuevo aviso. Me paso el resto del domingo leyendo Mangas y casi toda la noche durmiendo. No tengo nada mejor que hacer.

En el desayuno de la mañana siguiente, la tormenta amaina un poco. Mi madre entra un momento para sacar de la cama a Kenji. Cuando veo mi uniforme preparado para ponérmelo, respiro aliviado. Por ahora, el peligro ha pasado. Pero no la tempestad, que arrecia cuando entro en la cocina. Ésta se asemeja mucho a una fragua donde se forjan y afilan katanas. Está tan furiosa que la emprende de mala manera con otōsan y mis dos hermanos. Agacho la cabeza y procuro no mirarla. No dudo del hecho que no me quita el ojo de encima. Antes de dirigirnos al Kōryō, mi padre me comenta que ofukuro-san se quedará el resto del mes de mayo aquí. Añade que ha pospuesto sus compromisos por una cuestión de prioridades, y concluye que no hace falta decir por culpa de quién. Es ella quien nos acompaña al instituto. Habla con Akemi y con Kenji. A mí, me ignora como si fuera un apestado. Sólo me dirige la palabra antes de volver a casa: “Os vendré a buscar esta tarde”.

El disgusto me pasa factura. No tengo ganas de nada. Paso de todas las clases de la mañana y me encierro en el aula de música. Me desahogo con la guitarra y el saxofón. Me hierve la cabeza. Centellea y truena con millones preguntas: ¿De qué me sirve hacer bondad si acabo así? ¿Por qué hice caso a mi honestidad y acudí en auxilio de Amateratsu? ¿Por qué no hice como mis colegas y me aproveché de ella? ¿Por qué mi madre me ha levantado la mano de esa manera? ¿Por qué me siento tan sólo? Para evitar asfixiarme, huyo hacia la azotea. Desde allí, oteo el patio y mi mirada tropieza con su figura. Está sentada en un banco del patio, sola. Como me esperaba, Fujiwara y compañía la han abandonado a su suerte. No ha pasado la prueba para ser aceptada en su grupo. Qué diferente se la ve vestida con el sēji fukan gris del gakuen. Al contemplarla, acuden las imágenes de aquella noche. Sin embargo, no me compensan un hecho ineludible: me he quedado sin ingresos ‘extras’. Y no tengo manera de decirle a Saitō que estoy fuera de los Knights.

Mi semana transcurre como la de un preso encarcelado. El único momento de respiro que disfruto, si se le puede llamar así, es cuando voy al instituto. El resto del tiempo, mi madre no me deja ni a sol ni a sombra. Ni tan siquiera cuando tengo que hacer los deberes, entrenar o estudiar. Hasta que llega el domingo por la mañana. Sigo encerrado en mi habitación. La puerta está entre abierta. Alguien pica al timbre. Al escuchar la voz que pregunta si ésta es la casa de los Kasuga, me quedo pasmado: es la de Amateratsu. ¿A qué demonios ha venido? Quien le ha abierto es mi padre. También se asoma mi hermana Akemi, que la saluda. No comprendo absolutamente nada.

Hasta que llega la hora de la comida. Otōsan está de un humor inmejorable. Me mira con una sonrisa de oreja a oreja:

– ¡Vaya, Izumi-chan! Menos mal que nos traes una chica a casa. Ya puedo estar tranquilo.

– ¡Oyaji, onegai shimasu! No es lo que parece.

Acabo de mencionar las palabras mágicas. Por primera vez en toda la semana, observo a mi madre. Su expresión dibuja una mueca a medio camino entre la sorpresa y la confusión. Es entonces cuando le pregunta a mi padre:

– La cara de esa chica me suena de algo, pero no recuerdo de qué. ¿Quién era?

– Amateratsu Sakura-san. Es una compañera de la clase de Izumi-chan–. Tercia mi hermana

– ¿No será la hija mayor de Amateratsu Daigo-san, el discípulo de tu padre y amigo tuyo?

Bingo. – Interviene mi padre – Ha crecido mucho desde la última vez que la vi. Lo que no esperaba era que estudiara en el Kōryō. Me ha pedido que excusara a su padre por no visitarnos. Dice que está muy ocupado. A ver si tengo un momento. Hace tiempo que no nos vemos.

– ¿Y a qué ha venido?

– A devolver una beisbolera negra. Sí, la de Boy’s An Non–. Vuelve a terciar mi hermana.

– Y yo que creía que la había perdido…

Después de recoger la mesa, mi madre me llama. Me pide que cierre la puerta. Me deja el móvil encima de la mesa. Antes de que pueda recuperarlo, me detiene con una pregunta seca y directa:

– ¿Le dejaste el sábado pasado por la noche la chaqueta a la chica que ha venido?

Hai... Lo que no sé es cómo ha sabido mi dirección, si apenas me conoce.

–… Muy sencillo. En el cuello están bordados los kanjis de tu apellido. Me imagino que preguntó a su padre y éste le dijo dónde vivimos… Puedes coger el móvil. Aunque supongo que fue por una buena causa, que sea la última vez que tengo que ir a una comisaría a rescatarte. A la próxima, ya puedes ir preparando la maleta.

Sí, fue por una buena causa. Pero me ha salido demasiado caro. Cuando enciendo el celular, descubro que está lleno de llamadas perdidas de Saitō. Le respondo con un mensaje claro y contundente: “La poli y mi madre me trincaron. Estaré fuera de los Knights por una temporada. No quiero acabar haciendo la mili en América. Luego no te preocupes por mi silencio. Y éste es el último aviso”. Los dos siguientes sábados me los paso limpiando y ordenando la habitación; y viendo películas de gangsters y yakuzas como Camino a la perdición, Brother, Casino, Violent Cop o Uno de los nuestros. La tempestad parece que amaina. Por desgracia, me equivoco una vez más. La directora del instituto, Watanabe-sensei, me cita para entrevistar también, por separado, a mi madre. Mi tutora, Nitta-sensei, me indica que cierta información ha llegado a oídos de la máxima autoridad del gakuen, y por esa razón han adelantado el encuentro con el alumno y los padres, y se lo ha cedido a ésta.

La directora charla primero con mi madre. No quiero ni pensar en lo que le debe estar diciendo y cuanta vergüenza debe estar pasando. Sin embargo, al salir, me sorprende. Ofrece una expresión relajada. Nada que ver con la mueca de pocos amigos que me ha mostrado a lo largo de estas últimas semanas. Me indica que pase adentro. La directora quiere hablar conmigo a solas. Considera que la conversación resultará más productiva. Watanabe-sensei tiene la misma edad que okāsan y es muy atractiva. Tanto, que algunas profesoras se sienten molestas con su presencia. Más que nada, porque encandila a los profesores del claustro. No obstante, a pesar de estar casada y con hijos, su solvencia para dirigir los asuntos del gakuen es indiscutible. Ni tan siquiera el coordinador general del Kōryō osa ponerlo en duda. Me saluda y me invita a tomar asiento sin levantar la vista de un expediente que observa con atención. Finalmente, alza la mirada y sonríe:

– Casi lo olvidaba. A pesar de que llevas el apellido Kasuga, me recuerdas demasiado a tu madre cuando estudiaba aquí.

– ¿A qué viene eso, Watanabe-sensei?

– Kasuga Izumi-kun, no hemos adelantado la entrevista personal sólo por los datos que nos ha brindado la policía. En tu informe académico figuran múltiples anotaciones de…

– ¡Eh! Si es por lo de Ueda-san

– No es sólo el incidente con tu compañero Ueda-kun en la secundaria. Es que, según lo que veo escrito en estos papeles, no se te conocen relaciones con tus compañeros ni amistades. Por descontado, no te hablas con nadie excepto con tu hermana. Y eso sí que me preocupa.

– ¿Sólo es eso?

– ¿Te parece poco? Voy a explicarte el origen de la leyenda que ha dado prestigio a esta institución. Cuentan que, desde hace unas cuantas décadas, para aliviar una ley de vida tan cierta como que los hijos están puestos sobre la faz de la tierra para dar quebraderos de cabeza a sus padres, éstos deciden enviarlos aquí a estudiar. Y, casi siempre, logramos nuestro objetivo.

– ¿Y usted cree que se puede aplicar a mí?

– Escucha con atención, Kasuga-kun: érase una vez una estudiante por la que nadie, y cuando digo nadie es nadie, apostaba un yen. No se hablaba más que con su única amiga, corrían rumores de una conducta impropia, la habían pillado más de una vez fumando, se saltaba clases muy a menudo, y era muy indisciplinada y desobediente con los profesores. En definitiva, lo que los docentes más estrictos de esta institución llaman ‘delincuente’. Sin embargo, no se supo en principio cómo, pero cambió. Y cuando concluyó su estancia aquí, justo antes de ingresar en la universidad de Waseda, se había convertido en una de las mejores estudiantes de todo el gakuen. Por cierto, allí se licenció Cum Laude. Es decir, con honores.

– ¡Venga ya! ¿Y se piensa que me voy tragar esa historieta? Usted se la ha inventado.

– Cuando todo aquello sucedió, yo era la delegada de la clase donde esa chica estudiaba…

Esas palabras me dejan helado. No puede ser. ¿O tal vez sí? Tal vez sea la razón por la cual okāsan nunca habla de su época en el instituto. Tal vez sea el motivo del bofetón que me dio. Tal vez sea la causa de la petición de silencio cuando mi padre me estaba echando la bronca. Vuelvo sobre lo primero que me ha dicho Watanabe-sensei al entrar. La continuación de su narración, confirma mi idea:

– Sí, Kasuga-kun. La protagonista de esa leyenda es tu madre. Es ella la que ha pasado, de manera indirecta y con todos los honores, a la historia del Kōryō.

Estoy desconcertado. Sin embargo, sin perder la calma y la sonrisa pero con contundencia, me demuestra que no es así:

– Al principio, nadie entendía qué la había hecho cambiar. Sin embargo, una serie de acontecimientos relacionados con ella y con su amiga, Hiyama Hikaru-san, al final del último curso de bachillerato, confirmaron lo que muchos sospechaban: fue tu padre.

– ¿Qué tiene que ver él en todo aquello?

– Para muchos resultó ser toda una sorpresa que fueran pareja. Los chicos le tenían miedo a tu madre y no se atrevían a acercarse. Y Kasuga-san, tu padre; era una persona de lo más normal, un estudiante con unas notas no muy aceptables y poco diestro en ciertas disciplinas. No obstante, cuando la gente empezó a hacer un recuento de todo lo que había acontecido, entendió el grado de influencia que había ejercido y hasta qué punto era importante para ella. No podía ser de otra forma. Él había tenido mucho que ver en la transformación. La verdad es que me alegro por ambos.

– ¿Qué me quiere decir con todo esto?

– Que ojalá encuentres a la persona que saque lo mejor de ti. Es algo difícil por tu carácter, pero no es imposible. Eso sí, deberías ser un poco más abierto. Estoy segura de que tienes tus razones, pero no todo el mundo es igual. Si no lo intentas, entonces sí que creerán que eres un delincuente.

– Es un bonito discurso pero no me va a salvar del castigo, ¿verdad?

– Por desgracia, no. Tendrás que hacer la limpieza de las aulas y el patio tú sólo durante dos semanas. Ya me gustaría poder reducírtelo, sin embargo, ello me desautorizaría. Lo único que te pido es que durante ese tiempo reflexiones sobre la conversación que estamos manteniendo.

Al salir del despacho, me encuentro con Amateratsu. Es la primera vez que nos vemos desde el incidente. Sonríe. No lo entiendo hasta que de sus labios emergen las palabras mágicas: “Domō arigatō”. Okāsan conversa con su padre. La charla está muy animada, a juzgar por sus actitudes. Al entrar, la puerta no se cierra del todo. Por un impulso extraño, me sitúo justo al lado de la entrada del despacho de Watanabe-sensei. No sé si le ha llamado también por el incidente. Por lo que puedo escuchar de inicio, deduzco que a ella la han citado para la entrevista con los padres. Le está explicando cómo funciona el Kōryō.

Desconecto por un instante, y me centro en lo que me ha comentado la directora. La admiración y el miedo que siento por okāsan se mezclan con los comentarios que he escuchado. Todo encaja. Una persona con una trayectoria tan brillante y respetada no quiere que se descubra un pasado tan turbio y desagradable. Cualquier otra cosa le daría menos vergüenza a mi madre que el hecho de que alguien le recordara cómo era a mi edad. Y, sobretodo, que sus hijos lo supieran. De repente, mis oídos me devuelven al despacho:

– ¡Yo no creo que sea un delincuente, Watanabe-sensei!–. Levanta la voz con vehemencia Amateratsu.

– No he dicho eso, Amateratsu-kun. Pero acabas de llegar y no conoces ni el instituto ni a la gente. También me he enterado de que has tenido problemas con Fujiwara-kun y su grupito. Todavía no se ha demostrado nada de lo que he oído y debo respetar la presunción de inocencia… Aunque tampoco es que me inspiren mucha confianza. Y eso sí que lo considero peligroso. Por lo pronto, hablaré con tu tutora para que te cambie de pupitre. Si te pido, por favor, que te alejes de Kasuga-kun no es porque, a pesar de que lo hayan detenido, sea un delincuente. Ni creo que se convierta en ello. Lo que necesita es resolver sus problemas. Además…

–… Además, ¿qué?

– Hay algo que no te puedo pedir. Tiene que ver con la leyenda que te he contado antes sobre esta institución. Es demasiada responsabilidad para ti, que eres nueva. Antes, es mejor que busques amistades más adecuadas. El tiempo dirá si es necesario o no… Espero que disfrutes de tu estancia en el Kōryō.

Justo en ese instante, se abre la puerta del despacho. El padre de Amateratsu y okāsan se despiden y el primero pasa dentro. La pregunta que ella me hace es justo la que supongo. La respuesta no es la que espera, pero le satisface:

Gomen nasai, por lo sucedido en tu ausencia. Ahora sí lo he entendido.

– Izumi-chan, me gustaría que le dieras esto a tu compañera cuando puedas. Es en señal de agradecimiento.

Lamentablemente, todo vuelve a oscurecerse y no tarda demasiado en llover. La sonrisa de Amateratsu me resulta casi un espejismo. El castigo se me hace más severo de lo que esperaba. Sobretodo, a última hora del día, cuando más refresca. No obstante, una tarde, cuando el sol está a punto de ponerse, la lluvia que me cala por dentro se detiene. Amateratsu se acerca al lugar donde estoy, tras varios días en los que casi no nos hemos visto. Empieza a hacerse la luz:

Domō arigatō por lo de aquella noche, Kasuga-san… Siento haberte involucrado en todo esto…

– No tienes porqué disculparte.

– ¡Sí tengo que hacerlo! Si me hubiera pillado mi padre, me hubiera metido en un buen lío.

– ¿Y eso?

– Me tiene prohibidísimo traer chicos a casa en su ausencia. Ese día se había llevado a mis hermanos pequeños a Sapporo para un reportaje paisajístico… Además, no esperaba que, en esas circunstancias, fueras tan formal… Entiéndeme, me estaba temiendo lo peor…

Primero me lo agradece y luego sospecha de mí. Será malpensada… Bueno, como mínimo es una chica maja. Muchas otras no me han dado ni las gracias por sacarlas de jaleos infinitamente más gordos. Además, ahora que lo pienso, la directora le insinuó que también se alejara de Fujiwara y compañía. Todavía hay esperanza:

– Sabes, he oído que por los pasillos del instituto corre una leyenda muy bonita.

– ¿Qué cuenta?

– Habla de una chica a la que tachaban de delincuente y por la que nadie apostaba por su futuro. Sin embargo, no se sabe cómo, se convirtió en una de las mejores estudiantes de todo Japón… Ojalá fuera cierta.

– Y te puedo decir que lo es…

– ¿Tú también la conoces?

– Sí, me la contó Watanabe-sensei… Te prometo que otro día te narraré los detalles… Por cierto, mi madre quería agradecerte que me devolvieras la chaqueta. Tengo algo para ti. Dōzo, acéptalo.

Lo que okāsan me entregó unos días atrás es una cinta roja de seda para su pelo. No se si lo hizo a posta y desconozco si mi destino se acaba de revelar. Amateratsu la toma con una sonrisa casi permanente y se lo recoge para ponérsela. Lo que sí puedo decir es que, con la puesta de sol de fondo, está todavía más hermosa. Vuelve a haber un poco de luz entre tanta oscuridad. Y me gustaría que fuera así el resto de mis días. Nadie es lo que parece a primera vista.

Aula 3: Vestido para triunfar (“Dressed For Success”)

Tras el incidente con Amateratsu, los días pasan sin ningún tipo de novedad. Hasta que llega la temporada de exámenes previa a las vacaciones de verano. Todo el mundo en el Kōryō entra en estado de ansiedad e histeria… Incluida mi hermana Akemi, que para aprobar debe realizar un gran esfuerzo. Por mi parte, decido hacerme ‘invisible’ a los ojos de casi todo el mundo. Me refugio en el aula de música, en la azotea y, cuando todo ello no me llena, decido ponerme a estudiar no muy en serio para matar el rato. El motivo tiene apellido y nombre: Daymiō Tetsuya, el presidente del consejo de estudiantes y auténtico azote del instituto. La noticia de mi detención también llegó a sus oídos. Entre eso y el hecho de que no cumplo el reglamento sobre vestimenta y aseo, me la tiene jurada. No sólo no se conforma con insistir en que lleve la corbata bien anudada. Qué quiere que le haga, hace calor. Encima está loco por cortarme la coleta. Además, es intocable. Si se me ocurre ponerle la mano, ni que sea para quitármelo de encima, mis problemas se pueden multiplicar hasta el infinito.

Por su parte, Fujiwara ha estado muy quietecita desde aquella noche. Supongo que debe sospechar que la directora se ha enterado de que Amateratsu estuvo con ella y su grupo: cambiar a la segunda de pupitre y alejarla de la primera ha supuesto un primer aviso. Por eso no nos busca las cosquillas. Si lo hace, ya sabe lo que le espera. Saitō ha decidido confiar en mi silencio y aceptar mi decisión. Sin embargo, echo de menos esas noches de fiesta. Y sobretodo, mis ingresos, cuya merma ya se ha dejado notar. La verdad es que no sé hasta cuando va a durar.

Superados los exámenes, llega uno de los momentos más incómodos de cada trimestre: la entrega de los boletines con las notas. Conmigo siempre es la misma canción: qué tienes que estudiar más, qué puedes conseguir mejores calificaciones, qué tienes más posibilidades de las que muestras, qué puedes hacerlo mejor… Casi nunca con mi hermana. No obstante, esta vez ofukuro-san guarda silencio al ver las mías. Incluso sonríe débilmente. Aprecio satisfacción en su expresión. Como si la penitencia que me ha obligado a pasar hubiera dado sus frutos. Para ella tal vez sí. Para mi está claro que no. Akemi no tiene tanta suerte: ha suspendido dos y mi madre le lee la cartilla. Promete esforzarse más. De todas formas, me espeta algo inesperado: “Por esta vez, dejaremos correr las clases de refuerzo. Te lo has ganado”.

Los últimos días se convierten en una locura para los clubes del Kōryō. Es la última oportunidad que tienen para ampliar su nómina de miembros. Empieza una competición feroz para reclutar a cuantos más estudiantes mejor. La actividad en el patio del gakuen resulta frenética. Todo reclamo vale con tal de conseguir el objetivo. Incluso saltar a la yugular del personal para que te únas a ellos. Cuando paso junto al stand del Club de Judo, me llama la atención su eslogan: “Si quieres ligar con las chicas, ven con nosotros”. Hatajo de capullos. Aunque, bien mirado, tienen algo de razón. El suyo es uno de los más reputados de todo el instituto y su rivalidad con el de Karate es histórica. De hecho, los últimos eran los que destacaban en la época de mis padres, con la figura de Hino Yūsaku como protagonista y capitán.

Su foto es justamente la que preside su barraca. Debajo, su palmarés, que incluye varios campeonatos nacionales y mundiales, y unas cuantas medallas olímpicas. Como bien espero, uno de sus miembros se me acerca. Me comenta que es todo un ídolo para ellos. Más ahora, que el Club de Judo tiene la preponderancia y los ha expulsado del gimnasio. Casi me suplica que me sume a ellos. Para quitármelo de encima y poder escaparme, le pido una hoja de inscripción y la promesa de pensármelo. Me escabullo y sigo mi periplo.

Finalmente, llego al gimnasio, donde están practicando los judokas. Una escena de todo el entrenamiento me llama la atención: el capitán del club se está cebando con uno de los miembros. En lugar de corregir sus movimientos, le golpea con una shinai de kendō y le humilla. Una vez tras otra. Sus compañeros se ríen y mofan. De repente, se gira y me increpa: “¡Eh, tú! ¿Qué miras?”. Su actitud sólo ofrece una lectura. Me está retando. Lo que me espeta a continuación lo confirma: “¡Si te crees que lo puedes hacer mejor, ven aquí!”.

Si hay algo no soporto son los abusones. El capitán gana en peso, altura y envergadura al chico. Además es cinturón azul, es decir, un luchador experimentado. Puesto que me desafía, voy a hacerle un favor a los del Club de Karate:

– Si pierdo, limpiaremos él y yo el gimnasio en lugar de vosotros durante el resto del curso… Pero si gano…

– Quien, ¿tú?

– Si gano, me lo llevo… Y tendréis que compartir el gimnasio con el Club de Karate.

– Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja… Me hace gracia el reto. Acepto.

Ésa es la parte de los abusones que más me gusta. Son tan ingenuos y soberbios que, las más de las veces, no saben dónde se meten. Los presentes sonríen y, algunos de ellos no se contienen. Me relajo y cierro los ojos. A diferencia de los del club, decido no ponerme el judogi. Mis ropas son lo suficientemente ajustadas como para que mi oponente tenga dificultades a la hora de agarrarme. Antes de empezar el combate, ni se molesta en reparar en ese detalle. Es lo que lo pierde: tras esquivar dos veces sus feroces ataques, lo agarro con una fuerza que, al proyectarlo contra el suelo, lo levanto a más de medio metro. Choca contra el tatami con tanta violencia que, por unos instantes, permanece inmóvil. Los presentes, que antes casi se partían de risa, se quedan boquiabiertos del asombro. Un ‘novato’ ha logrado un ippon soberbio contra un cinturón azul.

La víctima de tales abusos también se ha petrificado. Al mirarme, su expresión demuestra una gran admiración. Pasan casi cinco minutos antes de que el capitán se levante. Me felicita y me pide que me úna al club. Me promete convertirme en un campeón… Después de menospreciarme y humillar a ese chico. El entusiasmo le pierde. Lo que debería hacer es abandonar la capitanía inmediatamente. Mi respuesta le baja de la nube: “Ha llegado la hora de equilibrar las cosas. Además, un trato es un trato. Y debo asegurarme de que se cumpla”. En efecto. El chico se viene conmigo y ambos volvemos al stand del Club de Karate. Rellenamos el formulario de inscripción y quien está al cuidado del lugar nos da la bienvenida. Sonrío y le comento que le comunique a su capitán que, a partir de mañana, podrán entrenar en el gimnasio.

Tras todo esto, me marcho. Sin embargo, antes de hacerlo, mi acompañante se presenta:

Sumimasen por la descortesía pero creo que no te he dado las gracias. Me llamo Genda Hideaki. También soy de 1º A. Tú debes ser Kasuga Izumi-san.

– Sí, mucho gusto. De todas maneras, antes deberías preparar la renuncia al Club de Judo, ¿no crees?

– Es verdad. Pero me gustaría saber cómo lo has hecho.

– Ah, no sido nada especial. Tan sólo que no soporto a los abusones. Otro día te lo explico más en profundidad. Nos vemos mañana.

Ni tan siquiera había reparado en él. Se nota que este trimestre he hecho demasiadas campanas. Cuando okāsan se entera de que me he apuntado al Club de Karate, reacciona de una manera, cuando menos, curiosa. Por un lado, siente satisfacción. Supongo que será porque piensa que la disciplina de las artes marciales me calmará. No obstante, hay un poso de miedo que logro adivinar en su cara. Podría leerle directamente la mente… Pero otōsan está junto a ella, y se daría cuenta de que he usado los poderes. Por su parte, Akemi está entusiasmada:

– ¡Enhorabuena, Izumi-chan! Has derrotado al número tres de la lista.

– ¿El número tres?

– Sí, el tercero de la lista de popularidad masculina del bachillerato. Es una iniciativa de las chicas de las clases de primero. Dicen que es una respuesta a las que elaboran los pervertidos sobre nosotras. En las votaciones, que han sido anónimas y secretas; el número uno es tu capitán, Nakamura Hatsuharu-san, de 2º B. El dos es Daymiō Tetsuya-san de 2º A; y el tres, el capitán del Club de Judo, Yasuda Kentarō-san, de 2º C.

– ¿Y yo?

– Una chica te ha votado, pero no lo han contabilizado. Dicen que no incluyen a chicos de reputación dudosa. Lo que no sé es qué pasará ahora que has logrado ganar a Yasuda-san.

A la mañana siguiente, lo averiguo y tomo conciencia de ello. Cuando me presento en el gimnasio para el entrenamiento con el club, me encuentro con una muchedumbre congregada en el lugar. A pesar de que son los últimos días de clase, la noticia de mi victoria sobre el capitán del Club de Judo ha corrido como la pólvora. Lo compruebo cuando entro. Todo el mundo me observa expectante.

El equipo se reúne para la presentación de los nuevos miembros ante el capitán. A quien se dirige primero es a mí:

– Tú debes ser Kasuga-kun. Domō arigatō por lo de ayer. Hacia tiempo que nadie le bajaba los humos a ese cretino de Yasuda-san.

– No se merecen. Me he apuntado porque creo que aquí mejoraré mi técnica.

Lo que me ha dicho es un cumplido. No me hace falta leerle la mente para adivinar que tiene un miedo atroz a que le levante la capitanía. Pongo mi mejor cara y trato de pasar desapercibido para que ese temor no aumente. Bastantes enemigos tengo como para que, encima, sume uno más a la nómina. Acabado el entrenamiento y tras la ducha, empiezan las clases. En mis ratos libres, Genda me sigue a todas partes. Incluso a la hora de la comida, cuando me refugio en la azotea. Al preguntarle porqué lo hace, me responde que por agradecimiento. Se comporta igual que alguien que se ha perdido en el oleaje y ha encontrado un daymiō a quien servir. Finalmente, acepto que me acompañe.

En la conversación que se inicia a continuación, que se asemeja más bien a un monólogo, descubro que mi compañero; en apariencia débil, flaco, y bajito; es un buen tipo, divertido, extrovertido y dicharachero. En un momento concreto, me recuerda lo que se quedó pendiente:

Sumimasen por insistir pero, ¿cómo te la apañaste para derrotar a Yasuda-san? Me dejaste alucinado.

– Ya te lo dije, no fue nada del otro mundo…

– Insisto, onegai shimasu

– Está bien. Te lo explicaré porque hoy es el último día de clase. La verdad es que adapté algunas técnicas de aikidō a los movimientos del judo. A parte de que Yasuda-san, como creo que acertadamente dijo Nakamura-sempai, es un imbécil. No te lo he preguntado pero, ¿por qué te apuntaste al Club de Judo?

– Porque el imbécil fui yo. Hice caso del eslogan del club. Hasta hace poco había estudiado en institutos masculinos. Pensé que, si practicaba judo, tendría más posibilidades de ligar. Además, mis padres regentan un do jo de kendō muy prestigioso en Kyōto. Y se supone que yo soy el heredero. A no ser que alguna de mis hermanas acepte la responsabilidad o alguno de mis futuros cuñados adopte el apellido.

– Ja, ja, ja, ja, ja, ja.

Acabo de descubrir su punto débil: es un ingenuo. En ciertos aspectos, me recuerda a mi padre, según lo que me había contado okāsan. Sin embargo, también cometo el mismo error que Yasuda. Le menosprecio:

– Kasuga-san, ¿por qué empezaste a aprender artes marciales?

– Porque… – No le puedo decir la razón verdadera. Pero sí una media certeza – Fue una imposición de mi madre. He practicado aikidō, kendō, jujitsu y algo de kempo y karate. Las katas me salen bien, pero necesito profundizar para mejorar mi estilo.

– ¿En serio? Me gustaría entrenar contigo. Creo que a tu lado aprenderé mucho y podré convertirme en un digno heredero del do jo familiar.

– Si tú lo dices…

Por fin llega el día de la ceremonia de clausura. Casi se podría decir que muchos se comportan como los reos que están a punto de salir con la condicional. La excitación de ese momento se palpa en el ambiente. Sin embargo, es más bien efímera. ¿Vacaciones? ¿Quién lo dijo? Entre los entrenamientos del club, las actividades y, sobretodo, los deberes, el tiempo libre brilla casi por su ausencia. Y doy gracias que este verano no tendré que ir a ninguna academia de refuerzo.

Un domingo por la mañana, recibo una visita inesperada: Genda me llama para entrenar en un parque. Okāsan sonríe cuando le ve. A lo mejor es porque, por primera en mucho tiempo, hay gente que me llama a casa. Le hago pasar a mi habitación. Me envidia: la suya es un auténtico caos. Mientras busco el kimono de entrenamiento, mi compañero se queda aún más pasmado. No le quita el ojo de encima a mi colección de Mangas, en especial a los clásicos. Tampoco a mis discos, entre los cuales le llaman especialmente la atención los de Phil Collins, Genesis, Roxette y Peter Gabriel. De alguna forma, tengo que compensar el hecho de que nuestra madre nos prohibiera la consola desde pequeños. Suerte que nadie sabe que jugaba en las salas recreativas o en casa de mis colegas.

Genda presta especial atención a un volumen. ¡Uffff!, si me pilla ofukuro-san, otōsan me pega un repaso a fondo de la cartilla. Mira que me advirtió que no lo dejara a la vista. El Manga en cuestión es un volumen de Te perdonaré de Hatta Kazuya. Me pregunta cómo lo he conseguido. Fácil, mi padre es amigo del autor y de Komatsu Seiji, su agente y director de cine. Añado que los tres estudiaron también en el Kōryō, como mi madre. Mi compañero se queda boquiabierto. No debería hacerlo, pero me cuestiona si le puedo conseguir un ejemplar firmado por Hatta. Se declara un gran admirador suyo. Cuando salimos, quien se queda pasmado soy yo. Okāsan también ha preparado su mochila. Nos acompaña y, antes de que pueda abrir la boca, me comenta que va para ayudar a Genda y, ya de paso, enseñarle el do jo que perteneció a la familia de Mado-ojīchan.

El resto de la semana entrenamos en el gimnasio. El Club de Fotografía, como otros tantos, tampoco se escapa del ritmo frenético de las actividades. Casi todos los días, Amateratsu se pasa por allí a saludar. Es una buena chica, pero en ese instante estoy concentrado en el entrenamiento y no puedo distraerme. A pesar de todo ello y del desconcierto que le produce mi actitud, su sonrisa no se borra. Hasta que, un día, Genda casi me lo recrimina:

– ¿Sabes Kasuga-san?, te envidio.

– ¿Por qué?

– Porque eres afortunado. Tienes a una chica muy maja que te hace caso.

– No es lo que te piensas. Apenas la conozco.

– ¡¿Cómo te puedes permitir el lujo de decir eso?! ¡Alégrate! ¡Otros como yo no tenemos esa suerte!

Creo que he pecado de poco delicado. Por desgracia, todavía carezco de la confianza suficiente como para explicarle que tengo que protegerme para no sufrir más en lo que respecta a ese tema. La siguiente cuestión me pilla totalmente a contrapié:

– ¿Es que no te gusta ninguna chica?

– Más bien, es que tengo que pasar del asunto. – Abrevió para no complicar más la situación –. Creo que ya sabes lo que dicen de mí.

– Pues si te digo la verdad, no lo sé… A mí quien me gusta es una chica que toca maravillosamente bien el piano.

– ¿Y sabes cómo se llama?

– Por desgracia, no lo he podido averiguar. Y tampoco he visto su cara. Pero si de algo estoy seguro es de que las melodías que salen de ese instrumento sólo las puede ejecutar una persona agradable.

Definitivamente, es un ingenuo… Un momento. ¿Ha dicho alguien que toca el piano? ¿No será?... No, me consta que hay más gente en el Club de Música, a parte de mi hermana, que lo toca. Además, no le ha visto la cara. Tras el entrenamiento y la ducha, para disculparme por mi actitud, decido acompañar a Amateratsu hasta su casa. Genda se queda para escuchar a su amada. Por el camino, casi no articulo una palabra. Apenas la conozco y no sé de qué hablar. Sin embargo, es ella quien decide llevar el peso de la conversación. Y de ésta, mis sensaciones se reafirman. Es una muchacha encantadora, alegre, un poco patosa, dubitativa y simpática.

Este junio se me hace raro. Suele ser un mes bastante pasado por agua. Sin embargo, esta vez llueve más bien poco. Y Genda y yo lo aprovechamos para tomarnos un descanso de tanta actividad. Una mañana, mi compañero se presenta en casa con el macuto y aspecto playero. Me anima a ir a la piscina del club deportivo que hay no muy lejos de allí. Casi a rastras, acepto. Me resulta extraño, sobretodo porque en verano no pongo el pie en una, salvo que sea en clase de Educación Física. No comprendo nada de las intenciones de Genda hasta que llegamos allí. ¡Ufff!, las vistas son sensacionales. Casi había olvidado que, lo que en verdad altera la sangre no es la primavera sino el verano. Demasiados centímetros de piel al descubierto.

La falta de costumbre hace que ambos olvidemos ciertas cosas obvias. Una de éstas es el tema de broncearse la espalda. Según con quien, no queda bien… Y menos delante de Fujiwara y compañía que, como no podía ser de otra forma, pululan por allí. Además, su especialidad es la difusión de rumores ajenos. Aunque, bien mirado, podríamos pedírselo a alguna chica. Extendemos las toallas, nos quedamos con la camiseta puesta y reconocemos la panorámica. Lo ideal sería alguien amable. No obstante, antes de que se me ocurra pedírselo a Genda para ahorrarme un lío, éste se me adelanta y casi me mete de lleno en uno:

– Kasuga-san. ¿Por qué no se lo pides a Fujiwara o a alguna de sus amigas? Son atractivas, son guapas…

– Digamos que mi relación con ella no es, precisamente, cordial. ¿Por qué no se lo pides tú?

– Veras… Es que el nampa no es lo mío.

– ¿?

– Como ya te conté una vez, antes de empezar el bachillerato estudiaba en un colegio masculino y, claro, casi no me he relacionado con otras chicas que no fueran mis hermanas. Pensé que; como tú has estudiado en el Kōryō, que es mixto, durante tanto tiempo; tendrías más facilidad en el trato.

– Pues siento decepcionarte, pero en ese aspecto estoy casi en las mismas.

El problema está en con quien he tratado habitualmente. De ahí que le tenga que contar una media mentira. Sin embargo, la cosa se complica todavía más. Fujiwara se acerca hacia donde estamos:

– ¡Vaya, Kasuga-san! Cuanto tiempo sin vernos. ¿Es que tienes alergia al sol?

– Más bien la tengo a ciertas palabras. Aunque me la podrías curar si te ofrecieras a darnos crema por la espalda a Genda-san y a mi. Lo que no sé es lo que dirían tus amigas.

– ¡Kumiko-kun! Ven aquí.

Una nueva víctima de sus juegos. Alguien que quiere entrar en su círculo y tiene que superar la prueba. Una chica de la clase de mi hermana cuya única suerte va a ser que nosotros somos unos tipos más decentes que los que suelen alternar con Fujiwara. Primero broncea a Genda de arriba abajo. Luego a mí. Y, justo en ese momento, todo se acaba de torcer: Amateratsu contempla la escena con rostro entre pasmado y desengañado. ¡Maldita víbora asquerosa! Sabía que estaba allí y lo ha maquinado de manera casi perfecta. Su sonrisa maliciosa no deja lugar a la duda. Quiere alejarme de ella por haberla protegido aquella noche. Quiere decirle “este tío no es de fiar porque está con nosotras y formaba parte del juego”.

Después de que el bronceador se haya secado sobre mi piel, me zambullo en la piscina. Su expresión se ha quedado grabada en mi mente y no puedo quitármela de la cabeza. Tan absorto estoy que no reparo en lo que se me viene encima. Alguien que se lanza desde el trampolín choca contra mi cuerpo. Me quedo debajo del agua medio inconsciente. Sólo me ata a la realidad la visión de un bikini rojo con flores blancas y un cuerpo realmente hermoso. Cuando, tumbado sobre la superficie vuelvo totalmente en sí, tropiezo con dos rostros. Uno es el de Genda, que todavía no se ha recuperado del susto. Y el otro… Es el de Amateratsu. Presto atención a su bikini. Ha sido ella quien me ha rescatado. Tiene un cuerpo bien proporcionado. Lo había visto de cerca tras el incidente en Shibuya, cuando la acosté en su cama. Pero así me resulta tan hermosa.

Una vez me recupero, le doy las gracias. Ella sonríe y se marcha corriendo hacia la zona infantil. A continuación, Genda me cuenta cómo ha sucedido todo. Lo que más destaca es la velocidad de Amateratsu para rescatarme. Es una nadadora excelente, con una forma de zambullirse digna de una especialista. Al cabo de un rato, mi madre acude para ver cómo me encuentro. Estaba jugando a tenis con una compañera de trabajo en la pista de al lado y se ha llevado un buen susto. Me pregunta quién me ha sacado de la piscina. Le comento que ha sido la chica de la chaqueta. Sonríe y me da dinero. Medio en serio, añade algo que me deja perplejo: “¡Agradéceselo como merece!”.

Mi compañero ha leído la situación y se evade. Se excusa con el recordatorio de un recado pendiente. La acepto y empiezo a buscar a Amateratsu por el recinto. Fujiwara y compañía han desaparecido del mapa. Tanto mejor. Finalmente, reconozco su figura en la zona infantil. Cuida de dos niños gemelos de seis años. La escena me confunde un poco. Tengo miedo de que me tenga en cuenta la escenita anterior con la ‘amiga’ de esa víbora. De todas maneras, decido comprar un par de refrescos y guardo algo de dinero por si los niños quieren helados.

Mis miedos se disipan cuando llego ante ella. Me saluda, me recibe con una amplia y cálida sonrisa, y me ofrece asiento junto a ella:

Sumimasen, por no haberme disculpado como es debido. Espero que te guste el té frío. Domō arigatō por haberme rescatado.

– No hay de qué. Tú ya hiciste lo mismo cuando era yo la que estaba en apuros.

Silencio. Es lo que sucede a ese agradecimiento. Por lo pronto, no me tiene en cuenta lo anterior. Lamentablemente, me cuesta encontrar las palabras adecuadas. Apenas la conozco y no sé de qué hablar. La pregunta que me formula logra que, el pensamiento que ronda por mi cabeza, se fugue:

– Kasuga-san, ¿en qué piensas?

– La verdad es que en nada… Bueno, en lo de antes.

– No te preocupes. – Su sonrisa se expande todavía más. – Tratándose de quien se trataba, no le he dado más importancia. Yo ya pasé por ese juego. Además, no creo que lo que me dijo de ti fuera cierto.

– ¿Y qué fue?

– Que eras un delincuente muy peligroso, indisciplinado y relacionado con auténticos criminales y yakuzas. Alguien así no ayuda a una chica desamparada y en apuros.

Amateratsu acaba de decirme una media verdad. Son las luces que indican la posición de una tormenta que, poco a poco, se aleja. Todavía no se ha hecho la luz. Pero el clima se aclara paso a paso. A pesar de que en principio me parecía una chica intangible e inalcanzable, cada vez la siento más próxima. Genda tiene razón. No se merece el trato que le he dispensado hasta la fecha. Tal vez merezca una oportunidad.

De repente, una voz infantil nos interrumpe:

Onēchan, ¿es tu novio?

– Juni-chan, eso no se pregunta, son cosas de mayores. Vete a jugar con Shin-chan. Disculpa a mi hermano…

– No hace falta. A esas edades los niños tienen mucha imaginación. ¿Cómo es que no han venido tus padres?

– Mi padre es viudo y siempre está muy ocupado. Trabaja como fotógrafo paisajista.

– Anda, igual que mi abuelo. ¿Y tu madre?

– Falleció al dar a luz a Junichirō y Shinzo. También era fotógrafa, como otōsan. Yo soy quien cuida de ellos, cocina, lava y plancha… ¿A qué se dedican tus padres?

Otōsan es periodista gráfico y fotógrafo. Por lo visto, conoce a tu padre. Y okāsan es profesora de música y compositora. Ambos se ausentan durante una temporada fuera del país, pero se turnan para que uno de los dos esté siempre con nosotros. Ella es la que compone y escribe los temas de, entre otros, Hayakawa Mitsuru-san.

– ¡¿Qué me dices?! ¡¿Tu madre es Ayukawa Madoka-san?! ¡Como me gustaría tener un disco firmado por ambos! Me encantan sus canciones.

– Mi madre es muy estricta y exigente, pero no es mala. Tan sólo es así, incluso consigo misma. Se pasa encerrada muchas horas en el estudio. No sé si la viste cuando me devolviste la chaqueta. Ya la conocerás. Y de Hayakawa-san, ¿qué quieres que te diga? Es un impresentable. Me pregunto cómo lo aguanta su mujer.

 – Y a ti, ¿te gustaría seguir sus pasos?

– Todavía no me lo he planteado. ¿Y tú?

– Desearía ser tan buena fotógrafa como mis padres. La verdad es que es lo que me hace disfrutar. Por eso me he apuntado al Club de Fotografía. ¿Puedo sacarte una foto?

Iie, ahora no estoy presentable.

– De acuerdo. No insistiré. Pero prométeme que, algún día, podré sacarte una.

Durante el siguiente silencio que se produce, las inocentes palabras del hermano de Amateratsu irrumpen en mi mente. Me encuentro muy a gusto con ella. Tal vez, como nunca en mucho tiempo. Sin embargo, no las tengo todas conmigo. ¿Y si en verdad le gusta otro chico? No me queda otra alternativa. Me concentro, y trato de penetrar en su mente para leer lo que se está escribiendo. No creo que se dé cuenta. Lo que acontece a continuación me espanta. Es como tropezar con muro de grosor y altura infinitos. Una pared de oscuridad, tinieblas y terror. ¿Qué demonios es esto? Mi cabeza entra en corto circuito. Mi propia energía vuelve como un bumerán doloroso. Va a estallar. Finalmente, regreso a la realidad.

Me quedo mirando fijamente a Amateratsu. Ella me sonríe de manera forzada. No sé qué es lo que oculta, pero lo que mi mente ha captado es una fuerza parecida a la de la familia de mi padre. Sólo que más terrorífica. Decido dejarlo correr de momento y tratarla con la máxima naturalidad posible. Charlamos sobre cosas banales y procuro pasar el resto del encuentro de la manera más normal posible.

Opto por volver a casa solo. No paro de darle vueltas a lo que mi mente ha captado. Llamo a Ojīchama a través de la telepatía. Pero no está. Podría hablarlo con otōsan. Pero lo más seguro es que me diga que me aleje de ella. Perdería un gran apoyo. Y la tormenta me volvería a engullir. Es mi hermana Akemi quien me conecta al momento presente:

– Vaya, hermanito, dices que no pero parece ser que sí.

– ¿A que viene eso?

– ¿Qué tal te ha ido con Amateratsu-san? Okāsan me ha contado que casi te ahogas y que te ha salvado.

– Sí, es verdad, pero no es lo que piensas. Es una chica maja y amable, pero no es mi tipo. – ¿Qué estoy diciendo? – No quiero que empieces con historias absurdas que no tienen ni pies ni cabeza. Como lo que pasó con Iwajima-san.

– Tranquilo, no diré nada. Además, me parece que quien de verdad le gusta es tu capitán.

– ¿Nakamura-sempai?

– Eso he oído.

Las palabras de mi hermana me dejan helado. Los celos empiezan a morderme los pies. Justo cuando empiezo a encajar hechos, todo cuadra. Ahora entiendo porqué viene casi todos los días al gimnasio a saludar. No es por mí, sino por el capitán. Podría ser así pero… No puedo leerle la mente. Y lo que me cuenta Akemi se basa sólo en rumores. Lamentablemente, los celos siguen su imparable festín y ya casi han devorado mi cuerpo. La noche que sigue se convierte en una larga tormenta de insomnio, incertidumbre y tristeza.

Aula 4: Fuegos artificiales (“Fireworks”)

No ha sido una, no. Han sido varias las noches de insomnio que he sufrido devorado por los celos y la tristeza. Es la primera vez que echo de menos a alguien en mi vida. La tormenta me vuelve a engullir con violencia. El sol ha desaparecido. De todas formas, ¿por qué me hago ilusiones? Apenas sé nada de Amateratsu. Y lo que he contemplado al leer su mente no resulta nada alentador. ¿Qué se oculta tras ese muro de oscuridad y tinieblas que la rodea? ¿De dónde proviene esa energía tan similar a la de nuestra familia?

Tan dormido estoy que ni tan siquiera me doy cuenta de que okāsan ha entrado en nuestra habitación. Cuando corre las cortinas y se acerca a despertarnos, me sorprendo: hoy está muy afectuosa. Más que de costumbre. Abro los ojos y sonríe. Me pide que me levante y espabile. Nos vamos a la playa. A la hora de desayunar, cuando estamos todos juntos, otōsan nos comenta que tía Manami había llamado el día anterior para que celebrásemos Tanabata junto a ella y mis tíos. Entusiasmado, había aceptado. Normalmente, suele dudar… Sin embargo, cuando se trata de comida, eso no sucede. Y mucho menos si la cocinera es mi tía o mi madre. Cada verano, el Ikkoku se traslada a un chiringuito de playa desde Yokohama hasta Chiba, al otro lado de la bahía de Tōkyō. Es un gran negocio, puesto que siempre está tan lleno como el restaurante que tienen en Kanagawa. De ahí las ganas de mi padre por ir hasta allí.

No obstante, el asunto representa un problema para mí. Aunque había ido a la piscina con Genda unos días atrás, no sé dónde he metido el bañador. La falta de costumbre y el hábito de ir en verano a academias de refuerzo, me obligan a preguntarle a mi madre. Como siempre, siendo previsora, me enseña dos: Uno para lucir y otro para cuando me seque. Tras decidirme, pienso en cómo entretenerme. Teniendo en cuenta que mis tíos van a estar muy ocupados atendiendo a los clientes y mis primos posiblemente no estarán, decido meter lectura y deberes en la mochila. Mejor quitarse trabajo de encima cuanto antes. Si no, me aburriré como una ostra.

El trayecto hasta Chiba se convierte en un suplicio: tres horas de sol, calor pegajoso, atascos y paso de tortuga. En principio y por fortuna, el Mercedes Klasse E de Mado-ojīchan tiene climatizador… Pero canto victoria demasiado rápido: al cabo de una hora y media, la temperatura del motor obliga a okāsan a desconectarlo para no reventarlo y a bajar las ventanillas. Al hacerlo, una bofetada de sopor nos golpea. No tardamos ni dos minutos en sacar los abanicos. Otōsan, sentado como copiloto, airea a mi madre.

Finalmente, llegamos a nuestro destino. Bajamos con prisa del coche. La brisa del mar alivia la asfixia de sauna que hemos sufrido. Como esperábamos, la playa está llena. Nos apresuramos a buscar sitio. Sin embargo, ni mi padre ni mi hermano pequeño están por la labor. Es la primera vez en años que piso la playa y, al igual que ellos, recuerdo que lo mejor son las vistas. Como se nota que es en verano cuando la sangre se altera de verdad. Y no es para menos. Cuando me giro, tropiezo con el rostro enfadado de ofukuro-san. Va a pegarle un codazo. Por su parte, mi hermana no ha podido esperarse: ya luce su bañador rojo. Entonces, mi madre tiene una idea mejor: también se desviste para lucir el último bikini que se ha comprado. Otōsan, al fin, reacciona y se centra en la tarea de buscar un lugar donde colocarnos.

Una vez nos hemos asentado, nos volvemos a broncear. Mientras mis hermanos se dan un chapuzón y mi madre aprovecha para tomar el sol, mi padre y yo nos dirigimos hacia la parada de mis tías. Suerte que hemos encontrado un lugar cercano. Aunque la hora de la comida queda lejos, registra un buen aforo. Como esperaba, todos están muy ocupados. Lo que más me sorprende es ver a mi tío Yun tomar nota de los pedidos. Un ingeniero naval ejerciendo de camarero. No obstante, cuando presto atención a los rostros de la clientela femenina, lo entiendo todo: ¡Qué lista que es tía Kurumi! Todo sea por tener un gancho que aumente los beneficios. Lo van gastar de tanto mirarlo… ¡Y qué morro que tiene! Mira que aprovecharse de su amabilidad. Por lo que me contó una vez tía Manami, ambos se conocieron en el instituto gracias a mi madre. Además, él fue el primero en averiguar el gran secreto que nadie en el Kōryō sabía: de quién estaba enamorada okāsan.

Como también espero, tía Manami ocupa su lugar favorito: la cocina. Tío Sōichirō vigila la caja. Y no por casualidad. Trabaja como contable en una empresa de electrónica y supervisa los números del Ikkoku. Takashi-ojīchan me dijo que ambos se conocieron en la Tōdai. Ella era muy reacia a salir con él por la diferencia de edad. Tiene dos años menos y eso se nota. Fue mi propio abuelo quien la convenció. Y, visto lo visto, acertó. Cuando está con nosotros se comporta como un niño grande. Le encanta el béisbol y un deporte tan poco común como el baloncesto, sobretodo la NBA, como declarado incondicional de los Chicago Bulls. A la ACB española se enganchó tras el Mundial que se celebró en el país. Dice que no le extraña que ganaran el título. Con permiso de los argentinos y los americanos, tienen el mejor nivel de juego.

Tía Kurumi se encarga de la barra, junto con el resto del personal habitual del restaurante y algunos estudiantes con arubeito. Al vernos, se acerca para saludarnos de manera muy efusiva. Mi tía se queda muy sorprendida al verme. Me dice que he pegado un buen estirón y que, de aquí a nada, voy a dejar a mi padre atrás. Tía Manami no tarda mucho en salir de la cocina. Mi padre le comenta que okāsan vendrá al mediodía. También mis tíos me saludan. Tío Sōichirō agrega algo que me sorprende: todos mis primos han venido. De hecho, Eīchi y Kazuma me están esperando. Cuando pregunto por mis primas, me pide que baje la voz: Minako no ha podido esperarse y ha salido en mi búsqueda. Me sugiere que me retire de allí antes de que me vea. No sea que tía Kurumi se enfade.

A pesar de que no entiendo de qué va todo aquello, sigo el consejo de tío Sōichirō, me despido de todos y le comento a mi padre dónde voy a estar. A continuación, me dirijo hacia un espigón próximo. Allí, mis primos pasan el rato pescando. Cuando me ven, me saludan como suelen hacerlo: con algún movimiento de aikidō, esquivado convenientemente. Tanto Eīchi como Kazuma son gemelos idénticos. Tienen 14 años y cursan 3º de secundaria en el Instituto Ka Tsukino. Como los otros Kasuga, poseen poderes sobrenaturales tales como telepatía, telekinesis, hipnosis, desplazamiento, intercambio de cuerpos, y concentración y uso de su ki. Esta última habilidad la canalizaron a través de las artes marciales, que practican por consejo de okāsan y de Takashi-ojīchan. Aunque físicamente son clavados a tío Sōichirō, sus personalidades son muy diferentes: Eīchi es bromista, locuaz, alegre y amable; además de un ligón empedernido, un loco del béisbol y un estudiante de la media. Podría ser mucho peor, si no fuera porque tía Manami es tan estricta como mi madre, y porque tiene la fea manía de intercambiar su cuerpo con el de su hermano cada vez que está apurado. Kazuma, en cambio; es serio, sosegado, brillante en sus calificaciones y responsable como mi tía; con quien comparte su afición por la cocina. Tiene en común con mi tío la pasión por el baloncesto.

Ajeno a todo está el hermano de Suzuna y Minako, Yun. Tiene un año menos que Eīchi y Kazuma; y estudia 2º de secundaria en el Yokohama Naval High School, un instituto fundado por ingenieros japoneses oriundos de los Estados Unidos que regresaron al país. Posee telekinesis, sueños premonitorios, y puede desplazarse en el espacio. Le encanta todo lo tecnológico y ha desarrollado la facultad de convertir su ki en electricidad. No tengo ni idea de cómo se las ha apañado. Además, adora los Manganimes del género mecha. Se pasa horas enganchado a la consola pero ello no impide que sea un excelente estudiante con calificaciones brillantes. Lleva gafas y es una fotocopia física de su madre. De su padre ha heredado su buen carácter y su amabilidad. Es un poco torpe pero muy esforzado como mi padre. Le encanta el mar, y es ahí donde demuestra sus habilidades. De hecho, por lo que observo, ya está dejando en evidencia a mis primos: lleva más piezas pescadas que ellos.

Nada más verme, pregunta por Akemi. Para él, es como su otra hermana mayor. Le comento dónde está y cómo llegar. Al observar el rostro de Eīchi cuando se marcha, intuyo que aquello es gloria bendita para él. Nos agrupa a Kazuma y a mí en un corrillo:

– Menos mal. Por fin podemos hablar de asuntos importantes sin que nos moleste.

– ¡Oye!, ni que tu primo fuera un extraño.

– ¡Hey!, Izumi-chan, ¿cómo llevas el tema? – Me pregunta mientras me esgrime su dedo meñique.

En una cosa tiene razón: en esta época resulta inevitable no hablar del ‘tema’. Sólo hay que prestar atención a las vistas. ¿A quién no se le altera la sangre viendo lo que contemplamos? Trato de defender a Yun, quien ha quedado excluido de la conversación por mi maniobra no intencionada:

– ¿Por qué te has esperado a que Yun-chan se fuera para hablar del ‘tema’?

– ¡Baka! ¿Tú crees que a un ratón de biblioteca como él le interesa?

– ¡No te pases, macho man! Te recuerdo que ‘ese ratón de biblioteca’ tiene sólo un año menos que nosotros – Interviene, enojado mi primo Kazuma – ¡Ya podrías dejar algo para los demás!

– Hermanito, si no fueras como eres y dedicaras más tiempo a perfeccionar el arte del nampa, te las llevarías de calle. Yo me preparé el día de San Valentín a conciencia y la cosa fue como una seda. Mi taquilla rebosaba chocolate por los cuatro costados al final del día.

– Entonces, si tan sobrado vas, ¿por qué no te intercambias tu cuerpo con el mío a la hora de quedar con una chica, y no sólo cuando la soga de okāsan te empieza a apretar?

Medio en broma, medio en serio, se empiezan a pelear. Por un momento, desconecto para disfrutar del sol y de las vistas. Sin querer, un rostro irrumpe en mi mente. Esa acción me va a salir cara:

– Y a ti, Izumi-chan, ¿no hay ninguna chica que te guste?

– ¡Como si estuviera yo para esas historias! Ya podéis ir dando las gracias de que no sabéis lo que es pasarse los veranos en una academia de refuerzo. Además, no tenéis ni idea de los quebraderos de cabeza que me dan vuestros primos y la de moscones que tengo que apartar a Akemi de en medio.

– ¡¡No seas mentiroso!! ¡¡Sabemos que hay una que sí!! –. Me espetan los dos al unísono.

Eīchi y Kazuma sonríen maliciosamente. Aunque no los veía desde el Hanami Chana, ya se me olvidaba que pueden leer mi mente como un mapa abierto. Puesto que engañarles resulta inútil y no he tenido tiempo de proteger mi mente de sus incursiones, utilizo una táctica más inteligente. Dosificar la información:

– Esta bien… No es que pueda decir que me guste… Más bien me ha llamado la atención. Va a mi clase y es una chica muy maja pero…

– ¿Está buena? – Este salido de Eīchi.

– Está bien… Sin embargo, hay algo que me asusta de ella.

– ¿Practica el enkō?

– ¡¡¡Eīchi-chan, maldito hetaión, ponte una barra de hielo en la cabeza antes de que la fiebre te funda el cerebro!!!... No, es algo mucho más serio. Os pido, por favor, que me guardéis el secreto y que no le digáis nada ni a mi padre ni a las tías.

– Tú dirás. – Tercia con voz seria Kazuma.

– Es algo extraño. Cuando intenté leerle la mente, descubrí una energía parecida a la que poseemos todos los Kasuga. Sin embargo, ella no pertenece a nuestra gente y, por lo que sé, es la hija de un amigo de otōsan que tampoco es oriundo de Nīgata.

– A lo mejor lo heredó de su madre.

– Podría ser, pero cuando nos conocimos me comentó que venía de Fukuoka. Onegai shimasu, no le comentéis nada a nadie hasta que averigüe algo más.

– Oye, Izumi-chan. ¿No es aquella Madoka-nechan?

Cuando me giro, observo a mi madre disfrutar del windsurf. Maneja la vela con una habilidad excepcional y mantiene el equilibrio con maestría. Estoy entre pasmado y maravillado. No conocía esa faceta de okāsan. Sabía, por lo que me había contado Mado-ojīchan que, de joven, había practicado surf durante sus estancias en Hawai. Pero no me imaginaba que conservara sus facultades intactas… Nada que ver con mi padre, que dedica la mayor parte del tiempo al sudoku y a otros pasatiempos. Él dice que es muy torpe para esas cosas. Sin embargo, todo se reduce a una cuestión de gandulería. Con utilizar discretamente los poderes, le basta y le sobra.

Tras la pesca, mis primos y yo nos dividimos. Ellos se dirigen a la parada para ayudar a mis tíos a preparar todo para la comida. Por mi parte, vuelvo donde nos hemos instalado. Por el camino, tropiezo con una escena que me resulta muy familiar… Si no fuera porque uno acostumbra a ser el actor principal de semejante acción y quienes se aproximan los secundarios: dos prototipos de sementales de playa, con las gafas de sol rotas y cosidos a moratones por todas partes. Se apoyan el uno en el otro y caminan con bastantes dificultades. Un temor bien conocido me recorre el cuerpo. Otro lío a resolver. Cien metros más adelante, me encuentro a mi hermana… Y a okāsan:

– ¡Akemi-chan!, ¿se puede saber qué demonios ha pasado?

– Pues… Lo de siempre. Ellos querían invitarme a algo, yo les dije que no pero ellos insistieron… Y entonces apareció okāsan.

– ¿Y?

– Cometieron la estupidez de no querer hacerme caso. Trate de ser cortés y educada con ellos pero, en fin…– Tercia mi madre.

– Se pusieron tan pesaditos que acabaron por ponernos la mano encima. Y ya sabes lo mala que es esa idea, en especial cuando se trata de mamá… Onegai shimasu, Izumi-chan. Te lo agradezco mucho, pero ya soy mayorcita para defenderme. Además, era un dos contra dos. Otra cosa hubiera sido que estuviera sola. Entonces, con utilizar los poderes…

– ¡¡Ni se te ocurra!! – Le gritamos al unísono mi madre y yo.

Cuando llegamos al lugar donde está nuestra sombrilla, me quedo petrificado. Empiezo a entender a qué se refería tío Sōichirō cuando me comentó que lo mejor era que me marchara rápido. Y, sobretodo, la ausencia de Minako en la celebración del Hanami Chana. Allí están mis primas. Y debo reconocerlo… ¡Están realmente atractivas con los bikinis que llevan! Por un instante, desvío la mirada hacia ofukuro-san. Su gesto, anteriormente alegre y jocoso por la anécdota de los dos ligones de playa, se ha torcido hasta convertirse en una mueca de cabreo total y absoluto. Mi padre todavía está lejos. Lo suficiente como para que pueda entrar en su mente y ver qué se le está pasando por la cabeza. ¡¿Queeeeeeé?! ¡¿Qué mi prima Minako está colada por mí?!

Ese pensamiento me deja paralizado. Tanto ella como su hermana Suzuna estudian 3º de secundaria; y son realmente atractivas y populares en su instituto, el Ka Tsukino de Yokohama. A pesar de contar sólo con 14 años miden 1,70; y se parecen muchísimo a tío Yun que, por lo que me ha contado mi madre y a la vista de lo que contemplo hoy, se conserva muy bien. Como casi todos los miembros de la familia Kasuga, disfrutan de ciertas habilidades; tales como la telepatía, la hipnosis y el desplazamiento en el tiempo. Sin embargo, hacen muy buenas migas con mi hermana Akemi, ya que guardan esa manera traviesa y rebelde de ser de tía Kurumi. Aunque, en el fondo, no tienen malicia. Además, son unas estudiantes pasables, lo cual suele enojar a mi exigente tío.

Esas son sus similitudes, ya que en lo tocante a los gustos, son el día y la noche. Suzuna adora los kimonos, la ceremonia del té, el arreglo floral y la cocina, lo cual hace que siempre esté cerca de tía Manami. En cambio, Minako es una gran deportista. Pertenece al Club de Voleibol; donde la conocen por las iniciales PQ, “Playground Queen” o “Reina de la Pista”. Está considerada como una de las mejoras jugadoras de secundaria de todo Kanagawa e, incluso, los técnicos de la federación japonesa le están realizando un seguimiento exhaustivo para llamarla o no a la selección nacional.

Junto a ellas está Kano, que tiene un año menos y estudia 2º de secundaria en el mismo instituto. Para mi tío y mis primos es la ‘rara’ de la familia. No es ni por la telekinesis, ni por la autosugestión, ni porque pueda parar el tiempo y desplazarse dentro de éste. Es por una facultad casi inédita en los Kasuga: la personalidad bipolar. Cuando se enfada da verdadero miedo. Tanto que, cada vez que Eīchi y Kazuma se pelean y ella intercede, procuran no cabrearla. Es una estudiante seria, brillante y responsable como tía Manami, y un crack con todo lo relacionado con las artes; en especial la escritura, la fotografía, la música y lo tradicional. Está muy unida a okāsan y es el ojito derecho de otōsan. Takashi-ojīchan cree que la razón está en su físico: comenta que cada vez se parece más a Akemi, su primera esposa, y madre de mi padre y mis tías.

Como esperaba, Minako me lleva a rastras hacia donde están ellas, y me invita a jugar con el balón. Por inercia, acepto la propuesta. Justo en el instante en que la pelota se desplaza de donde estamos y Akemi va a buscarla, llama a mi mente. Una táctica muy inteligente para que mi madre no nos escuche:

– Me alegro de verte, primito. Has crecido mucho. Estás muy guapo.

–… Domō arigatō… Tú también has crecido.

– ¿Quieres que demos un paseo después de comer?... Me gustaría hablar contigo a solas.

– ¡Minako-chan! No agobies a tu primo. Ya sabes lo que te dijo okāsan.

– ¡Tú no te metas, Suzu-chan! Cuando haya un chico que te guste, entonces podrás opinar.

La hora de la comida me salva… Momentáneamente. En el instante de repartir los asientos, Minako se coloca a mi lado. Mi primo Yun lo hace junto a Akemi, y Kano al lado de mis padres. Excepcionalmente, tío Sōichirō y tía Manami delegan el control de la parada y comen con nosotros. A su lado se ubican Suzuna, Eīchi y Kazuma. Tía Kurumi y tío Yun también se suman al banquete. Justo a última hora, lo hace Kyōko-bāchan, que también ha venido. Supongo que junto al abuelo. Su presencia me alegra mucho. Siempre que he tenido algún apuro, ella ha estado para aconsejarme. En especial, en todo lo tocante a los poderes. Mientras comemos, ofukuro-san no me quita el ojo de encima. Trato de mantener la mente blindada para que nadie de quienes poseemos poderes se dé cuenta de los planes de mi prima. Encima, ella está de lo más melosa: me acaricia la mano, me toma del brazo e incluso, me llega a sobar por debajo de la mesa… Va a ser una tarde muy larga.

Justo al final de la comida, acontece un hecho en principio banal. Mi madre se encuentra con una compañera de trabajo y su hija. Charlan durante un rato hasta que ambas me observan. Al final, okāsan me pide que acompañe a la chica hasta donde está Takashi-ojīchan. Quiere que le aconseje sobre algunas técnicas fotográficas. Añade que es un favor personal. Extrañado, le pregunto dónde está. Me comenta que en una zona rocosa. Siempre se aísla cuando quiere preparar una exposición paisajística. Acepto sin llegar a imaginarme las consecuencias de esa acción. Cuando observo a Minako, su rostro está muy contrariado. Casi se podría decir que saltan chispas. Ha comprendido que todo ha sido una maniobra de su tía. Muy enojada, se marcha de manera precipitada. La verdad es que no me quedo tranquilo.

Por el camino, no articulo ni media palabra. La escena contemplada hace que me sienta mal. Quien me acompaña, acaba por romper el silencio:

– Siento no haberme presentado. Me llamo Samō Nagisa.

– Kasuga Izumi. Encantado.

– Ya sé que me meto donde no me llaman pero, la chica que se ha marchado llorando, ¿quién era?

Es una muchacha muy aguda. Ha observado con atención la escena. Se nota que tiene unos años más que yo. Al cabo de unos instantes, de manera entrecortada, respondo:

–… Mi prima.

– Está enamorada de ti, ¿verdad?

– ¿Cómo lo sabes?

– Esa reacción es propia de aquellos quienes hemos estado perdidamente enamorados de alguien, y hemos sido rechazados de la manera más cruel. Aunque, por otro lado, también entiendo a la otra parte implicada.

– ¿Qué quieres decir?

– Pues, de la misma manera que dos no se pelean si uno no quiere, dos personas no se aman si una de las partes es incapaz de corresponder a la otra en la misma medida… Pero ese no es problema…

– ¿Cúal es, entonces?

– Hacérselo comprender al otro sin que se sienta herido y sin romper una buena relación. Las más de las veces, resulta muy difícil.

Definitivamente, la edad no engaña:

– ¿Y qué me recomiendas para solucionarlo?

– Ante todo, que seas lo más sincero y honesto posible. Ella es atractiva tanto en lo físico como en la personalidad. Podría tener a cualquier chico. Lo que necesita es paciencia. Y, sobretodo, ser ella misma.

A lo largo del resto del camino, me explica que estudia primero de psicología en Waseda. Tiene dos hermanos menores en bachillerato y, al igual que los míos, también le dan sus quebraderos de cabeza. Durante la conversación, descubro que es una chica franca, sutil y muy agradable. A ratos desvergonzada, pero de aquellas personas con quien se puede hablar de todo y de la más absoluta confianza. Me siento realmente a gusto con ella. Tanto como cuando estoy junto a Amateratsu. Da igual que sea mayor que yo. No es la primera con quien estoy de esa edad. Pero, ¿por qué me empeño en compararla con ella? Izumi, no seas idiota. Ahora no es el momento de pensar en ello. Finalmente, llegamos donde está Takashi-ojīchan:

– ¡Vaya, Izumi-chan! Veo que eres más espabilado que tu padre. ¿Es tu novia?

– ¡No, ojīchan! ¡No es lo que parece! Te la presento. Se llama Samō Nagisa-san, es la hija de una compañera de trabajo de okāsan y quiere pedirte unos consejos sobre fotografía paisajística.

– Llegáis en un buen momento. El atardecer es la hora ideal para jugar con la luz y los contrastes.

Takashi-ojīchan es alguien afortunado. Disfruta ganándose la vida haciendo lo que le gusta. No todos pueden hacer lo mismo. Explica las cosas con una pasión, una facilidad y una precisión fascinantes. Cuando el sol se ha puesto y empieza a oscurecer, volvemos a la playa donde está el chiringuito. A quien encontramos primero es a Akemi. Nagisa y mi abuelo siguen su conversación. Mi hermana me comenta que Minako se ha pasado toda la tarde encerrada en su cuarto, llorando. Esa noticia nubla el feliz momento que había vivido. Decido pasear sólo hacia el espigón. La situación me entristece. Mi prima es una gran chica. Y ahora que me siento con fuerzas para poder hablar con ella sin dudar. Ahora que sé qué debo decirle… No puedo. Un momento… A veces, la inmensidad de un bosque no te deja ver el árbol en cuestión. Sí hay una manera de poder conversar. Cierro los ojos y concentro mi energía en mi telepatía para comunicarme con ella. Me da igual que los demás se enteren de que estoy utilizando los poderes. Se trata de mi prima:

– Minako-chan, ¿me escuchas?

Hai.

– Soy Izumi-chan, tu primo.

Un dedo me toca en la espalda. Cuando me giro, me quedo paralizado. Es ella. Aunque me ofrece un gesto contrariado y con las señales de las lágrimas aún recientes, entiendo que está realizando un gran esfuerzo para hablar cara a cara conmigo. Debo ser cuidadoso. Pero sincero y franco:

– Sé que querías hablar conmigo. Y supongo lo que querías decirme…

– ¡No sigas!... Onegai shimasu. Ya sabes cual es el problema.

– No, Minako-chan, ése no es el problema… Bueno, sí lo es en parte pero… Si no existiera, la cuestión sería otra.

Rompe a llorar. La situación me desborda de tan dura que me resulta. Sin embargo, trato de mantenerme firme, esforzarme y hacer caso a Nagisa. Intento ser honesto:

– Minako-chan, en serio. Eres atractiva, inteligente, popular, caes bien a todo el mundo… ¿Por qué insistes conmigo cuando podrías tener junto a ti al chico que quisieras?

– Porque pensé que nunca te enamorarías de otra. Creía que, por tu manera de ser, no me dirías que no… Y porque tengo miedo…

– ¿Miedo de qué?

– Justamente de que la gente salga conmigo sólo porque soy una cara bonita. Tú eres el único que me ha valorado por quien soy.

– Y no seré el último… Sin embargo, aunque no fueras mi prima, el problema está en que dos sólo se aman cuando se corresponden en la misma medida… No implica que te rechace de plano. Significa que nuestra relación debe ser la que toca.

– ¿…Y qué quieres decir con ‘no seré el último’?

– Que la respuesta a tus miedos está en que; si te mantienes fiel a ti misma y no cambias tu manera de ser, sabrás con facilidad si quien sale contigo lo hace por quien eres y no por ser una cara bonita. Lo que necesitas es un poco de paciencia. Como yo con mis problemas.

Saco un pañuelo y le seco las lágrimas. Le ofrezco mi brazo y volvemos a la parada para cenar. Por el camino, Minako me asalta con una pregunta inesperada:

– ¿Cómo se llama?

– ¿Qué?

– La chica que te gusta. ¿Cómo se llama?

Está claro que la tensión del momento anterior ha logrado hacerme bajar la guardia. En medio de mi silencio meditativo, mi prima ha logrado leerme la mente. Puesto que no me puedo escapar, debo aplicar la misma táctica que con Eīchi y Kazuma. Dosificar la información:

– No es que pueda decir que me guste… Más bien, me ha llamado la atención.

– ¿Dónde está la diferencia?

– Cuando alguien te gusta, cometes muchas estupideces. Cuando alguien te llama la atención, antes de dar un paso miras a tu alrededor para protegerte y no llevarte sorpresas desagradables… Está bien. Es algo complicado de explicar. Tiene que ver con los poderes de la familia, pero hasta que no sepa más cosas no puedo contarte nada.

– Debe ser alguien muy especial.

– Logra que todos mis días sean soleados.

Allí nos esperan todos. Sus gestos, aunque quieran disimularlo, muestran una preocupación muy profunda. Tras el baño, y para aliviar un poco la tensión, tía Manami nos ha reservado una sorpresa: en una de las estancias de la posada donde nos vamos a alojar, encontramos yukatas y hakamas para vestir. Ésta es una noche especial y la ocasión lo merece. Por desgracia, la cena no ayuda. A pesar de que está toda la familia en el banquete, incluidos mis abuelos, la tensión se palpa. Antes de que mis primos, mi hermana y yo podamos utilizar la facultad de leer la mente, otōsan y Kyōko-bāchan  nos avisan: ni se nos ocurra. Lamentablemente, no nos va a hacer falta: tía Kurumi apenas come y abusa del excelente sake tibio que compran para el restaurante. Los efectos no tardan mucho en dejarse notar. No para de meterse con mi madre. Primero lanza insinuaciones muy desagradables. Poco a poco, sube el tono de sus acusaciones, centradas en la relación entre Minako y yo… Hasta que, como en una exhibición de fuegos artificiales, enciende la mecha de las tracas más sonadas: lo que aconteció entre mis padres y Hiyama-san.

Mi madre se hunde de vergüenza. Son golpes muy dolorosos de recordar para ella. No necesito entrar en su mente. Su rostro es el que muestra cuando algo la desborda y supera por todas partes. Las tracas finales estallan por sorpresa. Tío Yun, una persona comedida, amable y tranquila; se alza de manera brusca. Tremendamente enojado, le dice que se calle de una vez y que no se ponga más en ridículo. Tía Kurumi se marcha de manera precipitada. Y, a continuación, Minako se levanta. Su padre le pide que se quede quieta, pero ella se niega. Ha decidido dar un paso al frente. Me dice que no me preocupe. Ella es quien hablará con su madre.

El final de la cena no resulta mucho más alentador. Okāsan, como tiene por fea costumbre en estas situaciones, consulta con la botella de alcohol que más a mano tiene. Y, obviamente, es de excelente sake tibio. Sin embargo, otōsan no se separa de ella. Tía Manami me sorprende por detrás:

– No te preocupes. Tu padre no lo va a permitir.

– ¿Cómo lo sabes?

– Ya se equivocó una vez y casi la pierde. No cometerá dos veces el mismo error.

– ¿Y mi madre?

– Tranquilo. Ya conoces a tu tía. Tiene mucho genio, pero nada más. No es como Yun-san, que cuando se enfada no hay quien le alivie. Y esta vez sí que se ha cabreado. Vale que se ha pasado pero ambas entenderán que, como madres que son, deben preocuparse por lo que hacen sus hijos. Y a veces, darles un voto de confianza. Al final, tu tía le pedirá disculpas a tu madre. Relájate y vamos a ver los fuegos artificiales.

Un baile de luz, sonido, resplandores y nubes de pólvora en el cielo dentro de un mar de oscuridad. En medio de esa danza, observo a mis padres y mis tíos. A pesar de las disputas, todos están en actitud muy afectuosa. Tía Manami tenía razón: otōsan no lo ha permitido. Tras la amargura de la cena, mi madre vuelve a sonreír. Y lo hace de una manera sincera, como si todo aquello evocara un momento muy feliz. Reconozco que la escena me da envidia. ¡Cómo me gustaría tener a Amateratsu a mi lado en un instante como éste!

Una vez ha estallado la traca final, se encienden las luces de la playa y el gentío se dispersa. Mi tía también acierta con su segunda predicción. Okāsan y tía Kurumi se quedan a solas junto a la orilla del mar. Esta última se inclina para pedirle perdón. Y mi otra tía, una vez más, me sorprende por detrás. Casi no la veo venir:

– ¡Ves! Ya te lo dije.

– ¡Kyaaah! Me has asustado. ¿Quién te ha enseñado a moverte con tanto sigilo?

– Fue tu bisabuela. – Me revuelve los cabellos y me sonríe: – Está claro que te pareces a Madoka-san. Te preocupas demasiado por los otros, y muy poco por tus asuntos. Aunque es una virtud, deberías dosificarla convenientemente.

– ¿Cómo sabías que Kurumi-nechan le iba a pedir perdón a mi madre?

– Porque, a veces, nos cegamos tanto que olvidamos la gratitud que debemos.

– ¿Qué quieres decir?

– No debería contártelo pero… Está bien. Tu tío era muy popular cuando estudiaba en el Kōryō. Y no hace falta que te explique el porqué.

– ¿Estudió en mi instituto?

– ¡Por supuesto!… Sin embargo, admiraba mucho Madoka-san… Es más, diría que tenía interés en ella. Lo que pasa es que estaba enamorada de tu padre, pero por una serie de circunstancias que no te puedo explicar…

– ¿Tiene que ver con Hiyama-san?

– Sí… Tu tía la apreciaba mucho. Era enrollada y dura de roer, a ratos inconsciente pero tan alegre y disparatada como ella. Tiene gracia… Hubo una vez en la que ambas discutimos sobre cual de las dos sería la novia ideal para onīchan

No me lo quiere decir. Pero intuyo que lo que pasó entre mis padres y Hiyama-san afectó a la relación entre mi tía y mi madre. Y sé que si tía Manami tiene tanta confianza con okāsan es porque admira su manera de ser y su madurez. Ella prosigue con su narración:

–… Como te iba diciendo, tu tío fue el primero en saberlo. Cuando te hablaba de la gratitud debida, me refiero a que fue tu madre quien le pidió a él que saliera con tu tía justo antes de tener que marcharse a Kyūshū. Tu padre los vio mientras cerraban el acuerdo y me hizo creer que estaba jugando a dos bandas. No tuvimos mejor idea que sabotearles la cita… ¡Si supieras la que se organizó!

– ¿Y cómo arreglasteis el lío?

– Bueno, Madoka-san hizo un voto de franqueza explicándole la petición a tu tía. Aún así, estaba tan enfadada que pegó un pisotón en el suelo y éste tembló como en un terremoto de grado 5… Nos costó mucho convencerla para que viniera a la despedida. Pero creo que mereció la pena.

– ¿Por qué?

– Por lo que pasó después. El encuentro, a pesar de todo lo acontecido, lo cambió todo. Tu tía le había regalado a tu tío una toalla con sus iniciales bordadas. Mientras estuvieron separados, ambos se cartearon y se vieron varias veces en vacaciones. Hasta que se las apañó para volver a Kantō y estudiar en Yokohama ingeniería naval para poder estar con tu tía. El resto, ya lo conoces.

– Y, por lo que me has contado ¿no está mi tía celosa de mi madre?

– A ver… Hubo un tiempo en que pensó que le birlaría el novio. Sin embargo, la convencí y le hice ver que, para estar con el desastre de tu padre, debía estar muy enamorada.

– ¿A quién llamas ‘desastre’? – Otōsan irrumpe por detrás con la misma discreción y sigilo que mi tía.

– ¡Onīchan! Le estaba contando a Izumi-chan una historia muy bonita…

– Si, debe ser muy bonita para llamarme ‘desastre’.

– Oye, no te lo tomes a mal. Ya sabes que para cierta persona es parte de tu encanto.

– ‘Arigatō’… Ven, Izumi-chan, vamos a colgar nuestros deseos en el árbol.

Dejamos atrás a mi tía y nos dirigimos a una zona apartada de la gente. Unos metros más adelante, nos espera okāsan y mis hermanos. Está radiante y se la ve feliz. Parece mentira que lo haya pasado tan mal durante la cena. Su sonrisa es amplia y franca. Cuando estamos todos juntos, una pregunta se escapa de mi mente para hacerse palabra:

Otōsan, ¿cómo puede sonreír así okāsan después de lo que ha pasado?

– Porque hoy es un día muy feliz para ella.

– ¿Y eso?

Mi padre abraza a mi madre y la besa con devoción:

– Hace ya muchos años, en una fiesta de Tanabata como ésta, tu madre escribió un deseo a las estrellas.

– Kasuga-kun, ¿qué le vas a explicar a tus hijos?

– Nada… Sólo que realizaste cierta petición. Y, a pesar de decirme que dejáramos las cosas como estaban, ese deseo se hizo realidad para los dos. – Beso.

Al verlos a ambos, mi mente traza el mío en tinta sobre papel. Otros años era incapaz de escribir nada, porque nada me motivaba. Sin embargo, esta vez sí que está claro lo que me gustaría. Y, aunque no sé a ciencia cierta qué fue exactamente lo que pidió okāsan, me guío por la trayectoria que ambos han seguido. Decido pedir a Vega y a Altaír días de sol. Junto a una persona muy especial.

Aula 5: Excursión (“Joyride”)

Todo empieza una aburrida mañana de sábado de mediados de julio, justo casi una semana después de la fiesta de Tanabata. Menos mal que el lío que se organizó alrededor de mi prima Minako y de mí ya se ha aclarado. Debo reconocerlo: me aburro. A lo largo de estos días he liquidado casi más de la mitad de las tareas que nos habían mandado para vacaciones. Y ya no sé qué hacer. A veces, voy a entrenar al do jo de la familia Ayukawa con okāsan y mi hermano pequeño, para depurar mis defectos en el karate. Otras, escucho música o leo Mangas. Sin embargo, hay algo que echo en falta. A pesar de brillar el sol, estos días son para mí como esas jornadas fastidiosas en las que el cielo está muy nublado pero no cae ni una gota. No sé si serán aquellas veladas con los Knights o… La ausencia de Amateratsu, que por lo que me comentó el último día de clase, se iría unas semanas a Hokkaidō con su padre y sus hermanos.

Por su parte, mi hermana no comparte ese parecer. Cada vez que se me ocurre decir que me aburro, se enfada conmigo. Me sugiere algo posible para nosotros, pero poco probable; ya que aunque ambos poseemos esa habilidad, no la podemos poner en práctica porque la tenemos desentrenada: intercambiar nuestros cuerpos. ¡Je!, ya le gustaría. Dos suspensos y la sombra alargada de ofukuro-san son demasiado para ella. En el Kōryō, a diferencia de otros gakuen, las recuperaciones se hacen a la vuelta de las vacaciones. Es una forma de estimular y ‘castigar’ a los malos estudiantes. No obstante, esa mañana y por sorpresa, mi madre decide concederle una tregua:

– Akemi-chan, ¿por qué no te tomas un descanso?

– ¡Sí, y estudias tú por mí!

– ¡Oye! Encima que lo digo por tu bien.

– Hija, no seas así con tu madre –. Interviene otōsan.

–… Cariño, si estuvieras holgazaneando ni tan siquiera te lo sugeriría. Sólo considero que te mereces una pausa.

– Está bien… ¿Y qué me sugieres?

– ¿Hace cuanto que no ves a tus amigas?

¿He oído bien? ¿Ha dicho ‘amigas’? Si casi nunca se ha despegado de Nakahara en toda su trayectoria académica. Izumi, me parece que has hecho demasiadas campanas:

– Pues… Desde que acabó el trimestre.

– Entonces, ¿por qué no vais a la playa?

Mi madre me mira fijamente. Mi padre, que está ojeando el periódico, me espeta sin mirarme:

– Izumi-chan, ¿quieres parar de leerle la mente a tu madre?

– ¡Otōsan, si no he utilizado los poderes!

– No, pero ibas con la idea.

En eso se equivoca. A veces no me hace falta tener que apoyarme en mis habilidades. Con sólo mirarle la expresión a mi madre, sé qué se le está pasando por la cabeza. Y una vez más, no me equivoco:

– ¿No te importará que tu hermano vaya contigo?

– En absoluto. Es más, creo que a Ayumi-chan le hará ilusión.

Lo que suponía. Me manda para hacer lo que ella no puede: tenerla controlada y evitar que haga una de las suyas. Un momento: ¿qué ha querido decir con eso último? Y además, ¿yo con un montón de chicas? Ha dicho ‘amigas’ en plural. La propuesta es de lo más tentadora aunque… Me voy a sentir un poco fuera de lugar:

Sumimasen pero, ¿podría venir también un amigo conmigo?

– ¡Por supuesto! Cuantos más seamos, más reiremos.

Al final, he aceptado por varias razones: la presencia por confirmar de Genda por si siento que no encajo, la necesidad de despejarme, el romper con el aburrimiento, olvidarme un poco de Amateratsu, y la curiosidad de saber quienes son las otras amigas de mi hermana. Kenji protesta por la gracia que se le ha concedido a mi hermana. Ofukuro-san no tarda ni treinta segundos en hacerle callar. Su boletín de notas tiene aún peor pinta que el de Akemi: cuatro suspensos. Y además, se ha escapado un día sí y el otro también a la piscina. No hace falta comentar de cuantos líos le he tenido que sacar. Mi hermano pequeño quiere contraatacar utilizando una táctica típica de los Kasuga: ir de sobrado. Sin embargo, no le funciona. Por un lado, mi madre responde recordándole que está en primero de secundaria. Y para rematarlo, mi padre recupera lo que sucedió el verano pasado, cuando se acordó de que tenía deberes a mediados de agosto, en el pueblo donde viven mis abuelos.

Estoy de suerte: Genda me comenta que no volverá a Kyōto hasta la festividad del Obon. En cuanto le digo que irán chicas, se apunta entusiasmado. Por su parte, Akemi convoca a sus amigas en dos llamadas por el móvil. La primera es especialmente larga. Supongo que Nakahara estará al otro lado de la línea. Todo ello quiere decir que seremos, como mucho, cinco o seis personas. La última me resulta, cuanto menos, extraña: la hace casi a las once de la noche.

La mañana del domingo acompaña: sol radiante y día claro nada más amanecer. Nuestra madre ha tenido el detalle de dejarnos el desayuno preparado y una nota en la que nos desea que pasemos un buen día. Incluso a mí me sorprende ese voto de confianza de okāsan. Sobretodo, después de lo que pasó aquella noche de la Golden Week. Tal vez sea una cuestión de interés. Yo marco a mi hermana y ella hace lo propio conmigo. Todo es perfecto… Todo menos Kenji. Al levantarme, me toca las narices con una pregunta: cómo llevo el asunto. Y al decir ‘asunto’, se refiere con el dedo meñique a lo que todos los chicos ya sabemos. Añade que hoy es un buen día para entrenarme en el arte del nampa. Enojado, le respondo que se preocupe por él. Cada vez que lo practica, y estos últimos días lo ha hecho demasiado, soy yo quien le tiene que sacar del lío y disculparse. Como de costumbre, Akemi desayuna deprisa y corriendo. Es lo que tiene dejar las cosas para última hora y levantarse con el reloj pegado al culo. Otōsan siempre dice que en eso se parece a tía Kurumi. Antes de separarnos, me cita delante de la estación en media hora.

Mientras ella va a buscar a sus amigas, yo hago lo propio con Genda. La ansiedad y la inquietud me invaden: alguien nuevo, tal vez algo que mejore lo ya vivido… Me olvido de Amateratsu por completo. Es justo lo que necesito. Genda está tan ansioso e inquieto como yo. Tanto, que me lleva a trompicones hasta la estación de trenes. Llegamos demasiado pronto. El tiempo marcha a paso de tortuga. Hasta que llega al plazo que mi hermana y yo habíamos acordado. Pasan cinco, diez, quince minutos… Ambos empezamos a preocuparnos.

Por sorpresa, un dedo toca mi espalda y logra sobresaltarme. Cuando me giro, me quedo sin palabras, mudo. Aquello que había olvidado, irrumpe con la máxima potencia. Akemi me baja de los cielos a marchas forzadas:

– ¡Izumi-chan! ¡Izumi-chan! Aquí base central en Kanagawa, ¿me escuchas?

– ¡Ah! ¿Qué decías?

– ¡¿Pero se puede saber qué te pasa?!

– No, nada.

– Está bien… Os presento a Amateratsu Sakura-san… Aunque creo que ya os conocéis. No en vano, vais a la misma clase.

– Mucho gusto –. Reverencia.

Su voz alegre dispersa las nubes de mi interior. Me tengo que tragar la sorpresa, la vergüenza y el sonrojo hasta casi indigestarme. Todo para evitar que Akemi se cachondee de mí ante mi madre. Además, blindo mi mente para evitar que me la lea como un libro abierto. Cuando me giro para presentar a Genda, comprendo que la faena se me acumula como en una gigantesca avalancha de problemas: está tan sonrojado y avergonzado como yo. Sólo que con una diferencia: no le quita el ojo de encima a mi hermana… Me parece que hoy va a ser un día muy largo:

– Amateratsu-san, ya conoces a Genda Hideaki-san. Genda-kun, las chicas que la acompañan son Nakahara Ayumi-san y Kasuga Akemi-san, mi hermana.

– Mucho gusto –. Reverencia.

El gesto de mi amigo cambia cuando escucha la palabra ‘hermana’. Por arte de magia, el sonrojo desaparece y la mueca se contrae. En su cabeza encuentro las palabras “Sé cuidadoso, se trata de la hermana de tu amigo”. Menos mal. Parece ser que es un tipo legal. De todas formas, mejor no bajar la guardia. Mi hermana es quien va a buscar los abonos. Extrañamente, tarda más de diez minutos. Preocupado, me precipito hacia las taquillas. Nakahara y Amateratsu me preguntan qué mosca me ha picado y por qué estoy tan inquieto. Está claro que ellas no la conocen lo suficientemente bien. Cuando me acerco, sólo veo que Akemi se dirige hacia mí con una sonrisa… Muy traviesa. Idéntica a la de tía Kurumi. Algo tiene en mente. Sin embargo, la ha cerrado a cal y canto, y es imposible saber el qué. Sólo me llama la atención de todo aquello un gorila vestido de humano en un cuerpo a medida, que la sigue hasta que me ve. Mejor estar atento.

En el tren, de camino a la playa, mi hermana insiste en sentarme junto a Nakahara. Normalmente, me pongo junto a ella para tenerla controlada. Sin embargo, esta vez ni por esas. Genda me flanquea al otro lado y Amateratsu se sitúa enfrente, junto a mi hermana. Por detrás, escuchamos las voces de los revisores pidiendo los abonos. Todos nosotros los sacamos sin perder el tiempo. Justo en ese momento, el chico embutido en un cuerpo musculoso, discute con el empleado. Jura y perjura que tenía un abono comprado a las ocho y cuarto de la mañana. Y que, además, lo había validado. Las palabras se hacen hechos: entre cuatro revisores y a empujones, lo apean en la siguiente estación. Miro a mi hermana, que me guiña un ojo y me sonríe, mientras me enseña el abono ‘extra’: “Eso es lo que le pasa a los que no saben aceptar un ‘no’ por respuesta”, me comenta a través de la telepatía. Esta vez, no la riño. Es más, me asusto. Está refinando el uso de los poderes. Y de qué manera. En circunstancias normales, se habría encarado con el tipo y, si no lo hubiera noqueado con el uso de la fuerza, lo habría hecho con el de los poderes.

Durante el resto del camino, Genda no le quita el ojo a mi hermana. Sin embargo, no abre la boca. Se conforma con observarla, embobado… Como lamentablemente espero, tanto él como yo nos sentimos fuera de lugar. Ellas no paran de charlar sobre sus cosas. Necesito romper un poco el hielo para hacer más amplia la conversación o variar el tema. Hasta que reparo en un detalle que me puede ayudar:

Sumimasen, Amateratsu-san por la indiscreción pero, ¿cómo es que has venido? Te lo pregunto porque me dijiste que te ibas fuera con tu padre y tus hermanos, y que no volverías en unas semanas.

– Bueno… La verdad es que, en principio, no iba a hacerlo. Ayer llegamos a última hora de Hokkaidō y estaba muy cansada. Sin embargo, Akemi-san me llamó y, a fuerza de insistir, me convenció. Además, tenía unas ganas locas de ir a playa.

– ¿Y que tal por allí?

Mi objetivo se ha cumplido. Todos compartimos las anécdotas de su estancia en Sapporo. En aquella ciudad viven unos familiares de su padre a los que hacía mucho tiempo que no visitaban. La verdad es que ha notado mucho el cambio de temperatura entre allí y la región de Kantō. La conversación sigue su curso hasta que una petición, de entrada inocente, altera el ambiente… Hasta unos extremos insospechados:

– Disculpa Genda-san pero, ¿no te importaría cambiarme el sitio? Lo digo por que si tengo que dirigirme a Kasuga-san, voy a tener que levantar demasiado la voz.

– Por mí… No hay problema.

No sé si es que el nampa no es lo suyo o está cohibido por el hecho de que se trata de mi hermana. El caso es que le animo a sentarse junto a ella. Las cosas parecen funcionar con cierta normalidad. Tanto Amateratsu como Nakahara conversan conmigo de manera animada. Llamativo es el caso de la última, muy cohibida y bastante cortada en otras ocasiones. Por su parte, Akemi lo hace con Genda, pero es ella quien lleva el peso de la charla. ¡Qué ingenuo que soy! Al bajar del tren, la voz de mi hermana me llama a través de la telepatía:

– Izumi-chan, ¡¿se puede saber qué estás tramando?!

– ¿A qué viene esto?

– ¿Por qué has animado a Genda-kun a sentarse a mi lado?

– Porque se lo ha pedido Amateratsu-san. A mí no me metas en cosas que no tienen que ver conmigo. Si has llamado la atención de Genda-kun, no es mi problema… Además, la pregunta más bien sería, ¿qué estás tramando tú con Nakahara-san?

– ¿Quién, yo?... Nada, nada.

– Si, ya, como con Iwajima-san. Casi nunca hay manera de sacarle una conversación, ni usando un sacacorchos. Pero hoy está de lo más habladora. Y, casualmente, se ha soltado la lengua cuando Amateratsu-san se ha sentado a mi lado.

Mi hermana se hace la sueca y corre hacia la playa. Al igual que sus amigas, no puede esperar a que cojamos un sitio, y se desviste para lanzarse al agua. Genda se queda pasmado y sonrojado. Se gira para observarme y vuelve a contemplarla. Su expresión ha mutado del embobamiento a la depresión. Las palabras escritas en su frente lo dicen bien claro: “No tengo nada que rascar con ella. Es demasiado guapa”. Finalmente, decidimos buscar un buen sitio, relajarnos y tomar el sol, mientras ellas corretean y juegan. Se lo pasan realmente bien. No obstante, algo sucede. Podría leerle la mente a Nakahara, pero mi hermana se daría cuenta y todo empeoraría aún más. Mientras la primera me hace cosquillas en los pies, Amateratsu me echa gotas de agua por la espalda. Akemi se ríe, pero al observarme contrae la expresión. Justo como lo hace mi madre cuando se enfada.

La cosa sube un grado más en el instante en que se le ocurre alquilar un par de botes. Propone que echemos una carrera de remo hasta la boya ubicada un par de millas mar adentro y volver. Como somos impares, uno de nosotros se quedará en tierra. El sorteo se hace con papelitos… Y, como bien me temía, mi hermana lo organiza todo para que quede según su conveniencia: me toca ir con Nakahara mientras que ella lo hará con Genda. Amateratsu se queda fuera, y acepta su suerte con una sonrisa. Nos comenta que, mientras tanto, practicará un poco de inmersión. A pesar de todo, no me quedo tranquilo. Al marcharse Akemi a buscar las barcas, su expresión se ha transformado en una decepción profunda y dolorosa.

Durante la carrera, Genda y yo remamos con fuerza. En su caso, porque es una buena ocasión para poder presumir un poco ante mi hermana y ganarse su favor. En el mío, porque tras la discusión telepática, no me apetece perder. Tanto Akemi como yo estamos concentrados: ella en animar a su remero y yo en reunir mis fuerzas para hacerlo con brío. Hasta que, algo totalmente inesperado acontece. Algo que nos asusta sobremanera: una sombra negra, alargada y enorme, pasa muy cerca de donde estamos. Pensamos que es la silueta de un tiburón pero, ¿en estas latitudes? A continuación, un escalofrío recorre el cuerpo de mi hermana y el mío. Ambos hemos captado una energía muy parecida a la que posee nuestra familia. Sólo que existe una pequeña gran diferencia: es terroríficamente oscura. Lo peor que cualquier miembro de nuestro pueblo puede concebir. Asustados, volvemos hacia la playa a un ritmo rápido pero no precipitado, y olvidamos si uno u otro bote ha sido el vencedor.

Cuando llegamos, no encontramos a Amateratsu. Pensamos que se ha entretenido y que no faltará a la hora de comer. Sin embargo, un nuevo golpe eléctrico me sacude el cuerpo. ¡No puede ser! Esa energía la emite ella. ¿Cómo es posible? Arranco a correr sin decirle nada ni a mi hermana, que me pregunta a dónde voy, ni a los otros. Y no es por descortesía. Sino porque está pidiendo socorro. Algo le ha pasado. Y creo saber dónde está: en los arrecifes. Nada más llegar, me zambullo y empiezo a buscarla. Capto sus fuerzas de manera débil, pero constante. La única ventaja que tengo es que, a esa hora, el reflejo de la luz me permite reconocer la zona sin problemas. Peor hubiera sido de noche.

Finalmente, la hallo. Está semi inconsciente, con un pie atrapado entre las rocas. Necesita aire. Y debo actuar rápido antes de que se ahogue. Medio adormilada, me ve y sonríe. Sólo tengo una alternativa. No creo que ésta sea su idea de un primer beso con un chico. Pero, si no lo hago, no sobrevivirá. Afortunadamente, la superficie está cerca. Asciendo para tomar aire y bajo. Le quito el tubo de goma y nuestros labios se encuentran para recuperar el aliento. Repetimos la operación las veces suficientes para que obtenga aire y pueda quitarle la roca que aprisiona su pie. No lo logro a la primera. Entonces, concentro todo mi poder en mis brazos hasta que queda libre.

Precisamente en ese instante, una sombra oscura irrumpe a nuestras espaldas. Ella es la primera en verlo. En mi caso, lo percibo y descubro porque veo como se le abren los ojos como platos. Es un tiburón enorme, del mismo tamaño que uno blanco, con unas fauces inmensas abiertas. Lo esquivamos. Amateratsu ha recuperado el aliento y demuestra cuan buena nadadora es. No obstante, no me gusta lo que quiere hacer: colocarse como cebo para despistarlo. Es demasiado peligroso. Algo me dice que ese bicho la busca a ella y no a mí. Me niego y la arrastro conmigo a la fuerza hacia la superficie. La dejo sobre una roca y le pido que se aleje. En ese momento, el tiburón me engulle.

En plena oscuridad, un montón de imágenes pasan por mi mente. Son las escenas vividas a lo largo de estos últimos años. Las palizas que les propinábamos a nuestros enemigos cuando trataban de echarnos de nuestro territorio. Las noches en las que las chicas se enrollaban conmigo para quitarse a sus novios de encima. Las peleas con éstos, en las cuales solía correr la sangre. Las borracheras de okāsan, avasallada por los acontecimientos y destrozada por la incomprensión. Aquel viaje a Barcelona en el que mis padres casi se divorcian. El incidente con Ueda. La soledad sufrida durante tanto tiempo. Sólo por tratar de ser uno mismo y no ajustarse a las reglas de los demás. Las tinieblas de mi corazón al descubierto.

Y en ese momento, aparece la luz. El rostro de Amateratsu Sakura, tendiéndome una mano. Su calidez, su sonrisa, su simpatía, su manera de ser. La brecha entre tanta negrura por la que puedo escapar de un futuro del mismo color. El bicho se retuerce de dolor. Escucho sus gruñidos y decido concentrar toda mi energía en los momentos vividos junto a ella. Escasos, pero maravillosos. Intento imaginar, dentro de mi cabeza, un mañana más optimista a su lado. Trato de pensar en lo que podría ser y olvidarme, por un momento, de todos los obstáculos que podrían existir. Finalmente, noto como el tiburón se difumina en el agua hasta desaparecer.

Emerjo a la superficie. Amateratsu se lanza a mis brazos, asustada y con los ojos llenos de lágrimas. Pensaba que no viviría para contarlo. Sonrío y trato de secarle el agua de sus mejillas con mis dedos humedecidos. Temblorosa y alterada, me pregunta:

– ¿¡Qué era eso!?

–… No tengo ni idea… Más bien, tengo la sensación de que te buscaba… Por eso te he sacado del agua a ti primero. La verdad es que no sé cómo me he escapado… Simplemente, se ha difuminado y ha desaparecido.

– ¡Domō arigatō, Kasuga-san!… ¡Me has vuelto a salvar la vida!… No sé cuantas veces más te lo tendré que agradecer.

A pesar de los sollozos, la sensación de tenerla entre mis brazos me reconforta. Me alivia y me da una paz que jamás en la vida había sentido. Es algo nuevo y gratificante que cicatriza las heridas que me había dejado la soledad. Sin embargo, la incertidumbre alrededor de ella no ha hecho más que crecer. No me ha cuestionado cómo me las he arreglado para encontrarla. Y es mejor que no lo haga, puesto que implicaría decirle que he captado su energía. El problema no sería revelar mis habilidades, sino descubrir las suyas, cada vez más posiblemente existentes aunque desconocidas. Finalmente, opto por mantener la mejor postura:

– No le digas nada de esto a nadie.

– ¿Por qué?

– Porque… Estabas casi a punto de ahogarte. No quiero que se preocupen y… Además, tampoco quiero que sepan que he tenido que utilizar el boca a boca para reanimarte… Daría pie a malas interpretaciones. Y ahora no es lo que necesito.

– Está bien... Será nuestro secreto.

Esto último lo ha dicho ruborizada. A pesar de permanecer medio inconsciente, ha comprendido la situación. Cuando volvemos, ya ha pasado la hora de la comida. Les explicamos a todos que Amateratsu se había perdido y que me ha costado mucho encontrarla. El resto de la tarde, dejo que se diviertan y jueguen. Genda se suma entusiasmado, mientras analizo todos los movimientos que ha realizado mi hermana a lo largo del día y sus acciones. No quiero pensar mal, pero me parece que la historia de Iwajima se está repitiendo con Nakahara. Reconozco que, en aquella ocasión, no estuve a la altura y la hice sufrir mucho. El gesto de desprecio que me sigue dirigiendo Akemi me lo va confirmando.

Casi al anochecer, cenamos en un chiringuito de la playa. A continuación, volvemos a la orilla para contemplar los fuegos artificiales. Tanto Nakahara como Amateratsu se convierten en dos lapas que, amparadas en la oscuridad, no paran de sobarme. Las dos me sorprenden mucho, en especial la primera, que siempre ha sido muy modosita. Me pregunto qué debe haberle dicho Akemi para comportarse de esa manera. Por su parte, Genda sigue contemplando a mi hermana como si se tratara de la estatua de un museo de arte. Supongo que quiere seguir manteniéndose como un tipo legal. O, tal vez, se trata de otra cosa. Abro el libro de su mente para averiguarlo. En efecto: en su interior no hallo un rostro, pero sí una melodía que me resulta familiar. La de un piano. Sigue soñando con su amada desconocida. Casi siempre, la realidad resulta más cruel que la ficción.

Una vez ha concluido el espectáculo pirotécnico, mi hermana enciende una hoguera. A la vez, salido casi de la nada, Amateratsu abre un improvisado bar cargado de botellas de sake, cerveza,  whisky y refrescos. Ahora me explico para qué necesitaba una mochila tan grande. Nakahara es quien hace las veces de barwoman y me ofrece una copa. Educadamente y con delicadeza, se la rechazo y le pido que me sirva un refresco. Akemi, enfadada, la coge y se la bebe de un tirón. Con el paso de los minutos y los ‘¡Kampai!’, la cosa se va desmadrando hasta casi degenerar. Las tres chicas van considerablemente bebidas. Tanto, que no dejan de canturrear, armar jaleo y dar la nota. Genda también está un poco borracho, pero menos. Se conforma con observar el espectáculo de ver a tres chicas guapas liarla. Decido mojarme los pies en la orilla del mar y zambullirme en mis pensamientos. En el estado en el que está, no creo que mi hermana sea capaz de entrar en mi mente. Parece que la cosa no va a pasar a mayores.

Sin embargo, me equivoco. En ese momento, irrumpe el gorila del tren. Zarandea a Akemi. Llevaba todo el día buscándola. Sabe que ha sido ella quien, de alguna manera, le ha robado el billete, y exige una compensación, ya sea en metálico o en carne. Genda trata de defenderla, pero es demasiada masa para él, y acaba rodando por la arena. Amateratsu y Nakahara están realmente asustadas, y no se despegan la una de la otra. En especial cuando, por accidente, el individuo arranca de un tirón la camiseta a mi hermana y la deja medio desnuda. Genda se sonroja hasta casi sangrar por la nariz con las vistas. Si no intervengo rápido, es capaz de abusar de ella allí mismo. No debería usar los poderes, pero puede que no me quede otra alternativa… Y debamos decir adiós a todos para siempre.

Entonces, acontece lo inesperado. Con una serenidad impropia de alguien que está severamente borracha, Akemi coge lo que le ha quedado de camiseta y se la ata a la altura del pecho para cubrirse. Su mirada me asusta de una manera infinita. Es la misma que tiene Kano cuando se enfada de verdad. De todas maneras, corro por si tengo que auxiliarla… Y evitar que use sus habilidades delante de todos. En ese trayecto, observo como adopta una posición de ataque. ¿Qué demonios pretende? El tipo se ríe por el reto. Una chica más enclenque que él desafiándole. Entre carcajadas dice que no quiere lastimar una cara tan bonita. No imagino cuan caras le van a salir esas palabras. Mi hermana se lanza contra él. El tipo trata de golpearla, pero esquiva su movimiento con una rapidez increíble y le propina tres puñetazos en el estómago a una velocidad casi de vértigo. El cuarto va directo a su mandíbula. Es tan potente que lo levanta del suelo, cae de espaldas y lo deja noqueado. Pero no tiene suficiente y quiere acabar de rematarlo.

La inmovilizo por detrás. Ya es suficiente. Ser derrotado por una chica es una buena humillación. Noto como, poco a poco, se tranquiliza y vuelve a su estado originario. No obstante, el sujeto no escarmienta y trata de contraatacar. Aparto a mi hermana y, con un movimiento de aikidō, lo proyecto y le inmovilizo el brazo. El tipo se retuerce de dolor. Le digo que si no desaparece de nuestra vista, no seré tan indulgente y perderá algo más. Finalmente, acepta que hay alguien más fuerte que él y se marcha. Ninguno de los presentes articula una sola palabra. Tienen tanto miedo por lo que han contemplado que no saben qué decir. El mismo que siento yo al comprobar que su opinión puede cambiar radicalmente.

Ayudo a levantarse a Genda del suelo y le agradezco su acción. Le pido que cuide de Nakahara y Amateratsu mientras me llevo a mi hermana a un lugar más tranquilo. Cuando nos alejamos, Akemi rompe a llorar y me abraza:

– ¡¡Domō arigatō, Izumi-chan!! ¡¡Soy una estúpida!! ¡¡No sé valorar al hermano que tengo!!

– Tranquila, ya pasó todo. No te preocupes por eso.

– ¡Onegai shimasu!... ¡Onegai shimasu! No le digas nada a okāsan de lo que ha sucedido. No quiero acabar en un internado.

– Ni yo en una academia militar en América. Lo que ha acontecido esta noche se quedará aquí. Lo que no sé es qué pensarán nuestros amigos de nosotros. Espero que no se hayan dado cuenta de que hemos utilizado en parte los poderes.

Le seco las lágrimas y nos dirigimos a la feria en busca de algo que ponerle. En una de las barracas, elijo una camiseta con un dibujo muy divertido para hacerla sonreír. Paso a paso, mi hermana recupera la serenidad y vuelve a ser la que conozco. De repente, me deja descolocado:

Gomen nasai, Izumi-chan.

– ¿A qué viene la disculpa?

– Por lo de Ayumi-chan.

– ¿Qué quieres decir?

–… En marzo, al final de la secundaria, quiso declararte su amor… Pero ya sabes que es muy cortada y…

– Pues viendo lo que he visto hoy, no puedo decir lo mismo.

– Espera, hay una explicación para todo ello. Ayumi-chan me confesó que estaba enamorada de ti, pero no se atrevía a dar el paso por los rumores que circulan a tu alrededor. Además, no quería enfrentarse a sus padres, que son muy estrictos. Le dije que yo me encargaría de ayudarle en ese aspecto, que para eso soy tu hermana pero…

– Pero, ¿qué?

– Durante el primer trimestre, siguió reticente a mostrarte lo que de verdad sentía. Además, la mayor parte del rato estabas desaparecido y, encima, pasó lo de ofukuro-san cuando tuvo que ir a buscarte a la comisaría…

– No hace falta que me lo recuerdes.

– Bueno, el caso es que pensé que la excursión a la playa sería una buena oportunidad para demostrarte lo que sentía por ti. Sin embargo…

– ¿?

– Sin embargo, veo que estás enamorado de otra persona.

– ¿Sé puede saber de quién?

–… De Amateratsu-san.

– ¡¿Cómo va a ser eso posible?! ¡¿No eras tú la que decías que a ella le gustaba Nakamura-sempai?!

– Sí, pero entonces, ¿por qué eres tan poco receptivo con Ayumi-chan?

– Porque no me esperaba semejante comportamiento de ella.

–… Tienes razón… Me gustaría pedirte un favor. Dale una oportunidad a Ayumi-chan. No te pido que sea mañana o el mes que viene. Sólo que trates de estar un poco más por ella.

– Lo intentaré… Yo también quería pedirte una cosa.

– Dime.

– Procurad no dejar de lado a Amateratsu-san. Ella y Nakahara-san son buenas chicas y muy majas. No quiero ser el objeto de una disputa. Aceptaré ser receptivo, pero que quede claro que, por ahora, no estoy interesado en salir con una chica. Ello no implica que mañana o el año que viene cambie de parecer.

Me siento como si me hubieran puesto contra la pared, con el filo de una katana cortándome la espalda. En efecto, ambas son dos grandes chicas, cada una a su manera. Pero sólo una de ellas ha logrado despejar las tinieblas que han rodeado mi alma a lo largo de estos años. Por desgracia, no puedo ni quiero decepcionar el gesto esforzado de mi hermana. A parte de que Nakahara no encajaría una negativa, por muy educada y comprensiva que fuera. No me queda más remedio que tragarme todo aquello que pueda sentir por Amateratsu… Hasta que alguien logre robarle el corazón a Ayumi-san. Y vuelva a salir el sol.

A la vuelta, nos quedamos pasmados. En una Mitsubishi Space Star de siete plazas nos espera okāsan. Antes de que podamos articular una sola palabra, nos comenta que ha venido a petición de los padres de Nakahara. Éstos le habían llamado porque estaban preocupados. Su hija no es de las que se retrasan. Mi madre, también inquieta por nosotros, se había ofrecido a venir a buscarnos. El padre de Ayumi, que regenta una tienda de alquiler de vehículos, ha tenido la gentileza de cederle uno para la ocasión. Cuando se me ocurre mirar la hora y observar los móviles, lo entiendo todo: son más de las doce, ya no hay trenes y los celulares están repletos de llamadas perdidas. Ha sido un día tan largo y ajetreado que casi nadie se ha dado cuenta de esos detalles.

Tanto que, de camino a casa, todos duermen profundamente. Sentado junto a mi madre, observo por el retrovisor externo a Amateratsu. A mi mente vuelven los acontecimientos de primera hora de la tarde. No me queda la más mínima duda: posee una energía similar, no sé si idéntica, a la de nuestra familia. Pero, ¿qué era esa cosa negra, encarnada en un tiburón, que la perseguía? Quien conduce me devuelve a la realidad:

– Izumi-chan, estás muy callado. ¿En qué piensas? ¿En cómo vais a justificarme la juerga de alcohol que os habeis corrido? ¿O en cómo vais a evitar que el castigo no sea severo?...

Mi madre es terrorífica. A pesar de que no le hemos dicho ni pío, su olfato es mejor que el de cualquier sabueso de la policía. Se ha dado cuenta:

–… De todas maneras, no me hará falta castigaros. Tu hermana va a estar tan ocupada con los exámenes que no creo que se le ocurra volver a pedirme un día libre. ¡Y ay de ella como lo haga! En tu caso… Me fío de ti porque mi nariz no suele engañarme.

Iie, okāsan. La verdad es que estaba pensando en otra cosa y me gustaría preguntarte algo… Un poco personal.

– Según lo que sea…

– ¿Cómo encajaste el hecho de que otōsan poseía, digamos, unas ciertas habilidades?

–… La verdad es que sospechaba algo. Antes de empezar a salir formalmente con él, observé que hacia cosas muy raras, como aparecer mojado una vez que quedamos en la biblioteca para estudiar la tarde del Natsu Matsuri, auto hipnotizarse y hacer muchas estupideces, cambiar de comportamiento de manera brusca, quedarse cataléptico por arte de magia un día que estábamos jugando a tenis… Y, encima, a su abuelo no se le ocurrió mejor idea que mandarme al pasado a buscarle.

– ¡¡Qué!! ¡¿Qué Ojīchama hizo eso!?

– ¡Onegai shimasu, baja la voz!... Sí, pero creo que hizo bien. Fue allí donde nos declaramos. Fue allí donde me confesó que tenía poderes sobrenaturales. La verdad es que no le di más importancia. Es más, lo encontré fantástico y maravilloso. Pero…

– Pero, ¿qué?

– Tu padre, cuando empezó la universidad, tuvo un accidente que casi le cuesta la vida. Para salvársela, tu bisabuelo le mandó al futuro, 3 años más adelante. La verdad es que aquellos fueron días muy duros… Luego nacisteis vosotros. Todo ello me hizo descubrir que también conlleva una serie de problemas que me eran ajenos hasta entonces.

– ¿Y eso?

– Cuando erais pequeños hacíais levitar sillas, mesas, platos, cubiertos e incluso el Steinway de la sala de estar. ¿Por qué te crees que le quitamos las ruedas y lo anclamos al suelo con tornillos?

– ¿Si? ¡Anda!

– Y eso no era todo: os desplazabais de un lado para otro sin parar, rompíais cosas cuando os enfadabais sin ni tan siquiera tocarlas… Si supierais la de veces que acabé en urgencias, con crisis de ansiedad, cada vez que vuestro padre se ausentaba… Suerte que tus tías me ayudaron a sobrellevar la situación. Además, la experiencia me sirvió para echarles una mano a tus tíos, que estaban tan atribulados como yo cuando descubrieron de qué eran capaces ellas y tus primos.

Justo así es como me siento. Acongojado. Espantado ante algo que sé que se parece a lo que uno es, pero que resulta muy diferente cuando se observa en alguien de fuera. Necesito averiguar más cosas sobre Amateratsu. Pero, tal cual está todo, deberé esperar a que el lío con Nakahara se arregle. No quiero levantar más sospechas. Además, está lo de mi hermana: ¿cómo va a justificar su actuación estando borracha? Necesito tiempo. Tiempo para que lo que ha sucedido esta noche se olvide. Y suerte: la suficiente como para que mis amigos, ebrios, hayan creído que, lo que vieron, fue una visión.

Aula 6: De un amor hacia otro (“From One Heart To Another”)

Después de aquella jornada de playa soleada, los días vuelven a ser plomizos. Asquerosos. Incómodos. Eternos. Como aquellos en los que las nubes lo tapan todo pero no cae ni una gota de agua desde el cielo. Mi hermana vuelve a concentrarse en las asignaturas suspendidas. Más le vale, después de lo acontecido en la excursión. Por mi parte, sigo entrenando en el do jo de los Ayukawa las katas de karate junto a okāsan y Genda. Está encantada con la presencia de éste. Dice que le recuerda a alguien, pero no revela quien. ¡Je! Está claro que es a otōsan. No hay días de piscina ni de playa. Ni tan siquiera, una tarde de cine. Mi compañero también está liado con los deberes y me pide ayuda. Y eso que decía que el nampa no era lo suyo. Siempre viene a casa… Y siempre acabamos él, Akemi y yo estudiando en la sala de estar, junto al piano. Más de una vez tengo que carraspear para que deje de observarla como si fuera una estatua de museo. Mientras mi madre sonríe y nos sirve un tentempié, leo su mente aprovechando que no está mi padre. Para ella, esto es la normalidad que le hubiera gustado vivir a su edad. Ese detalle me inquieta.

El Obón marca una pequeña tregua para todos. Genda se marcha a Kyōto a visitar a su familia y me comenta que no volverá hasta casi el inicio de las clases. De las demás, ni rastro. Nosotros nos marchamos a Nīgata: respiramos aire fresco, nos liberamos del estrés, pescamos el ayu en el río junto a Takashi-ojīchan, paseamos por los bosques, nos bañamos en las aguas gélidas del lago, disfrutamos de las islas Hombre y Mujer y de las nieves casi perpetuas de la Roca Tengu, rendimos culto a los antepasados… Y a Ojīchama. Todavía no comprendo porqué me ha retirado la palabra. Hay muchos momentos en que lo echo de menos. Justo cuando no sé qué hacer. Tras colocar los farolitos en el cauce, bajamos al pueblo a disfrutar de la feria. Como es costumbre, Kyōko-bāchan nos ha guardado celosamente los yukatas y hakamas que vestimos para las ocasiones especiales. Mi madre, mi hermana y mis primas están radiantes. Muchos comentan que han heredado lo mejor de la genealogía de los Kasuga.

Por su parte, Eīchi y Kazuma me preguntan por Amateratsu. Sin saber cómo, casi me había olvidado de ella. La sensación de haber vivido un sueño me invade por un instante. En el rincón más profundo de mi cabeza, oculto los acontecimientos acaecidos en aquella jornada de playa. El pueblo de mis abuelos no es el lugar más indicado para que mis primos se enteren de que ella guarda una energía muy parecida a la de nuestra gente. Finalmente, despacho el asunto con un hecho verdadero: no he vuelto a tener noticias suyas. Por desgracia, la actitud afectuosa de mis padres y tíos me devuelve un sentimiento olvidado desde el día de Tanabata: el deseo de que sea ella quien, vestida con un yukata, me acompañe en un momento tan especial.

El retorno me vuelve a engullir en lo plomizo de las jornadas. Hace ya días que he liquidado las tareas de verano y Genda está fuera. Mi hermana sigue concentrada en las dos asignaturas suspendidas y no hay noticias ni de Nakahara ni de Amateratsu. Por su parte, okāsan está encerrada en el estudio que construyó en el sótano de casa, junto al garaje, componiendo y escribiendo temas para Hayakawa Mitsuru. Como no estoy ni en una academia de refuerzo ni con los Knights, me desespero para mantener mi cabeza ocupada. Finalmente, un sábado por la tarde en la cocina, mi madre me ofrece una sugerencia mientras nos prepara la cena:

– ¿Qué es lo que pasa?

– Nada, nada.

– Por muchos poderes que tengas, no puedes engañar a tu madre.

– Es que… No sé qué hacer.

– ¿Qué quieres decir con ‘No sé qué hacer’?

– Los otros veranos me los pasaba estudiando en las academias de refuerzo y eso me entretenía pero...

– ¿Y tus amigos?

– Genda-kun está en Kyōto a ver a sus padres, de Nakahara-san y Amateratsu-san no sé nada y Akemi-chan, ya sabes.

– Espérame un momento. Enseguida vuelvo.

Escucho el sonido de sus pisadas subiendo hacia arriba. Deduzco que ha ido a su habitación. A la vuelta, me entrega una guitarra acústica. Normalmente, toco en el estudio los instrumentos que tenemos en casa, cuando ella no está. Nos tiene rigurosamente prohibido que nos los llevemos. Sin embargo, me extraña que me entregue uno:

Onegai shimasu, cuídamela. Máster no me lo perdonaría si le pasara algo.

– ¿Quién es?

– Un buen amigo de tu padre y mío. Es el dueño del Shin Abakabu, un piano bar que está cerca de la estación. Esta guitarra me la regaló cuando le dije que quería dedicarme profesionalmente a la música.

– ¿Y dónde quieres que vaya a tocarla? Aquí, contigo trabajando, no puedo.

– Déjame pensar… Ve mañana al parque de Harajuku…

– ¿?

– Sí, hombre, donde a veces vuestro padre os llevaba a dar un paseo en barca cuando erais más pequeños.

– ¿Allí?, ¿por qué?

– Porque van muchos músicos a ensayar, componer e incluso cantar. Además, existen muchos recodos en los que hacerlo con calma… Cuando tenía tu edad, me iba muy a menudo a tocar el saxofón.

Las últimas palabras que me dice salen de una sonrisa radiante. En su mente leo un hecho del pasado: un encuentro accidental entre ella y otōsan. Seguro que fue un instante muy feliz. Tomo nota de su sugerencia y, al día siguiente, me encamino hacia el parque de Harajuku. Mi ánimo sintoniza con el día. Mi cabeza se convierte en una partitura donde escribo las melodías que me vienen a la cabeza. Cuando no hay ideas, toco mis canciones favoritas. Sin embargo, al cerrarse las puertas del vagón, todo salta en mil pedazos. De repente, me giro. Mi cuerpo ha captado una energía bien familiar. El rostro olvidado aparece en todo su contundente esplendor: es el de Amateratsu. Alegre, sonriente, sanador. Una sensación rara me asalta al recordar las palabras de la conversación que okāsan y yo mantuvimos ayer por la tarde: “Por muchos poderes que tengas, no puedes engañar a tu madre”. Poderes no tendrá. Pero empiezo a sospechar que alguna cualidad relacionada con la adivinación debe poseer.

No obstante, acontece algo sorprendente: durante dos eternos minutos, no cruzamos palabra. En mi caso queda claro: lo que sucedió en la playa aún permanece fresco en mi memoria. Y en el suyo, no sé si es el miedo despertado por lo que contempló. Finalmente, rompe el silencio con una sonrisa:

– ¿Sabes que es lo que más me gusta de las nubes blancas?

– No.

– Que, superpuestas sobre las montañas, dan la impresión de contemplar un san del Himalaya con nieves perpetuas.

– ¿Has estado alguna vez allí?

– No, pero me gustaría.

Esa anécdota absurda funde el muro de hielo que nos separa. Por el camino, conversamos sobre fotografía y paisajes, y nos explicamos anécdotas vividas por su padre, el mío y Takashi-ojīchan. Tan absortos estamos en la charla que acabamos en el parque de Harajuku juntos. Ni tan siquiera nos preguntamos a dónde íbamos. Simplemente, ambos nos encontramos a gusto. Mi madre tenía razón. Está lleno de viejos conocidos y rivales a los que procuro evitar con éxito. También, de cazatalentos a la captura de novedades para satisfacer el mercado. Sin embargo, cuando contemplo las expresiones de los que tocan y cantan, uno aprecia que disfrutan y hacen disfrutar. Al observar el lago, una idea brota en mi mente:

– ¿Quieres dar una vuelta en barca? Creo que te lo debo.

– Sí, me encantaría.

Remando en el agua, observo su rostro. Su sonrisa compite con el sol. A pesar de que sus facciones son más bien normales, encandila. Para evitar que se repita el silencio del vagón, trato de darle conversación:

– Mi padre nos traía algunas veces aquí. Lo más difícil es mantener el bote recto.

– ¿Puedo pedirte una cosa?

– Dime.

– Toca algo para mí.

– ¿Aquí, en medio del lago?

–… Sí.

Me ha sorprendido. Los dos nos sonrojamos de vergüenza. En su caso, desconozco la razón. En el mío, la sé casi de sobras:

– Me encantaría pero, no tengo ganas de desafinar.

– Entonces, ¿dónde?

– No sé si sugerírtelo… No quiero que pienses que soy un pervertido… ¿En aquella zona de arbustos y cañas de allí te va bien?

–… De acuerdo… ¡Me arriesgaré!

Los dos nos sentamos sobre la hierba. Primero toco los acordes de “Orenji Misuteri” de Nagashima Hideyuki. Después, surge una nueva idea en mi cabeza: enseñarle un poco de inglés a través de la música. Elijo temas de Roxette para ilustrarla. Primero toco “Grito tu nombre”. Es la amarga crónica de aquello que no se puede recuperar. Después, me decanto por algo más romántico: “Escucha a tu corazón”. No habla de un amor que se ha acabado; sino de algo que, en el fondo, todavía se puede salvar. Un trozo de la letra la hechiza: “La esencia de lo mágico / la belleza que ha existido / cuando el amor / era más libre y salvaje que el viento”. Mas tarde ejecuto los acordes de “Pasando el tiempo”. Trato de abreviar en la traducción, ya que lo que cuenta la canción es bastante duro. Habla de una pérdida casi irrecuperable. Tras éste, me lanzo, inconscientemente, con una de mis favoritas: “¿(Estás) emocionada?”. Es uno de sus temas más sensuales. Por curiosidad y, de manera inesperada, me pregunta de qué habla la letra. Intento no explayarme, y le comento que son cosas de mayores. Un poco avergonzado, añado que la he tocado porque me apetecía. Finalmente, ante la insistencia de Amateratsu, le sugiero que volvamos. El cielo se oscurece y amenaza a tormenta.

En el bote reina el silencio. No sé si todavía está pensando en lo que le he dicho sobre la canción de Roxette. Por desgracia, unos gritos de desesperación lo hacen pedazos: “¡¡Ayumi-chan, Ayumi-chan!!”. Una madre pide, desesperada, ayuda. Su hija se ha caído del puente que cruza el lago. Amateratsu se extraña: el agua llega por la cintura. Sin embargo, en esa zona el calado es muy superior. Voy a levantarme para lanzarme a rescatarla pero, cuando le comento el detalle, quien me acompaña se adelanta sin mediar palabra… Y me vuelve a demostrar cuan buena nadadora es. Se zambulle con una elegancia digna de la mejor velocista y nada casi como una profesional. Antes de que quiera darme cuenta, la tiene entre sus brazos. Acerco el bote para subir a ambas a bordo. Ya en la orilla, la mujer se deshace en agradecimientos hacia nosotros. Amateratsu estornuda. Para evitar que se resfríe, la cubro con mi camisa.

Encontramos refugio en un kissaten justo antes de que empiece a llover. Por una vez, las tornas se han invertido: a pesar del diluvio que cae afuera, es un día radiante. Me siento muy a gusto junto a ella. Casi sin darme cuenta, me pongo a la altura de Genda con mi hermana:

– ¿Por qué me miras tan fijamente? – Pregunta con una sonrisa indeleble.

– Porque tienes algo cerca del labio.

– ¿Qué es?

– Plancton.

Primero se sonroja. Más tarde, sonríe. Finalmente, reímos juntos. No obstante, ese brillante momento compartido se oscurece con un comentario inocente:

– Me estaba acordando de la que nos pillamos en la playa. ¡Qué miedo pasamos!

– Por…

– Por lo de aquel tipo. Nakahara-san y yo estábamos muy asustadas. Pobre Genda-san. Si hubiera estado más sobrio habría sido distinto. Suerte que estaba Akemi-san.

– ¡Oye, que yo también estaba allí!

– Cierto. Si tu hermana no hubiese tumbado a aquel tipo, seguro que lo habrías hecho tú. Lo que no sabía era que Akemi-san fuese tan buena peleando.

– Si yo te contara…

– Fue alucinante. Lo esquivó y noqueó con cuatro golpes. El último fue brutal. Lo levantó del suelo. Parecía un videojuego. ¿Quién os ha enseñado a luchar así?

– Fue cosa de mi madre. Su abuelo tenía un do jo que ha heredado a través de su padre. Allí es donde entrenamos.

– ¿Por eso te apuntaste al club de karate?

– Lo hice porque quería perfeccionarme en la disciplina. Practico otras, pero ésa es la que menos domino.

– Ja, ja, ja, ja, ja.

– ¿De qué te ríes?

– Es que lo has explicado con tanta seriedad. Quien sea tu esposa podrá sentirse segura junto a alguien como tú.

La vergüenza nos amordaza. Mientras veo como cae la lluvia, rebobino el trozo de conversación que hemos mantenido. Estoy de suerte: no ha mencionado para nada el hecho de que mi hermana estaba tan borracha como ellas. Lo cual quiere decir que no se ha dado cuenta de que utilizó los poderes. A continuación, reproduzco la anécdota del rescate. No sé si pensar que es una sirena convertida en humana:

– Dices que soy bueno en las artes marciales, pero debo decir que tú no te quedas atrás en la natación. Nunca había visto nadar a nadie tan rápido. Podrías competir en los Juegos Olímpicos y ganar muchas medallas, “Miss Phelps”.

– ¿Seguro? No es para tanto. Piensa que estamos hablando de rescatar a alguien en apuros.

Vuelve a hacerse el silencio. Lamentablemente, va a ser corto. Y lo peor, unas palabras sin mala intención van a desencadenar algo totalmente inesperado:

– Kasuga-san, me gustaría pedirte un favor.

– Tú dirás.

– ¿Podrías echarme una mano con las asignaturas este próximo trimestre? Es que no sabía que el ritmo del gakuen fuera tan exigente.

– De acuerdo. Pero con una condición: que luego nos vayamos a tomar algo. Aunque formalmente no sea una cita.

– ¿Has dicho cita?... ¡¡¡Anda, la cita!!!

Esas palabras me hacen sintonizar con el momento del día con la misma facilidad con la que se cambia de canal en un televisor. O sea, que había quedado con alguien. A pesar del cabreo monumental que me pillo, mantengo la sangre fría. Lo suficiente como para crear una buena maniobra evasiva. Cojo mi móvil y hago ver que tengo un sms. Finalmente, me levanto:

– ¿A dónde vas?

– Mi padre me ha mandado un mensaje. Necesita que le ayude con unas cosas.

– ¿Y la camisa?

– Devuélvemela… ¡Lavada y planchada! Nos vemos. Sayōnara.

No llevo paraguas. Y si lo llevara, no lo abriría. Me da igual calarme hasta las costillas y pillarme una buena pulmonía. Y doy gracias a que la guitarra que me ha entregado okāsan tiene una buena funda. Seguro que había quedado con otro chico. La cuestión es con quién. Encerrado en el vagón, de regreso a casa, los celos me devoran con la misma voracidad con la que un león enjaulado se zampa un filete de carne. Nada de lo que he vivido a su lado durante esta mañana y mediodía acude a mi mente. Nada. Ni las charlas. Ni las canciones. Ni la anécdota del rescate. Sólo la pregunta de quién. Por un instante, aparece el recuerdo de un comentario de mi hermana: “Además, me parece que quien de verdad le gusta es tu capitán”. Podría ser. Pero, ¿por qué se ha quedado a mi lado? Si tienes algo tan importante como una cita, no te olvidas. A no ser que esta mujer sea un desastre.

Afuera, la lluvia se ha suavizado. En mi interior, arrecia como en las peores tempestades del océano. Parece no tener fin. La vuelta a casa no la alivia. Cuando ofukuro-san me ve, se enfada mucho. Me abronca con todo su repertorio de improperios, y me pregunta dónde está la camisa que llevaba. Añade si estoy tratando de pillarme una pulmonía para escaquearme de las clases. No la oigo. Ni la escucharía aunque levantase la voz a la altura de una soprano. Menos mal que todavía no ha visto la funda de la guitarra. Todo se frena un poco cuando escucho, primero, las quejas de mi hermana tratando de concentrarse en el estudio. A continuación, las palabras de otōsan: “¡Madoka-san, ya está bien! Deja que se dé un baño y luego habláis”.

La petición de mi padre surge efecto. Cuando salgo de allí, me dirijo a la cocina. Mi madre está preparando la cena. Cuando entro, se gira y deja lo que está haciendo:

Dōzo –. Me ofrece una silla para que tome asiento. – ¿Qué es lo que ha pasado?

– Nada.

– Venir calado hasta las costillas no es, precisamente, nada… Sumimasen por lo de antes. ¿Qué ha pasado?

– He dicho que nada.

– ¡Izumi-chan, soy tu madre y te he traído a este mundo! Como para no saber que ha pasado algo.

Finalmente, acepto hablar porque noto que, por alguna extraña razón, otōsan ha logrado domesticar el enojo de fiera enjaulada que llevaba. El cómo, lo desconozco:

– ¡Está bien!… Te haré una pregunta: ¿Cuándo tenías mi edad, te olvidabas de algo tan importante como una cita?

– Que yo sepa, no…

– Es que me he encontrado por el camino con Amateratsu-kun.

– ¿Habías quedado con ella?

– No, exactamente. Se podría decir casi que sí, pero todo ha sucedido por casualidad. A parte, ese no es el problema. Hemos ido al parque de Harajuku, hemos dado una vuelta en los botes de remo y ella ha rescatado a una niña que estaba a punto de ahogarse… Le he dejado mi camisa para que no se resfriara… Por eso no la llevo.

– Y el que ha estado a punto de pescarlo has sido tú… Te la devolverá, ¿no?

– Sí, lavada y planchada, ya se lo he dicho. El problema ha venido después… No sé si lo ha hecho a posta o no, pero el caso es que ya había quedado con alguien. Y en lugar de eso, se queda conmigo. ¡Qué poco seria que es esta chica!… Como las otras.

– ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja!

– ¿Se puede saber donde está la gracia?

– ¿A qué, a pesar de todo, te lo has pasado bien?

–… Hai.

– Créeme, se puede ser así de poco serio. Cuando estaba en el gakuen aconteció exactamente lo mismo con tu padre.

– ¡¡Queeeeé!! ¡¿Con oyagi?!

Hai. También nos encontramos por casualidad y paseamos juntos por el parque. Y al mencionarle la palabra cita, también se acordó de que había quedado con otra persona… La verdad es que también me enfadé un montón pero… Por otro lado, disfruté mucho a su lado.

– Entonces…

– Yo creo que no lo ha hecho de mala fe.

Antes de dormir, reflexiono sobre lo que me ha comentado mi madre. Sin embargo, el sueño me vence rápidamente. El día ha sido muy movido y, además, mañana toca madrugar. Los entrenamientos en el club de Karate se inician antes de comenzar el trimestre. Trato de pensar, por una vez, en positivo. Algo me dice que Amateratsu no es como las demás. Acabo por creer que no lo ha hecho con mala intención.

Los ejercicios de la mañana siguiente en el gimnasio son intensos. A nuestro capitán le encanta empezar el trimestre con fuerza. Y más, tras los resultados del campeonato de la prefactura de Kanagawa, cuyos resultados han sido bastante decepcionantes. A diferencia de los demás, no acuso la falta de ritmo. Más bien al contrario, he tenido que entrenar para no aburrirme. Nakamura me felicita sorprendido. Añade que seguro que el año que viene iré. Una carcajada lo interrumpe. Es Yasuda, el Capitán del club de Judo. Presume de los títulos que ha ganado su equipo en los últimos torneos. Me sugiere que me una a ellos y abandone a esa cuadrilla de ‘perdedores’. Mira que es pesadito. Me inyecto un poco de horchata en las venas y trato de no hacerle caso. Sigue provocando y me acusa de gallina. Acaba de cruzar la raya. Mi capitán me detiene.

Entonces, acontece lo inesperado. Genda da un paso al frente:

– Dejádmelo a mí. Tengo una cuenta pendiente.

– ¿Estás seguro Genda-kun?

– Completamente.

– ¡Genda-kun, ni se te ocurra!

– ¡Capitán, si no venzo a este impresentable, no podré considerarme digno de representar al Club!

– Está bien… Tú mismo.

Nunca había apreciado una mirada en Genda como la que muestra: una determinación ardiente y fija. Está especialmente motivado. Y nos asusta. Los dos contendientes se dirigen al centro del tatami. Yasuda sigue igual de bravucón:

– Te voy a enseñar el arte que menospreciaste. No me vas a durar ni medio asalto.

Genda se mantiene en silencio. No hace ni caso. Ofrece una expresión de concentración brutal. Los miembros de los dos clubes rodean, expectantes, el tatami. Empieza el combate. Al cabo de treinta segundos, concluye. Todo el mundo se queda boquiabierto, pasmado, alucinado, sorprendido, asustado. Algunos incluso se frotan los ojos para creer lo que acaban de ver. Genda ha proyectado a Yasuda con el pie contra el suelo y lo ha inmovilizado. ¡A un cinturón azul! Con tal fuerza que éste ha suplicado rendirse, en medio un dolor terrible. Más tarde, cuando Yasuda vuelve del hokenshitsu con un brazo fijado al cuerpo y un diagnóstico que incluye unos cuantos esguinces, comprendemos el alcance de los progresos que ha realizado:

Domō arigatō por tu ayuda y tus consejos, Kasuga-san.

– No hay de qué pero, ahora soy yo el sorprendido. ¿Se puede saber qué has estado haciendo en Kyōto?

– Bueno… He seguido entrenando en el do jo de mi familia. Además, le he pedido ayuda a mi padre. Éste ha hablado con varios maestros judokas amigos suyos, y me han ofrecido un programa intensivo. La verdad es que me he quedado a gusto. ¡Qué ganas que tenía de desquitarme!

El entrenamiento continúa sin más incidentes. Nakamura felicita a Genda por sus progresos. Ya en el vestuario, mientras me ducho, escucho accidentalmente una conversación, en principio intrascendente. Sin embargo…:

– ¿Qué tal las vacaciones, Sempai?

– Bien. Estuve en Hakodate para desconectar un poco. Después, pasé unos días en Taipei. Habrían sido redondas si no fuera por algo que me sucedió unos días atrás.

– ¿Qué pasó?

– La verdad es que no lo entiendo.

– ¿El qué?

Se hace un silencio. Al escuchar lo que sigue, comprendo que ha estado esgrimiendo el dedo meñique:

– ¿Y eso?

– Le había pedido una cita a una chica de primero.

– ¿A quién?

– A Amateratsu-kun.

– ¡¿Cómo?! Pudiendo elegir a chicas más guapas, ¿por qué a ella, si es de la medía?

– Justamente porque ahí está la gracia. Además, en caso de encontrarme con alguna persona del Kōryō, pensarían que es una amiga, no alguien con quien estoy saliendo en serio. A parte que tiene su encanto. Bueno, o al menos lo tenía.

– ¿Por qué lo dices?

– Como te iba contando, nos encontramos en Hakodate y le pedí una cita. Ella dijo que allí no. Su padre es muy estricto con el tema ‘dedo pulgar’, y prefería no verse envuelta en problemas. Me prometió que, a la vuelta, sería más fácil. Y así fue. Nos volvimos a encontrar y quedamos, en principio, ayer a las dos para comer.

– Pero…

– No se presentó. Espero que me dé una buena explicación. A nadie se le olvida algo tan importante como una cita…

Está en lo cierto. ¿Qué tiene esta muchacha en la cabeza? ¿Un nido? No sé si dejarlo correr definitivamente y darle vía libre. Si lo hiciera, el sol se apagaría para siempre y la tormenta me volvería a engullir. No obstante, en caso contrario, tendría que enfrentarme de manera indirecta a mi capitán. Y no estoy con ánimos de ganarme un enemigo tan poderoso e influyente. Al final, mi lengua me traiciona:

Sempai.

– Dime, Kasuga-kun.

– Sobre lo de Amateratsu-kun… Me encontré con ella ayer por la tarde.

– ¿Qué te contó?

– Me pidió que la excusara. Me comentó que no se había podido escapar de casa. Su padre le había pedido que le ayudara con un reportaje fotográfico.

– O sea, que había sido eso. Entonces, ¿por qué no me llamó a mi móvil?

– Eso yo ya no lo sé. A lo mejor…

– ¡Ah, claro! Tonto de mí. No se lo di. Tan sólo habíamos quedado tras habernos vuelto a encontrar aquí. ¡Qué fallo! En fin, ya hablaré con ella a la vuelta de las clases. Domō arigatō, Kasuga-kun.

La semana transcurre sin más novedad. Los días, a pesar del sol, son grises y plomizos. Por desgracia, el sábado siguiente la cosa acaba por dar una vuelta más de rosca. Está a punto de estallar una tormenta de consecuencias imprevisibles. Para celebrar que se acaba el verano, mi hermana queda con sus amigas. Como de costumbre, mi madre me pide que la acompañe para tenerla controlada. Accedo entre dientes. No por la misión encubierta que me asigna… Sino porque no sé con que cara voy a mirar a Amateratsu tras haberme enterado que había quedado con mi capitán y haber ocultado su metedura de pata, malintencionada o no. Extrañamente, es Akemi quien me pide que Genda venga con nosotros. Tras llamarlo a su celular, éste acepta entusiasmado. Quiere aprovechar antes de que se inicie el nuevo trimestre.

Por una vez, el punto de reunión cambia: es el parque que se ubica junto a la Green House. Nakahara es puntual y, de inmediato, empieza a conversar con mi hermana. A pesar de que el día es radiante, en mi interior está ahogado por las nubes. Cuando observo los 99 / 100 escalones en los que Amateratsu y yo nos conocimos, las sensaciones opuestas se cruzan: por un lado; la felicidad de aquel día en que, por una vez, salió el sol. Por el otro, los nubarrones negros que se ciernen con el hecho de que ha preferido a Nakamura. La llegada de Genda lo detiene todo. A continuación, quien aparece es Amateratsu. El saludo con ella es poco menos que ártico. Todavía me duele horrores saber con quién había quedado.

La decisión de ir al cine me tranquiliza un poco. Así no tendré que darle conversación. También me alivia el hecho de que ninguno de los presentes ha mencionado para nada los acontecimientos de la playa. Tanto mejor. Una preocupación menos. Lamentablemente, como suele suceder con la Ley de Murphy, si algo puede empeorar, empeorará. En la cola de cine tropezamos con Nakamura. Dejamos que ambos hablen a solas un rato mientras esperamos a entrar. Amateratsu, al principio, se queda extrañada con la historia que le cuenta mi capitán. Sin embargo, el gesto contraído se dilata y se convierte en una sonrisa entrecortada. Acaba de aceptar el capote que le he echado para enmendar su pifia. No podré leerle la mente, pero sí su expresión. Por desgracia, la conversación entre ambos se alarga. Contemplo como está especialmente receptiva con el jefe del Club de Karate. Unos invitados invisibles, con arma blanca, aparecen cuando ambos intercambian sus respectivos números de móvil. Los celos me apuñalan sin piedad por la espalda.

Ya dentro de la sala, mi hermana se cura en salud: me ubica entre ella y Nakahara. A continuación, se sientan Genda y Amateratsu. Adentrándome en una auténtica tempestad, la malicia me vence: sigo pasando olímpicamente de la última y me centro en la primera. Con las luces apagadas, le doy a ésta barra libre para que me acaricie y se ponga cariñosa conmigo. Estoy especialmente receptivo con ella y estamos a punto de llegar al ‘A’. Poco me importa lo que piensen las otras dos chicas. La una ha adiestrado e instigado a quien se sienta a mi lado. La otra ha preferido a Nakamura.

Cuando concluye la película, todo se precipita. Amateratsu nos comenta que va un momento al servicio. Ninguno de nosotros espera lo que va a acontecer. Aguardamos cinco, diez, quince minutos. A los veinte descubrimos que se ha marchado. Noto como el rostro de mi hermana se contrae. Nakahara le pregunta si pasa algo. Responde que no. A la vuelta, tanto Akemi como yo nos quedamos en silencio. Nuestros dos amigos comentan la jugada de manera muy animada. Cuando nos separamos de ellos, empieza a tronar:

– ¡¿Se puede saber de qué vas?!

– ¿Cómo que ‘de qué voy’?

– ¡¿No eras tú quien decías que no dejara de lado a Amateratsu-chan?! ¡¿Qué es lo que has hecho esta tarde con ella?!

– ¡Ser más receptivo con Nakahara-kun! ¡¿No eras tú quien me pedías eso?!... Pues es exactamente lo que he hecho.

– ¡Pero no de esa manera y delante de Amateratsu-chan! ¡Se ha ido por el show que habéis organizado Ayumi-chan y tú!... Y suerte que no habéis llegado a ‘C’, que si no. ¡Además, estás yendo demasiado deprisa con ella y no quiero que te aproveches y le des falsas esperanzas!

– ¡¡Yo no le estoy dando falsas esperanzas!! ¡¡Es ella la que se está comportando como una hentaiona!!

– ¡¿Qué has dicho?!

– ¡Lo que has oído! ¡Y no me des lecciones de moral cuando has sido tú quien la ha instigado!

–… ¡Es la última vez que voy a permitirlo!

– ¿Es un veto?

– Sí.

Son las últimas palabras que cruzamos. Al llegar a casa, cenamos por separado y nos vamos a dormir. Antes de caer rendido, tomo mi decisión: me dejo engullir por la tempestad y aceptar que, los días que he vivido hasta hoy han sido un simple y mero espejismo. Como tantos otros en mi vida.

Aula 7: Rendición (“Surrender”)

“¡Izumi-chan, despierta! ¡Venga, que hoy se va otōsan! El desayuno estará en diez minutos, así que espabila”. Éstas son las palabras con las que empiezo el día. Son de okāsan. Tras abrir los ojos e incorporarme, aterrizo en la realidad. Son las cinco y media de un domingo por la mañana. Mi padre se marcha tres semanas a Los Ángeles para cubrir un reportaje sobre la convención republicana en California. Empiezan los tres meses en los que se ausenta a menudo…. Y ofukuro-san toma las riendas de la casa. La idea de irse hoy es para evitar los atascos que se forman el resto de la semana de camino al Aeropuerto Internacional de Narita. Tenemos que ir a despedirle.

Después de refrescarnos y asearnos un poco, Kenji y yo nos dirigimos a la cocina. Allí está Akemi, de morros. Lo que quedó colgado en la jornada anterior irrumpe con brutalidad. El silencio se puede cortar con una katana. Más que un desayuno, parece un sepelio. Los únicos que están felices son mis padres. Mi hermano pequeño está confundido al reconocer nuestras expresiones. Mientras como, organizo mi mente. Hoy es la última jornada libre que tenemos. Mañana vuelven a empezar las clases. La verdad es que preferiría que no comenzaran nunca pero, en fin, tendré que pensar algo para evitar a Amateratsu. Después de todo lo que ha sucedido, no me veo con fuerzas de mirarle a la cara.

La ausencia de palabras continúa durante el trayecto hacia el aeropuerto. Entre mi hermana y yo estalla una guerra sorda para ver quién entra en la mente de quién. Hasta que oyagi-san decide intervenir:

– ¡Madoka-san, detén el coche donde puedas!

– ¿Por qué, Kasuga-kun?

– Ahora lo verás.

El Mini Cooper de mi madre para en una zona de descanso de la autopista. Echa el freno de mano y corta el contacto. El tema se pone serio:

– ¡Kasuga Izumi y Kasuga Akemi, ¿Podéis parar de una vez?!

– ¡Si yo no he sido! – Se defiende mi hermana.

– ¡Habéis sido los dos! A vuestra madre podéis engañarla, pero a mí no. Os he dicho por activa y por pasiva que nada de utilizar los poderes. Los estáis concentrando de tal manera que vais a lograr que suceda alguna desgracia. ¡Cómo me entere de eso en mi ausencia seré yo mismo en primera persona quien os va a castigar! ¡Y os garantizo que no os va a gustar nada!

La expresión que primero ofrece okāsan es de alucinación. Pocas veces ha visto a otōsan así de enojado. Después, tensa el rostro hasta el punto que mis hermanos y yo conocemos tan bien: el que más miedo nos da. Las cosas se calman un poco y arrancamos de nuevo. El resto del trayecto se desarrolla sin novedad. Ya en el aeropuerto, mis padres descargan la tensión y se ponen ñoños. La verdad es que su actitud me hace mucho daño, aunque trato de no exteriorizarlo. No quiero darle el gusto a mi hermana de que se ría de mí. Cuando mi madre ve despegar el vuelo de JAL que conduce a mi padre a Los Ángeles, unas lágrimas se escapan de sus ojos. Nadie, ni tan siquiera yo, sospecha que van a ser muchas más las que derramará.

Me paso el resto de la mañana durmiendo y leyendo Mangas. Mi hermano pequeño se marcha con okāsan a dar un paseo hasta la hora de la comida. Akemi se desespera porque ve que no va a llegar a tiempo para entregar los deberes del verano. Eso sin contar los dos exámenes de recuperación que le esperan. ¡Qué se jorobe! Eso le pasa por dejarlo todo para lo último. Por su parte, Genda no ha llamado, lo cual me da a entender que ya ha liquidado sus tareas. Sin embargo, me equivoco: suena el timbre de la puerta. Es él. Le hago pasar a la sala de estar y le ofrezco asiento. Me comenta que hay un par de problemas que no sabe resolver. A continuación, pregunta por mi hermana. Antes de que pueda abrir la boca, aparece salida de la nada y saluda. Como siempre, nos sentamos alrededor de la mesa y trabajamos juntos. No obstante, ni ella ni yo nos dirigimos la palabra. En el ambiente, se respira el mismo aire que las forjas en las que se afilan las armas. Finalmente, la asfixia se convierte en inevitable:

– Akemi-san, ¿sabes cómo resolver esta ecuación?

– Pregúntaselo a Kasuga-san. Te responderá sin problemas. Es más, puedes cuestionarle sobre cualquier cosa, incluso del nampa.

– ¡¡¿A qué viene eso, Akemi-chan?!!

– ¡¡¿No es cierto que te consideras el mejor, hentaión?!! ¡¡¿O se lo tengo que preguntar a Amateratsu-chan, a Iwajima-chan o a Ayumi-chan…?!!

– ¡¡¿Por qué no le cuestionamos a Yasuda-san a quien elegiría para un enkō?!! ¡¡Apuesto lo que quieras a que diría tu nombre sin pestañear!!

– ¡¡¡Basta!!! ¡¡¡Ya está bien!!! ¡¡¡No veis que estáis haciendo el ridículo ante un invitado y amigo vuestro!!!

Quien acaba de levantar la voz ha sido ofukuro-san. Tan alto era el volumen de nuestra discusión que ninguno de los dos nos hemos dado cuenta de su entrada. Tan concentrados estábamos en ponernos verdes que ambos no hemos advertido cómo se abría la puerta principal. Genda inicia las maniobras de evasión casi de inmediato. Antes de marcharse, nuestra madre se disculpa por la actitud mostrada. Después, nos cae un tormentón en forma de bronca e improperios. Nada nuevo bajo la lluvia incesante que me cala hasta las costillas. Nos pregunta qué demonios nos pasa, pero tanto mi hermana como yo no damos nuestro brazo a torcer y guardamos silencio. El resto de la tarde la paso encerrado en mi habitación, escuchando discos de Genesis y Roxette. Cuando por mis oídos pasan canciones como “Listen To Your Heart” o “(Do You Get) Excited?”, todo lo vivido junto a Amateratsu me parece demasiado lejano. Casi inexistente.

En el momento en que ofukuro-san nos llama para cenar, ninguno de los dos nos acercamos a la cocina. Solo lo hace Kenji, a quien le comento que no iré. Al cabo de un rato, mi hermano pequeño me trae la comida en una bandeja. Añade que, como siga todo así, voy a acabar en una academia militar en los Estados Unidos y Akemi en un internado. Me tumbo en la cama y observo el techo. Ahora mismo, analizando la situación con frialdad, ya no me parece tan mala idea: estoy prácticamente como antes, sólo que con el agravante de que mi única vía de escape, las noches que pasaba junto a los Knights, ha quedado cerrada. Estoy en el ojo del tifón. Estoy en medio de la nada.

El día siguiente marca el inicio del segundo trimestre. Cuando me despierto, la americana, los pantalones, la camisa y la corbata están preparados. Tras vestirme, acudo a la cocina. Nada más entrar por la puerta, vuelvo a adentrarme en el tifón. El desayuno se desarrolla en el más total y absoluto silencio. La asfixia por el ambiente viciado y el resentimiento escondido resulta evidente… Hasta que un comentario sin intención de mi madre desencadena el voltaje:

– Bueno, ya que seguís callados, espero que mantengáis esta actitud en el gakuen.

– ¡Yo no me hablo con salidos y hentaiones!

– ¡Como si te crees que eres la mejor para dar ejemplo! ¡Tengo ganas de verte cuando no puedas quitarte de encima a esos que tanto criticas!

– ¡Ja! Si te crees que te necesito, no te equivoques. Puedo apañármelas sola.

– ¡Kasuga Akemi, a dónde vas!

Mi hermana se levanta, coge su cartera y se tele transporta. Ni tan siquiera se molesta en recoger su bentō. Ofukuro-san se gira hacia mí y me muestra una mueca feroz de acusación. Todo ello me enoja todavía más y decido aplicar la misma técnica que mi hermana. De perdidos, al río. Ya que se ha abierto la veda, no voy a ser menos que ella. Me guardo mi fiambrera en la cartera, me despido de mi madre y de mi hermano, y concentro mi energía para desplazarme. Estoy de suerte: a través de las celdas espacio temporales, irrumpo detrás de uno de los árboles de entrada al complejo académico. Nadie me ve. Justo al salir de los matorrales, me sobresalto: tropiezo con la figura de Amateratsu. Sin embargo, ella no advierte mi presencia. Camina sin compañía, cabizbaja, ida, como si estuviera sólo de cuerpo presente. A saber por dónde ronda su espíritu.

Justo esa mañana, no hay entrenamientos en el Club de Karate. Todos los alumnos de secundaria y bachillerato se concentran en la sala de actos para asistir a la ceremonia de apertura del segundo trimestre. Es extraño, pero me dirijo hacia allí casi por inercia. Lo normal es escaquearme de tan pesado trámite. No obstante al entrar, encuentro una buena justificación: mi madre está junto a Kenji, observando con atención. Al localizar con la vista a mi hermana, procuro alejarme de ellos. Si alguien se tiene que cargar la bronca, que sea ella. Cuando concluye, me escabullo hacia el patio y, en un rincón apartado, consulto el horario. La primera clase es la de Inglés. Medito durante unos instantes. En un lado de la balanza, un día plomizo y nublado que sintoniza claramente con mi estado de ánimo. Mejor quedarse a cubierto. En el otro, tener que reencontrarme con Amateratsu y disfrutar de un dominio del idioma aplastante. Por algo tengo familia en los Estados Unidos. Finalmente, decido refugiarme en mi lugar favorito: el aula de música.

Una vez allí, me aflojo la corbata y me lanzo hacia el saxofón con fiereza. Estoy tan enojado que lo toco de manera totalmente acelerada, enrabietado. Casi como lo haría un jazzman en pleno frenesí sinfónico. De golpe, escucho unos pasos, acompañados por unas voces bien conocidas. Una es la de mi tutora, Nitta-sensei. Pero la otra me sorprende y cabrea todavía más: es la de mi propia hermana. La puerta se abre y, por un instante, me oculto detrás del piano. Al comprobar que van a revisar el aula, uso la tele transportación. Me dirijo hacia la azotea. Allí, respiro. Sólo me faltaba que ella me delatara. Tengo que hacer algo. Es entonces cuando una idea maliciosa brota en mi cabeza.

Ya el martes, la tempestad no cesa. Gracias a los entrenamientos del Club de Karate, me marcho mucho antes que mi hermana. Tras la ducha, tengo el tiempo justo para poner en marcha mi plan. A través de la tele transportación, en todas y cada una de las pizarras de las aulas de bachillerato, escribo que Kasuga Akemi-san busca novio, y que todos los interesados se pasen por 1º C. Añado que su hermano, según fuentes fidedignas, no intervendrá ya que considera que ya es ‘mayorcita’ para elegir. A pesar de que, como bien sé, los delegados habrán borrado el mensaje al llegar; el rumor corre como la pólvora encendida. El revuelo que se organiza alrededor de la clase de mi hermana a la hora del patio es notorio. Durante la comida, no ceja. Desde la azotea, observo como una jauría de chicos la rodea y le invita a comer. Su expresión indica una petición desesperada de socorro ante tanto agobio. No obstante, detecto la existencia de ciertos damnificados por la guerra en la que ambos nos hemos embarcado: Genda, Nakahara y Amateratsu comen solos, cada uno en un rincón distinto del patio. Tal vez la cosa esté yendo demasiado lejos. Pero entre los implicados, tres de ellos tienen buena parte de responsabilidad en todo esto.

Los dos días posteriores se desarrollan sin más incidentes. Evito en lo posible encontrarme con Amateratsu. A pesar de que, cuando coincidimos, intenta entablar conversación conmigo hago como si no estuviera. Lo más sorprendente del caso es que Genda tampoco me ha dirigido la palabra. No sé si será por miedo o porque él también está enfadado. Recupero mis viejas costumbres al completo: escaquearme de las clases plúmbeas, tumbarme en la ribera del río para descansar, tocar la guitarra y el saxofón en el aula de música, comer solo en la azotea… Un único detalle me llama la atención: mi hermana le ha cogido el gusto a eso de flirtear: cada día la veo comiendo con alguien distinto. De Nakahara, ni rastro. Todavía no he tomado conciencia de la jornada tan nefasta que me espera.

En la mañana del viernes, el entrenamiento en el Club se desarrolla dentro de lo habitual. No obstante, cuando concluye y todo el mundo se ha dirigido a las duchas, Genda me detiene:

– Kasuga-san, tengo que hablar contigo.

– ¿De qué?

– ¿Se puede saber qué demonios os pasa a tu hermana y a ti?

– Nada.

– ¿Nada? Vamos a ver: te prodigas más bien poco por clase por no decir que casi te podrías declarar como desaparecido, tanto Amateratsu-san como Nakahara-san están más solas que la una, por no hablar de la conducta de tu hermana…

– ¿Qué interés tienes tú con ella?

– Que me parece una chica agradable y su comportamiento no me parece normal.

– Genda-kun, lamento decírtelo, pero a ella no la conoces… Y sospecho que a mí tampoco. Procura no darle más vueltas y olvídalo. Mejor, piensa en la chica del piano. Te consolará.

Estas palabras lo dejan cortado. La charla me ha entretenido lo suficiente como para tener que ducharme a toda prisa. Cuando salgo del gimnasio y observo el reloj, lo veo claro: toca correr. Tanto, que olvido ajustarme la corbata y abrocharme bien la americana. Al final, la cosa se acaba de torcer. Al doblar la esquina del pasillo, tropiezo con quien menos lo deseo: con Daymiō Tetsuya, el presidente del Consejo de Estudiantes. Al incorporarse, me observa con una sonrisa maliciosa en la que puedo leer “Ésta es la mía”. Me arrincona y me censura el hecho de no llevar la corbata puesta ni la americana abrochada. Sigue metiéndose con mi coleta, todavía sin ajustar. Lo peor viene a continuación: de uno de los bolsillos de su uniforme saca unas tijeras para cortármela. Ese gusto sí que no se lo voy a dar. No quiero ponerle la mano encima, luego no me queda más remedio que utilizar los poderes. Empiezo a zarandear su cuerpo a mi antojo. Primero lo proyecto contra el suelo. Trata de levantarse, pero vuelvo a tumbarlo. Después, cuando se levanta por segunda vez, lo lanzo contra la pared. Vuelve a alzarse y vuelvo a arrinconarlo con mi energía. Finalmente, se queda noqueado en el pasillo.

Sigo corriendo para no llegar tarde a clase. Estoy de suerte: llego un poco antes que Matsushita-sensei, quien nos da Lengua. Es el único momento afortunado que voy a tener. Al entrar éste en el aula, la víbora de Fujiwara se acerca a su lado y le comenta que mi aspecto no está en regla. Finalmente, debo disculparme ante todos por no haber tenido tiempo para arreglarme. Si lo sé, me salto la clase. Entonces, acontece algo inesperado: Amateratsu se acerca y me ajusta el nudo de la corbata. Puesto que me resulta imposible agachar la cabeza, alzo la vista. Todavía soy incapaz de mirarle a la cara tras lo sucedido. Ella no articula ni una sola palabra. Después, vuelve a su pupitre. A continuación, emerge un rumor de murmullos que nuestro profesor debe cortar de raíz. No entiendo porqué lo ha hecho. ¿Es que trata de reconciliarse? Si es así, ¿por qué sigue flirteando con el capitán del Club de Karate? ¿Qué pretende? Después, la clase de Sociales se desarrolla con normalidad. Me concentro en la lectura y procuro no levantar ni dirigir la mirada hacia nadie que no sea Nitta-sensei.

Tanto, que me olvido de todo lo sucedido anteriormente. Justo cuando suena el timbre, ésta me pide que me quede un momento. Watanabe-sensei me espera en su despacho. Al cruzar la puerta de éste, contemplo el cuadro al completo y todo acude a mi memoria a velocidad mareante: esta vez, la directora me observa fijamente. Sentado en la butaca y cubierto de moratones y vendas, el presidente del Consejo de Estudiantes. De pie, con una sonrisa venenosa en la boca, la delegada de 1º A:

– Kasuga Izumi-kun, dōzo, siéntate. Ya he escuchado las versiones correspondientes de lo que ha sucedido. Ahora quiero escuchar la tuya.

–… Me tenía que defender.

– ¿Por qué razón?

–… Tetsuya-sempai quería cortarme la coleta.

– ¡Y debería haberlo hecho! ¡Watanabe-sensei, usted ya conoce el reglamento! Además…

– ¡¡Silencio, Daymiō Tetsuya-kun!! Ya he oído tu punto de vista. ¿Y eso justifica que tengas que agredirle, Kasuga Izumi-kun?

Quien tiene que callar ahora soy yo. Aunque no le he puesto ni un solo dedo encima, no puedo negar las evidencias. Ha pasado por el hokenshitsu y está cosido a moratones. Obviamente, no puedo decir que he utilizado los poderes. Tendré que aguantar el envite como pueda:

–… Iie.

– Entonces, tendrás que disculparte.

– ¿Cómo?

– Ahora mismo.

Gomen nasai, Daymiō-san. No volverá a ocurrir.

– Y ahora, marcharos. Kasuga-kun, quédate un momento.

– Watanabe-sensei, ¿qué castigo va imponerle?

– El que dicta el reglamento.

– Entonces, ¿por qué no me permite que, en aplicación de éste, le corte esa maldita coleta?

– Por dos razones: la primera, porque me estarías desautorizando. Y mi autoridad no la pone en duda ni el Coordinador General del Kōryō. Y la segunda: cuando ese reglamento se redactó, olvidó algo tan importante como que podemos establecer unas normas sobre el uniforme de nuestra institución. De hecho, es lo que nos identifica como miembros de esta comunidad. Sin embargo, no podemos hacerlo con el cuerpo de los alumnos. Y, que yo recuerde, el pelo forma parte de éste. Estaríamos atentando sobre su libertad personal. Además, el reglamento no especifica nada sobre ese aspecto, pero sí sobre cómo se debe vestir el uniforme.

El presidente del Consejo de Estudiantes se marcha con la cabeza gacha. Su victoria ha sido pírrica, pues ya no tendrá motivos para tocarme las narices. La directora le ha puesto un freno claro a sus abusos. Sin embargo, Fujiwara sigue mostrándome esa sonrisa de víbora venenosa. En medio del lapso de silencio que se produce mientras ambos se marchan, intento entender la razón. Repaso los hechos acontecidos durante estos últimos meses. Y acabo dando con la respuesta: todavía me la tiene jurada por lo que sucedió aquella noche en el Giradō Ian. Disfruta viendo como me hundo. Yo solo o casi, porque en esta ocasión quien seguramente se ha ido de la lengua ha sido ella. Viendo como pierdo lo que he ido ganando a lo largo de este tiempo. Estoy seguro que le debe haber fastidiado mucho el acto de Amateratsu, haciéndome el nudo de la corbata delante de todos. Podría cobrarme una justa venganza desacreditándola con sus actividades: borracheras, enjo kōsai, agresiones, gamberrismo… Sin embargo, a pesar de que ya no estoy con los Knights, me delataría en calidad de testigo. Creo que existe otra cosa que le hará más daño. Recuperar lo que estoy perdiendo. Pelear contra el tifón. Lo que no sé es cómo. La voz de Watanabe-sensei me devuelve a la realidad:

– Bien, Kasuga-kun, ya sabes cual es el castigo. Limpiarás las aulas y el patio durante las próximas tres semanas. ¿Tienes algo que añadir?

Iie.

– Ah, otra cosa antes de que te marches. ¿Se puede saber qué le pasa a tu hermana?

– ¿Qué quiere decir con ‘qué le pasa’?

– Se ha subido unos cuantos dedos la falda del sēji fukan, cada día come con alguien distinto, ya no va con Nakahara-kun ni Amateratsu-kun, no venís juntos… Yo diría que sí pasa algo.

Casi olvidaba cuan sagaz es la directora del gakuen:

– Sé que te cuesta confiar en las personas pero, si quieres, te puedo ayudar.

– Sólo son cosas de hermanos. Créame, lo solucionaré.

– Eso espero.

Sí, voy a solucionarlo. Será la mejor manera de tomarme la revancha con Fujiwara. Lo que no tengo ni idea es cómo voy a arreglar el problema de Amateratsu y Nakahara. Cuando llego a casa, me encierro en la habitación y medito como hacerlo. Al cabo de un rato, aparece mi hermano pequeño:

Onīchan, ¿en qué piensas?

– En nada.

– Seguro que en esto. – Esgrime el dedo meñique.

– Te he dicho que en nada.

– Aunque no pueda entrar en tu mente, hay caras que no engañan. Y la tuya me dice que tienes problemas al respecto. Es más, diría que guardan relación con las amigas de onēchan.

– ¡Esta bien, sí! Pero tu eres lo suficientemente enano como para no poderme ayudar.

– ¡Je, je, je, je! No me subestimes, onīchan. A veces, quien menos te lo esperas te sorprende. Así que ya sabes. Cuando te cambie el humor y quieras, puedes consultarme.

Las palabras de Kenji me asustan. Con lo caradura que es, puedo creerme todo lo que me ha dicho. Hago propósito firme para arreglar el lío. Sin embargo, pelear contra el tifón no resulta nada fácil: el sábado por la mañana, las cosas siguen igual con respecto a mi hermana. Y no tiene visos de cambiar. Y lo peor: a ofukuro-san se le está agotando la paciencia. A primera hora de la tarde, mi hermano pequeño se marcha. Le comenta a mi madre que ha quedado con una amiga. Es entonces cuando una idea brota en mi cabeza: verlo en acción. El problema está en que, si lo sigo, va a resultar muy descarado. Justo en ese momento, se me ocurre otra idea: utilizar algo nuevo. En este caso, una facultad de la cual Ojīchama me había hablado en infinidad de ocasiones, pero que nunca he puesto en práctica: utilizar la invisibilidad.

Concentro mi energía. Al principio, me cuesta. Solo algunas partes de mi cuerpo se vuelven transparentes. Hasta que, de repente, el reflejo de mi silueta en el espejo es inexistente. Sin decirle nada a mi madre, me deslizo por la ventana y me pongo en marcha. Nada más pisar la calle, me asalta algo obviado: ¿dónde demonios se ha metido mi hermano? Vuelvo a concentrarme, sólo que esta vez para localizarle a través de su energía. Bingo: está en el parque que se ubica junto a la Green House. Donde vive Amateratsu. Es muy arriesgado, pero estoy tan desesperado que no me queda otra alternativa. Cuando subo los 99/100 escalones, una serie de sensaciones ajenas irrumpen. Inexplicablemente, me pregunto qué sintió otōsan cuando conoció a okāsan al final de éstas. Si, de alguna manera, esperaba que lo que parecía un encuentro casual se iba a convertir en lo que es hoy. Y ella, ¿piensa lo mismo? Recuerdo que, cuando nos conocimos, me habló de un amigo de su padre que conoció allí mismo a su mujer. ¿Eran mis padres? Pero, ¿en qué estoy pensando? Ella está ahora demasiado lejos. Primero, céntrate buscar soluciones.

Como bien espero, lo diviso al acabar de subir los escalones. Está con una chica bastante guapa, un poco más mayor que él. Tiene el pelo corto, liso y negro, y una expresión inusualmente madura para su edad. Me concentro para escuchar la conversación:

– Kenji-kun, ¿por qué no vamos a mi casa? Me gustaría enseñarte la consola que me han regalado por mi cumpleaños.

– De acuerdo, Harada-chan, pero con una condición.

– ¿Cuál?

– Que me enseñes lo que ya sabes.

Cuando veo como la niña se ruboriza, empiezo a imaginarme qué tipo de petición le está haciendo. Este hermano mío no aprenderá. Será viejo verde. Sin embargo, la escena todavía no ha concluido. Por el otro lado del parque, aparece otra niña que va directa hacia donde están ambos. Tiene el pelo liso y rubio recogido en dos coletas. Esboza una sonrisa amplia y feliz. Parece ser que la cosa se anima:

– Kenji-chan. ¿Qué hace Harada-san aquí?

– No, nada Minazuki-chan.

– ¿Cómo que nada? Me habías prometido que jugarías conmigo.

– ¡¿Qué?! De eso ni hablar. A mi me había prometido que vendría para ayudarme con unos deberes de Inglés, a cambio de mis braguitas.

– Te ofrezco mis braguitas y mi sujetador si vienes conmigo.

– Dos pares si me ayudas con los deberes.

– ¡Hey chicas, un momento!

– ¿¡¡Con quién de las dos te quedas!!?

Mi hermano muestra la misma expresión que ofrece mi padre cuando no lo tiene claro. Parece ser que la indecisión es algo propio de la familia. No obstante, me sorprende su rapidez de reflejos. No tarda ni diez segundos en dar con una solución. Salomónica, sí. Pero, a fin de cuentas, es una solución:

– Minazuki-chan, ¿traes la libreta con los deberes?

– Sí.

– Harada-chan, ¿te importa que vayamos a tu casa, primero le explique lo de Inglés y luego juguemos juntos?

–… Está bien.

Alucinante. Lo ha resuelto con una facilidad pasmosa para su edad. No obstante, me adelanto demasiado en mis conclusiones. Kenji acaba por meter la pata hasta el fondo:

– No os olvidéis luego lo que me habéis prometido.

– ¡Será caradura!

– ¡So guarro!

Las dos le cruzan la cara con dos sonados bofetones. Es hábil solucionando líos, pero ese lado pervertido, hentaión y rostro duro le pierde. Si hubiera renunciado a sus exigencias y hubiera esperado a los acontecimientos, podría haber salvado el problema sin dificultades. Es lo que da la experiencia. De todas maneras, no creo que me ayude demasiado a resolver mis problemas. Vuelvo a casa cabizbajo. Tanto, que no reparo en el detalle de la visibilidad. Nada más cruzar la puerta de casa, me encuentro con ofukuro-san. Está que muerde:

– ¿Dónde demonios te has metido, Izumi-chan? Has vuelto a utilizar los poderes, ¿eh?

– Llegas justo a tiempo, hermanito. Ahora vas a explicarle a mamá el numerito de Ayumi-chan y tú en el cine.

– ¿Prefieres que le cuente lo que has estado haciendo tú esta semana en el gakuen?

– ¿Y tu qué? Si has tenido que ir a ver a Watanabe-sensei seguro que no ha sido por nada bueno.

– ¡¡¡Ya basta!!! ¡¡¡Me vais a explicar qué pasa con vosotros dos ahora!!! Y vas a empezar tú, Akemi-chan, por hablar.

Hacia tiempo que no había visto unas nubes tan negras. Unos rayos tan potentes y devastadores. Unos truenos tan ensordecedores. Arrecia como jamás había visto en mi vida. Qué lejos que quedan los días de sol. Es la primera vez que ofukuro-san levanta la voz hasta esos extremos. Debería realizar un voto de sinceridad, pero si mi hermana no se digna en hacerlo resultará inútil. Y no quiero quedar como el tonto de la película:

– En vista de que Akemi-chan sigue empeñada en guardar silencio, Izumi-chan ¿tienes algo que decir?

–… No.

– Está bien. Hasta nueva orden, os voy a requisar los móviles y os voy a prohibir que salgáis de casa. Por descontado, voy a cortaros la conexión a Internet de vuestros respectivos ordenadores. Y si veo que seguís con la misma actitud, tomaré medidas más drásticas. No hace falta que os diga cuales.

– ¡¡No es justo!! ¡¡Me la tengo que cargar yo sin tener la culpa!!

Mi hermana se enoja tanto que un par de cuchillos de cocina vuelan. Tengo que intervenir para evitar que mi madre se los clave. Al ver que ha estado a punto de hacerle daño, Akemi rompe a llorar y huye corriendo, escaleras arriba, hacia la habitación. Avergonzado y cabizbajo por todo el cuadro contemplado, también me marcho. Ninguno de los dos cenamos. Al cabo de un rato, entra mi hermano pequeño en casa. Me pregunta qué ha pasado. No encuentra a okāsan. Decido prepararle algo y le sugiero que se marche a dormir. Las aguas bajan revueltas por casa y lo mejor es no embravarlas más. Por desgracia, a veces, la Ley de Murphy se aplica de manera implacable aunque te propongas no empeorar las cosas.

El domingo por la mañana, me levanto pronto sin necesidad de ponerme el despertador. Debe ser la costumbre de los entrenamientos del Club de Karate. Cuando entro en la sala de estar, encuentro lo que más temo: mi madre está tumbada en el sofá, destapada y medio inconsciente. A los pies, hallo un par de botellas del excelente sake tibio que compran mis tías para su restaurante; y un cuenco. Ella tampoco ha cenado. Intento despertarla, pero no responde. De inmediato, cojo el teléfono:

–… Moshi moshi… Residencia de los Kasuga.

– Manami-nechan, soy yo, Izumi-chan.

– Izumi-chan, son las seis y media de la mañana. ¿Se puede saber qué ha pasado?

Okāsan no se despierta.

– Quédate quieto, ahora voy.

En tres minutos, mi tía se tele transporta a casa. En coche tardaría demasiado tiempo. Me comenta que no debería hacerlo, pero se trata de una emergencia. Tras reconocerla, me pide que la haga levitar para llevarla a su habitación. Allí, la arropa y llama a mi tío. Le dice que se queda junto a nosotros y que volverá al mediodía para preparar la comida. Cuando voy a prepararme el desayuno, me pide que me espere a que se levante mi hermana. Mientras aguardo a ese momento, ninguno de los dos articula ni media palabra. Tampoco cuando Akemi entra en la cocina. Es en ese instante cuando mi tía se pone manos a la obra:

– ¿Qué hace Manami-nechan aquí?

– Me ha llamado tu hermano. – Responde sin girarse mientras se maneja en los fogones.

– ¡¡Serás chivato!! ¡¡Siempre tienes que escudarte en ella, so cobarde!!

Mi hermana me lanza a la cara un bastón. Pero éste no llega. Un cuchillo se interpone en su trayectoria, lo parte en dos y se clava en la pared. De espaldas, sin perder de vista lo que está preparando, mi tía responde:

– ¡¡Akemi-chan, no digas más tonterías!! ¡¡Vais a matar a vuestra madre a disgustos!! ¡Ahora mismo está en la cama con una borrachera de campeonato! Y cuando eso sucede es que ha pasado algo. Y quiero saber el qué.

– ¿¡¡Y tú qué sabes!!?

– ¡Conozco a vuestra madre desde que tenía tu edad! ¡Y si te piensas que vas poder conmigo, te olvidas de que soy más mayor que tú y que, por tanto, mis poderes están más desarrollados que los tuyos! ¡Así que deja de hacerte la baka y empieza por explicarme qué ha pasado!

Por fin, los dos tomamos conciencia de que hemos cruzado la frontera de lo admisible. Nos rendimos. No más peleas. No más discusiones que no llevan a ninguna parte. Ambos nos hemos equivocado y nuestros amigos han pagado los platos rotos de nuestros errores. Les debemos una disculpa. Lo que no sabemos es por dónde empezar. Mientras desayunamos; mis hermanos, mi tía y yo le explicamos todos y cada uno de los acontecimientos. Tía Manami guarda silencio y sonríe. Cuando concluimos, le pedimos que no le diga nada a nuestro padre. Bastante castigo es el disgusto de haber hecho sufrir tanto a okāsan. Acepta asintiendo.

Después del desayuno, sube a la habitación de mis padres. Ofukuro-san ya ha recuperado el conocimiento. Escucho como solloza y se lamenta. Mi tía la consuela. Le dice que, como toda madre, lo hace lo mejor que puede y sabe. Y tratándose de nosotros, el esfuerzo es mucho mayor. Si no, que le pregunten a Takashi-ojīchan. No debe culparse ni cargar con todo el peso. De la misma manera que ayudó a mi tía siendo joven, puede apoyarse en ella en momentos como éste. Después, escucho como le explica, palabra por palabra, las dos versiones que le hemos narrado sobre lo que ha acontecido. El llanto se convierte en risa cuando las dos recuerdan los líos en los que se metía mi padre, en su época de estudiante, por dudar tanto. Tía Manami nos perdona a ambos. Dice de mi hermana que es tan impulsiva como tía Kurumi. De mí comenta que tengo la misma mala leche que okāsan. Para relajar la tensión vivida, pasamos el resto del día en Yokohama, junto a mis tíos y primos.

Durante la vuelta a casa, okāsan y Kenji son los únicos que conversan. Ni Akemi ni yo somos capaces de articular media palabra. No porque estemos enfadados. Sino porque ha sido tal la vergüenza sufrida que la depresión nos pasa todas las letras de la factura. Una vez en casa, nuestra madre nos ofrece los móviles. Sin embargo, los rechazamos en señal de aceptación del castigo impuesto. Ninguno de los dos cenamos, aún disgustados por lo sucedido. La tempestad amaina. Pero sólo un poco. La semana empieza con los entrenamientos del Club de Karate. Al final de éstos, el capitán me impone su pequeño castigo:

– Kasuga-kun, has deshonrado al Club con tu actitud hacia Tetsuya-sempai, y tienes que responder ante ello. Hoy te toca recoger y limpiar el gimnasio.

– Pero, ¿por qué? Si lo hago, lo único que conseguiré será llegar tarde y que todo se repita. Justamente ése fue el motivo por el que me peleé con el presidente del Consejo de Estudiantes.

– Por eso no te preocupes. Watanabe-sensei ya ha avisado a los profesores implicados.

Onegai shimasu, Nakamura-sempai. Permíteme que le ayude –. Genda trata de interceder por mí.

– No, Genda-kun… No… La culpa es mía… Y sólo mía.

Espero que haya entendido que la disculpa no es sólo hacia el capitán, sino hacia todos. Tras cumplir con mi penitencia, asisto a la segunda clase. En uno de los lados de la pizarra, hay restos escritos de lo que parece haber sido una votación. Un detalle me llama poderosamente la atención: Amateratsu no está. Y no la he visto esta mañana. Entonces, un negro presagio me asalta: ¿Y si se ha mudado y se ha trasladado de colegio? Por la tarde, cumplo con el resto del castigo: limpio las aulas y el patio. Por un instante, irrumpe el recuerdo de aquella tarde en que ella me agradeció la ayuda prestada en aquel sábado por la noche. Cuando le regalé la cinta roja de seda para su pelo. Qué lejos que queda todo aquello. Ni tan siquiera me doy cuenta de que el cielo se está oscureciendo. Hasta que Nitta-sensei, mi tutora, me pregunta qué hago allí. Se ha declarado la alerta por un tifón tardío que viene desde el sur. A pesar de que está a punto de convertirse en tormenta tropical, han dado la orden de evacuación. Seguramente, al día siguiente no habrá clases.

En efecto: el martes lo pasamos encerrados en casa, viendo como la tormenta arrecia y castiga las calles. La noche ha sido terrorífica: el sonido de los truenos y la violencia del viento no nos ha dejado descansar. De hecho, todos nos levantamos tarde. Ni tan siquiera nuestra madre se ha atrevido a ir a la escuela a trabajar. Las sensaciones de mi cuerpo sintonizan con la climatología. El hecho de ver volar los objetos y comprobar como la furia de los elementos los arranca, me recuerda los hechos acontecidos en estas últimas semanas. Todo lo que he ido perdiendo. Es una locura pelear contra éstos. Sí o sí, hay que esperar siempre a que las cosas se calmen.

La tormenta tropical se diluye. Al día siguiente, se ha convertido en una simple borrasca. Caminar por las calles resulta arriesgado. Incluso da miedo. Okāsan nos acompaña al Kōryō para evitar que nos suceda algo. El clima ha sido benevolente con los edificios, pero no con los árboles que se alinean a la entrada del recinto, muchos de los cuales han perdido sus ramas o, incluso, han sido arrancados de cuajo. Durante la mañana, Amateratsu sigue desaparecida, al igual que Fujiwara. No veo ni a mi hermana, ni a Genda, ni a Nakahara. En ese instante comprendo que, por mucho que te esfuerces, si las circunstancias no te ayudan ni que sea un poco, no puedes arreglar nada. Y mucho menos, pelear contra un tifón. Recuerdo la lección extraída de la tormenta: sí o sí, hay que esperar a la calma.

Mientras me como al mediodía mi bentō en la azotea, medito una alternativa para tratar de arreglar este maldito lío. La lluvia se ha detenido, pero el cielo sigue siendo propiedad de las nubes oscuras. A pesar de todo ello, me doy cuenta de que los dioses u Ojīchama acaban de leer mi mente y acuden al rescate. Alzo la vista para ver que, por la puerta, irrumpe Nakahara:

– Te he buscado por todo el gakuen. Ha sido Genda-san quien me ha indicado dónde podía encontrarte. Quería hablar contigo.

– ¿Sobre qué?

– Sobre lo que pasó en el cine aquel sábado… Gomen Nasai.

– ¿Por qué?…

Onegai Shimasu, escucha lo que tengo decirte… Soy yo quien debe hablar porque todo es por mi culpa… Me gustas Izumi-san. Me gustas desde hace mucho tiempo pero… No quiero equívocos.

– ¿A qué te refieres?

– A que no quiero tener que elegir entre la amistad y el amor. Lo primero es un paso que conduce a lo segundo y bajo ningún concepto debe romperse esa transición. De lo contrario, te quedas sin nada. Y eso es lo que no deseo. Quiero que las cosas sigan su cauce. Por mi culpa, un grupo de buena gente se ha roto. No quiero perder a mis amigas. Además, la persona con quien casi llegaste al A-B en el cine no era yo. No debería haberle hecho caso a Akemi-chan… No me reconocía… Yo no soy así…

Las lágrimas empiezan a correr por sus mejillas. Saco un pañuelo para enjugárselas. No puedo desaprovechar esta oportunidad que se me ha brindado. Tal vez no tenga otra. Debo ser sincero con ella:

– Yo tampoco soy así. Bueno, antes lo era, en otro tiempo mucho más siniestro que prefiero no explicarte para que no te asustes. Sin embargo, intento cambiar y esforzarme al máximo por entender lo que sientes. Y si te soy franco, es la primera vez que una chica se me declara con total sinceridad. Domō arigatō Nakahara-kun. Domō arigatō por lo que has hecho.

– ¿Amigos?

Nakahara me ofrece su mano. Nos las estrechamos. Ha entendido que dos no se quieren si una de las partes no corresponde a la otra en la misma medida y de la misma manera. Ha entendido que ciertas cosas deben guardarse para aquel a quien se ame algún día. Si no, quedan reducidas a un simple, durísimo y doloroso engaño. Es una lección aprendida tiempo atrás. De todas maneras, dos detalles me llaman la atención. Por un lado, ha hablado de ‘amigas’ en plural. Creo que ha descubierto que el mundo va más allá de mi hermana. Por el otro, el valor reunido para hablar directamente conmigo, siendo como es una persona tan tímida y de tan pocas palabras:

– Nakahara-kun, lamento hacerte la pregunta pero hay algo que me intriga: ¿quién te ha animado a hablar conmigo?

– ¿Por qué lo dices?

– No lo sé, no es muy habitual en ti.

– Bueno… Como ya te comenté antes, Genda-san me indicó dónde podía encontrarte. Además, hablé con Sakura-san. Ya me he disculpado ante ambos por lo sucedido y lo han entendido. Por otro lado… Mis padres se encontraron con tu madre anteayer por casualidad y… Les comentó que tanto Akemi-chan como tú estabais peleados. Además, ella les preguntó el motivo por el cual hacía tiempo que no iba a vuestra casa. Los tres ataron cabos y… El resto, ya te lo puedes imaginar.

Cuanta razón tenía Watanabe-sensei cuando me dijo que estamos sobre la faz de la tierra para dar quebraderos de cabeza a nuestros progenitores. Prefiero no explicarle nada sobre lo que ha acontecido este pasado fin de semana:

– Izumi-san, quiero pedirte un favor.

– Dime.

– Me gustaría que Sakura-san y tú os reconciliéis.

– ¿Y Genda-kun?

– Me ha dicho que ha comprendido lo que le dijiste anteayer, después del entrenamiento.

La lluvia empieza a amainar poco a poco. El cielo pasa del azul oscuro casi negro a un gris un poco más claro. No sólo fuera, sino también dentro de mí. Por delante tengo todavía dos semanas largas de castigo limpiando las aulas y el patio. Y, como mínimo, un fin de semana encerrado en casa tras acatar la imposición de ofukuro-san. Sin embargo, noto como el tifón se debilita. Noto como el plan que me he propuesto llevar a cabo empieza a funcionar. Ahora sólo me queda arreglar las cosas con mi hermana y con Amateratsu. Espero que los dioses vuelvan a escucharme.

Aula 8: “Crash!Boom!Bang!”

El miércoles por la tarde, tras el paso de la tormenta, vuelvo a mi castigo rutinario: limpiar las aulas y el patio. Mientras estoy en ello, pienso en la manera de arreglar mis problemas y tomarme la revancha sobre Fujiwara. Por lo pronto, he recuperado a Genda y a Nakahara. Sin embargo, las cosas van a ser más complicadas con Amateratsu y mi hermana. Tan hundido estoy en mis pensamientos, que no advierto la presencia de mi tutora:

– Kasuga-kun, deja lo que estás haciendo.

– ¿Por qué, Nitta-sensei?

– A partir de mañana, te dedicarás a la coordinación de las actividades de todo primero en el Festival Cultural.

– ¿El Festival Cultural?

– ¡Ah, claro! No estuviste presente durante la votación. Cumplías el castigo que te había impuesto Nakamura-kun.

– Sí, en efecto.

– Verás, nuestra clase votó por organizar un salón de té. Fue una elección muy reñida, ya que también se había propuesto una exposición fotográfica. 1º C se ha comprometido a dar un concierto, aunque no sé cómo se las van a apañar. Del resto de grupos todavía no tengo información.

Antes de que pueda proseguir, lanzo la pregunta del millón de yenes:

– ¿Quién ha tomado la decisión?

– La directora, Watanabe-sensei. Considera que implicarte en las actividades del gakuen resultará más productivo que castigarte. A pesar de que yo no apruebo su decisión, me ha expuesto argumentos bastante válidos. Tu misión consiste en ordenar la logística y distribuir los recursos para que todo salga bien. Te dejo sobre la mesa un dossier con la información necesaria.

A continuación lo tomo y empiezo a ojearlo. El grueso de lo que observo me asusta:

– ¡¿Tendré que encargarme de todo esto yo sólo?!

– Ah, casi se me olvidaba. Tendrás la ayuda de otra persona. Te espera mañana al mediodía en la biblioteca. Buena suerte.

Una vez se ha marchado, respiro aliviado. Seguir barriendo y limpiando las aulas se me iba a hacer eterno. Sin embargo, al volver la vista sobre el dossier, cambio de parecer. Tiene todo el aspecto de ser algo insoportable. Pero, en principio, contaré con ayuda. Puestos a elegir, prefiero ese encargo a la escoba y el cepillo.

Con el alivio de haber sido liberado del castigo, vuelvo a casa, ceno contento y feliz, y duermo a pierna suelta. Al día siguiente, por el camino, empiezo a idear la forma de poder arreglar mis asuntos más prioritarios. Lamentablemente, bajar la guardia nunca me ha sentado bien. Y, una vez más, lo compruebo. Tras las clases, me dirijo a la biblioteca. A veces, la diferencia entre imaginar y vivir resulta abismal. Cuando franqueo la puerta corrediza de la biblioteca, lo compruebo: allí están Watanabe-sensei, la directora, y… Amateratsu, con un dossier idéntico al que me entregó la tutora. El encuentro me deja totalmente paralizado e incómodo. Igual que una avalancha gigantesca, los recuerdos de aquella tarde en el cine irrumpen de manera brutal. El gesto de mi rostro se tuerce a velocidad vertiginosa. La verdad es que todavía no lo he superado. Aún no sé con qué cara mirarla. Si lo llego a saber, hubiera preferido seguir barriendo y limpiando.

La directora me llama la atención y me ofrece asiento. A continuación, nos explica nuestro cometido y añade que, si surgen ideas nuevas, no dudemos en consultarle. Cuando se marcha, empieza la guerra silenciosa. Mi mirada se queda fija en el papel en blanco. Ni ella ni yo somos capaces de decirnos nada. Todo ello significa que tampoco esperaba mi presencia. Tras diez minutos eternos, la llegada de una alumna de 1º B alivia la tensión. Pregunta por las llaves del gimnasio. A consecuencia del Festival Cultural, los clubes han detenido sus actividades. Decido acompañarla para entregárselas. Tras un rato, me quedo para echarles una mano con el escenario.

Al final de la jornada, estoy roto. Más que por las ayudas prestadas, por el bombardeo de preguntas al que me someten y el estrés. Vuelvo a la biblioteca para recoger mis cosas. Abro la puerta para encontrar una escena que me enoja, me sobresalta y me obliga a tragarme mucho más que mi orgullo: la presencia de Nakamura-sempai, el capitán del Club de Karate, conversando amistosamente con Amateratsu. Ambos mantenemos una charla lo más breve y cordial posible. No quiero que se dé cuenta de lo que ha pasado entre ella y yo. Recojo y me marcho lo más rápidamente posible de allí.

Los días pasan volando. La actividad resulta frenética. Al principio, era asfixiante. Cuando acababa el día, estaba hasta el gorro de ir como un yo-yo arriba y abajo del gakuen. Sin embargo, ahora me resulta balsámica. Apenas veo a mi hermana y, extrañamente, a okāsan. Y eso que no tiene que desplazarse al extranjero por asuntos de trabajo. Decido jugar el papel de brazo ejecutor, ayudar a los diferentes grupos, y ceder el peso de las decisiones a Amateratsu. No es por malicia. Sino porqué así puedo mantener distancias y evitarla. También a Fujiwara, a quien no deseo ofrecerle munición para que me meta en otro lío. Y a Akemi, que seguramente todavía no ha hablado con Amateratsu, es capaz de malinterpretar mi presencia junto a ella, y decirle algo que no es verdad a Nakahara. Para acabarlo de rematar, las visitas de mi capitán a la biblioteca, esperando a Amateratsu todas las tardes, evita la oportunidad de poder hablar a solas.

Debo ser paciente y esperar a que amaine la tormenta. Sin embargo, aún no sé qué decirle. Cada vez que la veo junto a él, los celos me apuñalan sin piedad.

Con el paso de las jornadas, todo va tomando cuerpo: asisto a los ensayos de 1º C, observo como 1º B esta montando lo que parece ser una exposición fotográfica con paisajes de Hokkaidō, superviso la cocina de 1º D y la preparación de los dulces que van a vender, admiro los furisode que van a vestir las chicas de mi clase para su salón de té… El plan parece funcionar. O eso es lo que creo. Tan metido de lleno estoy en mi papel que no lo veo venir. Mientras ayudo a los de 1º C con los cables de la luminotecnia, aparece la directora. Me pide que la acompañe. Salimos del gimnasio de los de Bachillerato por la puerta del patio. Su sonrisa me engaña:

– ¿Se puede saber qué es lo que pretendes, Kasuga-kun?

– ¿A qué se refiere?

– El claustro y yo decidimos cambiarte el castigo porque consideramos que posees unas cualidades ideales para la organización. No para que le largarás todo el peso de las decisiones a Amateratsu-kun.

– ¿Y?

– ¿Por qué te empeñas en evadirte de esas responsabilidades? Y no me digas que es porque las consideras insufribles. Si no, no estarías ayudando a todos los grupos sobre el terreno.

El silencio de la conversación se traduce en el ruido de fondo de una tempestad que parece no amainar. Si le digo toda la verdad, me arriesgo a arrasar el camino andado. La siguiente pregunta de Watanabe-sensei acaba por forzarme a dosificar la información. Resulta demasiado arriesgado mentir a una persona tan sagaz como la directora del gakuen:

– ¿De qué estás huyendo, Kasuga-kun?

– Digamos que… La idea de nombrarme coordinador no me ayuda a resolver los problemas que tengo con mis compañeros y mi hermana… Más bien, los puede complicar.

– ¿Por qué?

–… Por las habladurías.

A pesar de que Watanabe-sensei es lo mínimamente inteligente como para saber a quien me refiero, por nada del mundo menciono a la víbora de Fujiwara. No quiero rebajarme a su altura. No quiero darle el placer de recibir munición extra para que me complique más la vida. Sin embargo, no espero su reacción:

Onegai shimasu, no digas más tonterías. Si había algo que admiraba de tu madre era que esas cosas no le afectaban lo más mínimo.

– ¡¿Se puede saber qué es lo que pretende comparándome siempre con mi madre?! ¡Yo no soy como ella!

– Eso ya lo sé. Entre ser y parecer hay una gran diferencia. Lo que quiero es que, en lo bueno y en lo malo, te aceptes tal cual eres. Que aceptes tus defectos, que a la vez son virtudes, y viceversa.

– ¿Qué quiere decir?

– Que eres muy cabezota. Pero eso, convertido en perseverancia, es lo que te va a permitir arreglar tus asuntos. Sólo te falta ponerle un poco de voluntad.

La directora tenía razón: a falta de tres días para el inicio del Festival, muchas cosas de la organización van con retraso. Entro en la biblioteca con decisión y, sin mediar palabra, tomo la documentación que pertenece a Amateratsu. Qué desastre. Lo más llamativo del caso es que no me dice nada. Ni un reproche. Ni tan siquiera un simple “¡A buenas horas!”. Es como si no le importara nada. Nos miramos a los ojos. Lo único que puedo decirle es “Gomen nasai”. Justo en ese instante irrumpe Fujiwara sin llamar. Nos pregunta por el albarán del pedido que se ha realizado para el té. Sin levantar la cabeza, con el tono más frío y ácido que puedo ponerle, y alejándome discretamente de Amateratsu, le indico que seguramente lo tiene Watanabe-sensei. Antes de que insista en nuestra condición de coordinadores le comento, con más frialdad si cabe, que ya está cuadrando las cuentas. Y que esa es la razón por la cual obra en su poder.

Fujiwara se marcha cerrando la puerta de la biblioteca con violencia. Vuelve a hacerse el silencio. La gran barrera gélida vuelve a separarnos a ambos. Pero no por mucho tiempo. Sigo sin levantar la vista. Pero escucho como unos pasos se acercan hacia mí. Justo cuando alzo la mirada, tropiezo con sus ojos. No necesita abrir la boca. Su expresión ya habla por ella misma. También quiere disculparse. Sólo que no encuentra la manera más correcta de hacerlo. En ese instante, las heridas punzantes de los celos empiezan a cicatrizar. Ni tan siquiera recuerdo la complicidad que mostraba a Nakamura-sempai. La metedura de pata que cometió con él. El capote que tuve que echarle para tapar su pifia. El hecho de que le haya dado su número de móvil a él y no a mí.

Alguien pica a la puerta. Quien entra es mi hermana, que viene a consultar por los instrumentos disponibles. Al vernos tan cerca, se queda paralizada. Amateratsu guarda silencio. Ni tan siquiera me molesto en utilizar la telepatía. De hecho, las palabras se fugan solas: “¡Ni se te ocurra pensar lo que no es!”. Más serio todavía; añado que, en principio, todos se pueden utilizar. Como supongo que estará interesada en el piano de caja vertical, le comento que lo consulte con la directora. De inmediato, se marcha con paso lento, cabizbaja. Cierra la puerta con suavidad. El resto del día, ni Amateratsu ni yo hablamos sobre nada que no sean los detalles del Festival. Las interrupciones de otros alumnos, que también acuden a nosotros para aclarar dudas, nos ayudan a que sea así.

La sensación de libertad que disfruto el día anterior al inicio del Festival Cultural es inmensa. Tras casi tres semanas de frenesí y locura combinadas con las clases, puedo respirar. ¡Qué grande es el domingo! Duermo y ganduleo todo lo que puedo en casa durante gran parte del día. Me olvido de absolutamente todos mis problemas. Ni tan siquiera me pregunto porqué Genda no me ha llamado. Supongo que debe estar tan cansado como yo. Escucho discos de An Café, Kagra, Genesis, Phil Collins y Peter Gabriel. Descarto los de Roxette para dejarlo todo completamente a un lado. Después, leo Mangas. A mi hermana y a mi madre sólo las veo durante la comida y la cena, que transcurren en silencio, pero plácidas. El resto del día, se lo pasan encerradas en el estudio que okāsan mandó construir bajo el jardín, a la altura del garaje.

Bajo la guardia una vez más. Y, en principio, vuelvo a lamentarlo. Suena el teléfono. Supongo que será una llamada para alguna de las dos. En efecto, es para Akemi. Sin embargo, al cabo de cinco minutos, pica a la puerta y pasa. Trae el inalámbrico de la mano. Me ofrece una sonrisa en el rostro que no le había visto desde que nos peleamos. Me comenta que alguien quiere hablar conmigo:

Moshi, moshi.

Konnichiwa, Kasuga-san.

Es Amateratsu. Lo que había olvidado irrumpe en mi mente con una violencia brutal. La metedura de pata. La charla en la puerta del cine con el capitán del Club de Karate. Su huida. La complicidad mostrada con él en la biblioteca. Los celos que me apuñalan sin piedad. La desconfianza. Las heridas que vuelven a abrirse. El silencio ártico que me paraliza hasta el habla colisiona frontalmente con el ritmo enloquecido de mi corazón. Es ella quien prosigue lo que tiene el aspecto de ser un monólogo:

– ¡Onegai shimasu, no cuelgues Kasuga-san! Gomen nasai por todo lo que ha pasado… Me hubiera gustado poder disculparme en la biblioteca. Pero yo también entendí que mis acciones podían dar pie a malos entendidos. Eso es lo que le he comentado a Akemi-san. A ella ya le pedí perdón por todo lo que ha acontecido.

– ¿Quién te ha dado el número de teléfono de casa?

– Nadie.

– ¡Mientes!

– ¡Es la verdad!

La rabia, el dolor, los celos, los rayos y los truenos, el viento destructor, la lluvia que hiere la carne y aplasta la piel… Todo ello me domina. Las imágenes de lo que he vivido en estas últimas semanas. La falta de fe… No obstante, tras un largo silencio producto de la violencia verbal, unas palabras sencillas, coherentes y simples lo detienen todo. Absolutamente todo. Y me ofrecen justo aquello de lo que carezco:

–… Lo encontré en una vieja guía de teléfono que hay en mi casa… Fue pura casualidad. Yo tampoco sabía cómo pedirte perdón. Dentro del armario de la ropa de mi habitación, al fondo, hallé una guía telefónica del año 1984. No sé como ha podido sobrevivir tanto tiempo allí ni porqué no la han tirado. La cogí y, por curiosidad, la ojeé. Una de las páginas estaba marcada con un punto de lectura. Y, señalado con lápiz; había un apellido, una dirección y número de teléfono. El apellido era Ayukawa. Recordé que era el que tu madre utiliza en su trabajo. Aunque la dirección me sonaba mucho, le pregunté a mi padre. Se rió un buen rato y me espetó “¡Éste Kasuga-san!”. Me comentó que las señas correspondían a la casa de los padres de tu madre, es decir, la de tus abuelos. Y supongo que fue tu padre quien hizo las marcas en esa guía. Luego me dijo que era donde ahora vivíais vosotros.

Todo se ha detenido. La tempestad. El dolor. En medio de una ausencia de palabras, analizo la coherencia y la verosimilitud de lo que me ha comentado. Es cierto que viven en el apartamento que Takashi-ojīchan, otōsan y mis tías ocupaban por aquel entonces. También es cierto que mis padres conocen al de Amateratsu. Como la reacción de su progenitor, averiguando cómo consiguió mi padre el número de teléfono de okāsan. Dice la verdad. Sólo que no está completa:

–… Si te he llamado al fijo es porque no tengo tu número de móvil… Y porque quería pedirte disculpas a ti directamente. De todas formas, lo ha cogido Akemi-san.

– ¡Si en lugar de haberle dado a Nakamura-sempai el tuyo me lo hubieras dado a mi no hubieras tenido ese problema!

– ¡Gomen nasai, Kasuga-san!... Lo que le di a tu capitán fue el número del fijo. Pero existía un inconveniente y se lo advertí: si llamaba y era mi padre quien cogía el aparato; le diría que se había equivocado o, si insistía, le colgaría teléfono en las narices… Y me metería en un buen lío. Además, tiene un candado que permite recibir llamadas, pero no hacerlas. Otōsan tiene su propio celular y un buscapersonas. Y yo no tenía móvil hasta hace unos días. Ni tan siquiera él lo sabe. Para comprármelo he tenido que ahorrar con esfuerzo de la asignación que recibo. Pregúntale a tu hermana. Le di mi número ayer mismo…

Otro silencio. El peso del diálogo recae sobre Amateratsu. Necesito encajar todas y cada una de las cosas que me está contando para saber si son verdad. Más bien parezco un magnetoscopio que se rebobina una y otra vez para analizar la información de la conversación. Ella siempre me ha comentado que su padre es muy estricto al respecto del tema ‘dedo pulgar’. Lo que desconozco, lo que las heridas de las puñaladas de los celos no me dejan ver, es qué soy yo para ella:

– Si me contestas a esta pregunta, te creeré. ¿Qué hacía Nakamura-sempai todos los días en la biblioteca?

– ¡Ayudarme, maldita sea! No podía con toda la faena de la coordinación… Y él conoce mejor que yo todos los entresijos del Kōryō. No en vano va a 2º y está implicado en muchas de las actividades del gakuen… Sí, es alguien agradable y servicial, pero tan sólo es un buen compañero… Vosotros sois mis amigos. Sois especiales. Tú eres especial. De hecho, es la primera vez en la que puedo decir que en mi trayectoria académica tengo amigos de verdad…

Acabo de comprender que lidero el censo de los imbéciles de manera destacada. Cuanta razón tenía Watanabe-sensei: si no hubiera hecho caso del temor a las habladurías, si hubiera esperado pacientemente el momento adecuado, habría solucionado todo el embrollo con Amateratsu mucho antes. Es su voz la que me devuelve a la realidad:

– Kasuga-san, ¿me escuchas?

–… Hai.

– Si todavía no me crees, asómate al balcón de tu habitación.

Justo cuando corro las cortinas, me quedo paralizado. Amateratsu está delante de casa, en la calle, sola. Lleva el móvil de la mano. Ambos nos miramos fijamente. Es entonces cuando me saluda con una sonrisa. La que hechiza. La que encandila. Yo también sonrío. Al mirar el reloj y ver que son casi las diez de la noche entiendo que, la mayoría de las veces, lo que hacemos dice mucho más de nosotros que nuestras palabras. Si la hubiera visto antes, no le habría hablado en ese tono:

Sumimasen por mi actitud. Verte aquí y ahora ya es suficiente verdad.

– Tienes el celular a mano.

– Sí.

– Ahora te dicto mi número. Después, hazme una llamada perdida para que memorice el tuyo. Guárdalo bien. Si no te respondo de inmediato, es porque mi padre está cerca y no quiero que se entere. ¿Podrás perdonarme por ello?

– Ahora que me lo has explicado, sí.

Tras apuntarlo nos despedimos:

– Es hora de irse de a dormir. Hasta mañana.

– Antes de que cuelgues, dime dónde podré encontrarte. Ya sabes que asistirá muchísima gente.

– Pregunta por una exposición de fotos.

– ¿?

– Es todo lo que puedo decirte.

En efecto: es hora de descansar. La voz de fondo de mi madre, instándome a colgar y a irme a dormir me recuerda que hay que levantarse pronto. Mañana empieza el Festival Cultural. Todo un clásico de primeros de octubre.

Mientras brilla el sol en la calle, la tormenta se ha convertido en un día nublado con momentos de luz. El desayuno me ofrece una primera sorpresa: no encuentro ni a okāsan ni a mi hermana. Una nota encima de la mesa me ofrece la explicación de su ausencia. En el caso de Akemi, para realizar un último ensayo antes de la actuación. En el de mi madre, asuntos urgentes de última hora. Cuando llego al Kōryō, junto con mi hermano pequeño, compruebo que el esfuerzo de todos ha merecido la pena: puestos de comida; escenarios con las más variadas actuaciones de teatro, pantomima, marionetas, danza; exhibiciones diversas… El gentío impresiona. Y, entre éste, la conversación de un grupo de alumnas de secundaria me llama la atención:

– ¡Oye! ¿Sabes que hay una exposición de fotos alucinante?

– ¿Dónde?

– Dentro del edificio de gakuen, en un aula de primero.

– ¿Tan chula es?

– Cuando veas la cola que hay para entrar, ya me lo dirás.

– ¡Vamos para allá!

Mi hermano es un hacha. Acaba de encontrar la excusa perfecta para darse a la fuga y campar por sus respetos. Antes de separarnos, le pido que se porte bien y le advierto de que estaré lo suficientemente ocupado como para no poder sacarlo de cualquier fregado en el que se meta. Sigo al grupo de chicas con discreción. Entro dentro y tomo las escaleras. Justo al doblarlas, en el rellano, tropiezo con una fila que parece no tener fin. En efecto, es un aula de primero. Y, si no ando equivocado, es la de 1º B. Una voz me llama desde casi la puerta de la entrada: ‘¡Kasuga-san, ven aquí!’. Es Genda. Su presencia me salva de la espera. Hace tantos días que no nos vemos que no tardamos ni diez segundos en empezar la conversación.

Ésta dura lo que tardamos en flanquear la entrada. Es la exposición fotográfica con paisajes de Hokkaidō. Había contemplado algunos detalles mientras les ayudaba. Pero no imaginaba que fuera tan alucinante. Y no porque lo diga yo, sino porque las instantáneas son de una calidad que el mismo Takashi-ojīchan firmaría: vistas de las costas y el cabo de Sōya realmente hermosas, paisajes boscosos de gran belleza, escenas rurales cotidianas, amaneceres y puestas de sol espectaculares, rincones ocultos y sorprendentes de Hakodate, Sapporo y Otaru…

De repente, una figura me llama la atención. Es un hombre de una edad próxima a la de mis padres, con gafas, barba de tres días y peinado de 10.000 voltios no muy largo y un poco canoso. Su expresión resulta amable, pero sólo en apariencia. Se dirige hacia donde estamos Genda y yo, y nos ofrece una sonrisa:

– Tú debes de ser el hijo de Kasuga-san. No sabía que estudiaras aquí.

– ¿Cómo lo sabe?

Sumimasen por la descortesía, pero el parecido físico resulta evidente. Soy Amaterastu Daigo, el padre de Sakura-chan.

– Mucho gusto –. Reverencia.

Ahora se explican muchas cosas. Sólo un discípulo de ojīchan y amigo de otōsan puede ofrecer un nivel de calidad tan alto. Sin embargo, las sorpresas no han hecho más que empezar. Desde una de las esquinas, irrumpe Amateratsu. Siempre encantadora. Siempre con una sonrisa en la boca. Justo la que se borra del rostro de su progenitor. Todo su rictus se altera hasta convertirse en una expresión monolítica y tremenda seria. Choca frontalmente con el carácter alegre de su hija:

– ¡Konnichiwa, oyagi! Arigatō por venir a ver la exposición. Veo que ya os habéis presentado.

– Sí, Sakura-chan… Vaya, no sabía que fuera a tener tanto éxito.

– Ni yo.

– Veo que de aquí a nada tendré competencia.

– No digas eso otōsan, que me avergüenzas.

– Bueno, lamento tener que dejaros, pero unos encargos pendientes me reclaman. Pórtate bien y no llegues tarde a casa.

– ¡Vale!

Me quedo desconcertado. Por un lado, la transformación del rostro del padre de Amateratsu al comprobar que somos amigos de su hija. Ofukuro-san da miedo cuando cambia de humor, pero su progenitor está a la altura del Doctor Jekill y Mister Hyde. Por el otro, lo que he captado de su conversación. ¿Ha sido la propia Amateratsu la que ha realizado el reportaje? Una pregunta inmediata empieza a responder esa duda:

– ¿Qué te parece, Kasuga-san?

– Increíble. ¿Lo has hecho tú?

–… Sí. Este pasado verano, cuando estuvimos en Hokkaidō. Llegó un momento en que no sabía qué hacer… Y eso que mis hermanos dan mucha faena. Le pedí a mi padre que me explicara técnicas paisajísticas. Y éste es el resultado.

– No lo entiendo. ¿Y por qué no lo reservaste para nuestra clase?

– Porque eligieron organizar un salón de té. La votación estuvo muy reñida… Claro, ese día estabas cumpliendo el castigo que te impuso el capitán del Club de Karate. Y por eso no asististe. La idea fue de Fujiwara-san, y ya sabes el grado de influencia que ejerce la delegada sobre la clase. El caso es que 1º B no sabía qué organizar. Entonces…

– Un momento. Las normas no permiten que alguien de una clase participe en el proyecto de otra.

– Ahí te equivocas, Kasuga-san. Una de las cosas buenas de coordinar un Festival Cultural es que descubres las reglas del juego. En esta ocasión, si es en asociación con personas de un mismo club, aunque sea de otra clase, sí está permitido. Además, yo sólo he cedido el material. De las ampliaciones, ajustes de tonalidades, imprimaciones, encuadres, papel fotográfico y organización se ha encargado 1º B.

Me sorprende. No sólo es encantadora, sino también lista cuando lo desea. A continuación, ejerce el rol de Cicerone y nos explica todos y cada uno de los entresijos de las instantáneas tomadas. Las anécdotas. Las curiosidades. Las dificultades. Después, los tres subimos a la azotea para comer. Amateratsu pregunta por Akemi y Ayumi. Con el tono más sincero que puedo ofrecerle, le comento que están enfrascadas en los últimos retoques para su actuación. Será a primera hora de la tarde, en el gimnasio. Espera que les vaya bien. El sol brilla al fin en todas partes. Me siento tranquilo, tras tantos días de tormenta. Sólo unas nubes empañan la feliz postal: que mi hermana me vuelva a dirigir la palabra.

Casi sin darnos cuenta, llega el momento cumbre. Las campanadas del reloj nos indican que la hora de la actuación se acerca. Sin correr pero sin despistarnos, nos dirigimos al gimnasio de Bachillerato. Y nos quedamos pasmados. El gentío es impresionante. Incluso los balcones superiores, que rodean tres cuartos del recinto, están llenos de gente. Se apagan las luces y, sobre el escenario, ubicado en uno de los fondos, aparece Watanabe-sensei. La ovación resulta atronadora. Es, posiblemente, la persona con más carisma de todo el Kōryō. Da la bienvenida a los asistentes y anuncia la actuación de dos grupos. El segundo es una gran sorpresa. El público se queda estupefacto y expectante. Sólo esperaba la intervención de 1º C.

A continuación, presenta a los C-Side. Desde las bambalinas, salen todos los miembros. La batería la toca Nakano y el bajo Taishō. Una Fender Telecaster eléctrica está en manos de Mōri mientras que Atsuya tocará un teclado electrónico Yamaha. Justo esos dos detalles me llaman poderosamente la atención. Que yo sepa, el gakuen no posee dos instrumentos tan caros. Es más: juraría haber visto esa Fender en otra parte. Pero no recuerdo dónde. En los coros se ubican Akasuka, Matsushita y Kawashima. Finalmente aparecen Akemi, sentada frente al piano de caja vertical y Nakahara, que será la voz principal. Casi todas las voces van a ser femeninas. Una gran idea. Cuando veo a okāsan situada cerca del escenario, con expresión escrutadora, compruebo quién es el artífice de todo esto.

La batería, el bajo y la guitarra eléctrica abren la primera canción. Sin embargo, algo se tuerce. El miedo escénico y el vértigo ante el gentío se dibujan en el rostro de Nakahara. Tiembla ante una multitud que le ha amordazado la lengua. Justo a los treinta segundos de arrancar el tema, saltan los plomos. Todo queda en la penumbra. Entre el publico se masculla la decepción. Hasta que una melodía de piano la rompe. Es un solo estremecedor que sacude a la gente. Al mismo tiempo, una voz dulce y encantadora empieza a entonar las primeras estrofas de la canción. Y la luz de los focos va creciendo poco a poco. El auditorio empieza a aullar. Cuando irrumpe la batería, el bajo y la Fender eléctrica, la voz de quien canta se torna dura y agresiva. El público vibra con el tema hasta el final. La ovación resuena por las paredes del gimnasio.

Un foco ilumina el escenario. Akemi toma el micro y da la bienvenida al público. Pide disculpas y comprensión hacia Nakahara, pues no esperaban semejante respuesta. Comenta que el primer tema que han tocado se titula “Weekend”. Añade, bromeando, que las letras están escritas en inglés para ver si los profesores de la materia les convalidan la asignatura. A éste le siguen dos canciones pop muy animadas, “Hot Autumn” y “Ready To Enjoy”. En ambas, los que conocemos a la vocalista nos quedamos a cuadros. En especial, Genda y Amateratsu. Se mueve con una soltura sobre el escenario impropia de alguien tan tímida y de tan pocas palabras. Tanto la división instrumental como el coro están a la altura. No parecen aficionados. Se nota que han trabajado duro. Las ovaciones, atronadoras, se suceden una detrás de otra.

Y, entonces, llega el momento cumbre. Los focos suavizan su brillo. La propia Nakahara toma el micro y presenta el tema. Se titula “Friendship”. Comenta que es algo muy especial, y da las gracias a Akemi. Espera no desafinar. Una percusión suave. Unos teclados imperceptibles pero envolventes. Unas notas de piano todopoderosas. Y su voz: “La noche era pesada y larga / Sin farolas ni luna llena / Bajo la luz de una lámpara eléctrica / Miraba fotos de mi infancia / Sin una sonrisa sincera / Sin una mano amiga. / Y entonces se hizo de día / Levanté la vista / Para ver más lejos / De lo que nunca había observado / Para entender / Por una vez y para siempre / Que más allá de mi ventana / Había un horizonte. / Cuanto más alto estaba el sol / Más cosas contemplaba / Y más segura estaba en mi interior / Que nunca jamás me faltaría compañía”.

Mientras un aceptable sólo de guitarra hace disfrutar al público, observo a mi madre. No necesito leerle la mente. Su rostro ya lo dice todo: está boquiabierta y sonríe con una expresión más que satisfecha. Intuía que, a pesar de su timidez, Nakahara era buena. Sin embargo, lo que está observando supera de largo todas sus expectativas. La emoción nos embarga hasta tal punto que Amateratsu me toma del brazo. Avergonzado, me quedo paralizado y rojo de vergüenza. El final del tema hace aullar todo el gimnasio y arranca un largo aplauso. Los intérpretes hacen la ceremonial reverencia de agradecimiento al público y se marchan. El telón cae. Justo en ese momento, un dedo me toca la espalda. Sobresaltado, retiro involuntariamente y con fuerza el brazo a quien me acompaña. Al girarme, me quedo alucinado:

– ¡Oyagi! ¿Qué haces aquí?

– Quería daros una sorpresa.

– ¿Cuándo has aterrizado a Narita?

– Hace unas cuatro horas. No sabía si llegaría a tiempo. Ya sabes como es el tráfico en Tōkyō. Pero por nada del mundo quería perderme el estreno de Akemi.

– ¿Lo sabe okāsan?

– Ella es la otra razón por la que me he apresurado a venir.

– ¿?

– Si esperas un rato, lo sabrás.

En efecto: mi madre ha desaparecido de las proximidades del escenario. Justo en ese instante, por megafonía, se anuncia que la actuación sorpresa se celebrará en quince minutos. Durante ese lapso de tiempo, algunos aprovechan para comprar comida y refrescos en los puestos que han organizado algunos clubes en el exterior del recinto. Sin embargo, la gran mayoría del público no se mueve de sus posiciones. Intuyen que, lo que han contemplado es tan sólo el anticipo de algo aún más grande. Casi sin darnos cuenta, Watanabe-sensei vuelve a aparecer sobre el escenario. Ha llegado el momento de la sorpresa. Habla de dos décadas atrás y comenta que el Kōryō va a tener el inmenso honor de escuchar, tras largos años de silencio, el regreso de una de las bandas míticas de aquella época.

Al pronunciar las palabras “Mersey People”, los más adultos se quedan, de entrada, incrédulos y alucinados. Han oído bien. Pero, al alzarse el telón, vibran y aúllan al reconocer la figura de Yukari; la mujer de Shū, el primo de okāsan; con el micrófono. Éste es quien lleva la Fender Telecaster que había tocado Mōri. Ya decía yo que conocía esa guitarra. Sus acordes y el ritmo acelerado de la batería animan a la audiencia. Justo detrás, en el teclado Yamaha, encuentro a mi madre, con una sonrisa en los labios y disfrutando como una niña con su juguete favorito. Ésa es la razón que ha traído a otōsan hasta aquí. Al final de la canción, mayores y jóvenes aplauden. Un buen inicio.

Yukari saluda y da la bienvenida a todo el público. El tema que acaban de tocar se titula “The Back Home Way”. Y no ha sido por casualidad. Agradece a Watanabe-sensei el detalle de haberles permitido participar en el Festival Cultural del Kōryō. Y a mi madre, que fue quien los convenció para probarse en directo. Con el rostro enrojecido por la vergüenza, saluda. Estas cosas casi nunca se le han dado bien. El espectáculo sigue con “Jealousy Mask” un medio tiempo que narra las peleas entre Shū y su mujer. La cosa se anima con “Revealed”, que cuenta la historia de un grupo que pierde a su cantante justo antes del momento cumbre y descubre, entre sus miembros, una voz con la aptitud suficiente para sustituirla. No hay duda: es la anécdota que una vez me explicó otōsan sobre el concurso de música que encumbró a okāsan como nuevo talento.

“New Life, Old Days” se centra en los inicios de dos músicos en la aventura americana. Está claro que se refiere a ellos. Y llega el éxtasis. Resulta curioso que se alcance con un tema que es un clásico ya mítico. Con “Kimagure”, el tema que tocaron en la gala de la NHK y que Yukari se quedó con las ganas de cantar – un desfallecimiento media hora antes de la actuación se lo impidió –, saltan al hiperespacio musical. Con su sonido renovado, no sólo vuelve a atrapar a los más veteranos. También los jóvenes, los que no habían nacido, quedan seducidos por la frescura de su música. Sus letras han logrado algo casi imposible: resistir el paso del tiempo. Otro medio tiempo, “Under The Shadow”, vence las resistencias. Y me alarma: las lágrimas asoman en las mejillas de mi madre. Esa melodía la había escuchado una vez, hace tiempo, en el estudio que tenemos bajo el jardín de casa. Y la letra… La letra habla de una chica enamorada que tiene que tragarse hasta la asfixia lo que siente por el chico que le gusta.

Bajo el mar de cuerpos que llenan el gimnasio y con discreción, Amateratsu me vuelve a tomar del brazo. También está emocionada por lo que cuenta esa historia. Al oído, me susurra “Es realmente hermosa”. Todavía desconoce que es la de mis padres. Es la de okāsan. El aullido final que retumba por las paredes y el aplauso atronador confirman lo que se intuía en el ambiente: dos generaciones han sido unidas por la música.

La sorpresa más grande de todas acontece de inmediato. Y, sin desearlo, me veo enfrascado en ésta. Watanabe-sensei llega hasta dónde estoy y me pide que suba al escenario. Casi sin poder negarme, me dice que es mi madre quien me lo pide. Antes de que pueda darme cuenta, experimento el mismo vértigo que ha vivido Nakahara al inicio de su actuación. Mi hermana se cuelga el saxofón mientras que Shū me entrega el bajo. Okāsan está ante todo el público, con el micro en la mano: “Domō arigatō por asistir a este concierto. Para cerrarlo, vamos a presentar un tema que nació en este centro académico hace ya muchos años. Cuando lo concluí, me prometí que sólo lo cantaría aquí. Y que sería la primera en hacerlo… En ciertas ocasiones, los demonios del pasado te persiguen durante mucho tiempo. Y sólo la música te puede reconciliar con ellos. Ha llegado el momento. Domō arigatō Yukari, por ofrecerme este privilegio. La canción se titula ‘Asking For Forgiveness’”.

Mi madre se sienta al piano. Con las primeras notas, respiro aliviado. Esos acordes los hemos ensayado miles y miles de veces. Ya fuera con la guitarra, con el saxofón, con el Steinway de la sala de estar o con nuestras propias voces. Y pensar que estábamos ayudando a nuestra madre a congraciarse con sus propios fantasmas. Es justo lo que hacemos. Es por ello que estamos aquí: “En un aeropuerto / Donde los aviones vienen y van / Como los sueños y las frustraciones / Como los amigos y los amores / Espero sentada. / Rompo imágenes con mis manos / Un sombrero recogido / Una riña bienintencionada / Una promesa bajo un árbol. / Las mentiras y la resignación / Son tijeras afiladas / Que hacen añicos mis esperanzas. / Trato de huir a ninguna parte / Tras hacer daño y herirme / Pero una mano me sujeta. / Son unos dedos traicionados / Unos ojos grandes y sinceros / Que me suplican que me quede / A pesar de la sangre / A pesar de los cortes / No me guardan rencor. / Con la negra sombra de la duda / Con las reservas de la ira / Sólo claman correspondencia / Para poder pedir perdón”.

Mi hermana se arranca con un solo de saxofón que encandila y emociona todavía más al público. Incluso yo mismo me quedo alucinado al escuchar cantar a mi madre. No sabía que lo hiciera tan bien. Sin embargo, entiendo la razón. Es algo tan especial que, cuando lo sientes como algo propio, lo haces casi con el alma. De refilón, observo las bambalinas. Otōsan también está allí, emocionado, encantado, satisfecho, casi lloroso. Estoy convencido de que fue algo muy duro para los dos. Pero, también, estoy seguro de que valió la pena. Mi hermano pequeño Kenji, que ha estado todo el rato allí, también alucina viendo a okāsan en acción. Amateratsu, Genda y Nakahara están junto a ellos. Sonríen satisfechos, viviendo la magia del directo desde el backstage. Con el fin de la canción, el auditorio estalla en un largo aplauso que dura varios minutos, en el cual, los músicos saludan al público.

Cuando cae el telón, todos se abalanzan hacia nosotros para felicitarnos por la actuación. No pasan ni treinta segundos que los miembros de Mersey People tienen que firmar autógrafos. El momento bien lo vale. Mi madre se ha lanzado a los brazos de mi padre para escapar del trámite. Se lo está comiendo a besos. Amateratsu y yo nos miramos a los ojos. La promesa que le hice en la piscina acude a mi memoria. Sin pensarlo, avanzo hacia el piano y tomo la partitura. Después, me dirijo hacia ellos, un poco avergonzado ante el cuadro tan explicito que estoy contemplando:

– ¡Ehem! Okāsan, otōsan, siento molestaros.

– Izumi-chan, en absoluto molestas. Dime cariño, ¿qué quieres?

¿He oído la palabra ‘cariño’? ¿Cuándo fue la última vez que la escuché? Definitivamente, mi padre es increíble. Finalmente, sonrío:

– Aunque ya no soy un niño, te la acepto ¿Podéis firmarme Shū y toda la banda esta partitura? Se lo había prometido a alguien.

– ¿A quién, si se puede saber?

– A una fan tuya… Y creo que también lo va a ser de Mersey People.

– ¡Por supuesto!

Al cabo de diez minutos, ha quedado cubierta por las dedicatorias de todos. Después de un buen rato, Watanabe-sensei acude con todos los representantes de las actividades. Habla con Shū y le comenta que el éxito ha sido rotundo. De hecho, no han dejado de preguntarle cuándo volverían a actuar. Éste le responde que, en un rato, dará más detalles. Mientras tanto, se han celebrado las votaciones para las actividades más populares. Es hora de anunciarlo al público. Una sonrisa maliciosa se posa en la boca de la directora del gakuen. Se le acaba de ocurrir una gran idea para dar más suspense al momento. Pide a Shū y a Yukari que les acompañe al exterior del telón. Los aullidos y aplausos, nada más aparecer sus figuras, hablan de un público que ha gozado con la actuación. Éste comenta que, vista la respuesta de la gente, pondrán en marcha el plan que tenían trazado en la mente: una serie de conciertos, a lo largo de los tres próximos meses, en pequeños locales de Tōkyō, Kawasaki, Chiba y Yokohama. En unos días, publicarán las fechas en la página web de una conocida promotora musical.

Al darse la noticia, la gente reacciona entusiasmada. Es el momento que aprovecha Watanabe-sensei para hacer público el top ten del Festival Cultural. El telón se alza para que podamos seguir los resultados. Y el primero me deja perplejo: la actividad que ha organizado mi clase ha quedado en décimo lugar. Una sonrisa maliciosa asoma en mi rostro. Aunque lo lamento por mis compañeros, le está bien empleado a Fujiwara. La excitación aumenta con cada posición. Hasta que llega el podio. Antes de que se publique en voz alta el puesto, la localizo. Ya a primera vista está que muerde. No esperaba un resultado tan pobre. Cuando escucha las palabras “La exposición ‘Otra mirada sobre Hokkaidō’, de 1º B”, su expresión humillada se amplia hasta límites insospechados. Mi hermana y yo felicitamos a Amateratsu, paralizada e incrédula por la acogida. El número dos de la lista cabrea todavía más a la delegada de clase: la actuación de los C-Side, de 1º C. Ahora, las que reciben la enhorabuena son Akemi y Nakahara. Finalmente, y a pesar de haber participado casi fuera de concurso, la gente tiene claro que los mejores han sido Mersey People.

La salida del gimnasio es una pesadilla para todos los que hemos estado sobre el escenario. Toda la gente nos pide autógrafos. En especial, a los ganadores, Akemi y Nakahara, y Amateratsu. La ocasión bien lo merece. Justo cuando flanqueamos la puerta, hallo la figura de Fujiwara, abatida y desconsolada. De entrada, su mente no halla una respuesta al estrepitoso fracaso de su idea. Todo había sido planeado al detalle, con mimo de profesional. Y, sin embargo, una banda de novatos y una fotógrafa amateur han logrado mejor posición que su propuesta. Entonces, su mecánica de razonamiento se bloquea. Y, de la búsqueda de las motivaciones, pasa a las excusas y los culpables. Al leer en su mente acusaciones de que mi hermana y Amateratsu son las hijas de quienes son, me quedo preocupado. Esto no va a quedar así. A pesar de que el sol brilla en todas partes, será mejor que no baje la guardia. Algo me dice que el tifón se va a volver a acercar. Y nos va dar de lleno.

Aula 9: Harleys e indios (Jinetes en el cielo) [“Harleys & Indians (Riders In The Sky)”] (1ª Parte)

Los días que suceden al Festival Cultural se convierten en una pequeña pesadilla para todos los miembros de los C-Side. Se han hecho tan populares que no hay jornada en la que no tengan que firmar autógrafos a sus compañeros del Kōryō. A mi hermana y a Nakahara, que es quien peor lo lleva, se les acumula la faena. El recital ha cosechado un éxito tan rotundo que, para aliviar las ansias de los alumnos, Watanabe-sensei les ha propuesto tocar en la ceremonia de graduación de los de 3º. A cambio, Akemi ha prometido unos cuantos temas nuevos para que se pueda realizar un concierto en condiciones.

Sin embargo, ésa no es la peor consecuencia del gran triunfo musical de los C-Side. El eco del recital ha traspasado las paredes del Kōryō. Más de la mitad de los cazatalentos de toda Kanagawa se lanzan, como hienas buscando carroña, día sí y día también al gakuen. Quieren convencer a mi hermana y a Nakahara para convertirlas en un fenómeno idol y obligarles a colgar los libros. La directora es expeditiva en ese tema, además de contundente: lo han hecho para divertirse y ya tendrán tiempo de dedicarse a ello profesionalmente. Okāsan también toma cartas en el asunto y les asesora porque conoce muy bien el mundillo. Sabe que pueden mejorar todavía más, y les sugiere empezar dentro de la galaxia indie.

Todo ello produce lo que más temía: efectos devastadores en Fujiwara, la delegada de clase. Su mente se está oscureciendo con pensamientos cada vez más insospechados. Lo que se va formando en su cabeza es peor que un tifón en el Pacífico sur. El sol aún brilla dentro y fuera, pero lo que observo al fondo no me gusta nada. Entre medias, pululan unas nubes que todavía no logro disipar: poder dirigirle la palabra a mi hermana con normalidad. No es un problema de falta de esfuerzo. Más bien, de actitud por su parte: la encuentro muy apagada. No sonríe ni contagia su habitual alegría. Guarda silencio más de lo debido, en especial, durante las cenas. Incluso mi madre está preocupada. Sin embargo, está tan concentrada en sus pensamientos que desprende la suficiente energía como para blindar su mente sin posibilidad de ser leída.

Con el mes de noviembre, los Mersey People inician su mini gira a lo largo de la región de Kantō. El boca a boca del show del Kōryō ha corrido como la pólvora encendida. Llenan con tal facilidad los locales que, al cabo de tres semanas, tienen que planear una segunda tanda de conciertos en recintos algo más grandes. Okāsan participa en algunos de los recitales, mientras que otōsan permanece en el Reino Unido cubriendo las elecciones legislativas. Mientras tanto, en clase, algo en principio normal empieza a darse con demasiada frecuencia: la delegada empieza a faltar más de lo debido. Según Nitta-sensei, la tutora, sus ausencias se deben a temas médicos. Sin embargo, un pálpito me dice que está tramando algo muy gordo. La conozco demasiado bien y desde hace demasiado tiempo.

A mediados de mes, un sábado por la mañana, recibo en mi celular una llamada un tanto inquietante: es Nakahara. Me comenta lo mismo que me han dicho Genda y Amateratsu: mi hermana está rara. No es ella misma. Y la encuentran desanimada. Me sugiere una actividad para animarla: ir todos juntos al parque de atracciones del Toshima En. Una buena idea. Ambos nos encargamos de congregar a la tropa para ir al día siguiente.

El sol nos acompaña durante nuestra estancia. Dejo que Nakahara y Amateratsu se encarguen de Akemi mientras converso con Genda. Nos lo pasamos en grande. Quien más entusiasmada está es la segunda. Tenía unas ganas locas de estrenar la nueva montaña rusa interna, todo un clásico del recinto. A pesar de que la cola es kilométrica, subimos a ella. Las chicas delante. Nosotros detrás. El convoy acelera como el restallar de un látigo. Casi nos dejamos el cuello. La oscuridad nos asusta por un momento. Pero el brillar de unos puntos de luz alivia la inquietud. Va tan rápido que parece un vuelo en el hiperespacio.

Sin embargo, éstos se hacen más intensos. Hasta convertirse en relámpagos eléctricos que rodean mi cuerpo. No son efectos especiales, sino una alteración brutal de mi energía. Como si estuvieran colisionando dos galaxias que desprenden una brutal potencia magnética de acción y repulsión. Una ventana se abre ante mí. Y lo que observo me asusta: es otōsan golpeado, primero, por una chica que no conozco, que viste un mono de moto y lleva el pelo rubio con un corte de casco. Todo ello en el andén de acceso a esta misma montaña rusa. Después, por alguien que viste el gakuran azul del Kōryō, con los cabellos castaños y ligeramente rizados. La chica del mono motero le acompaña. Esa figura sí puedo reconocerla: es Hino Yūsaku, el ídolo del Club de Karate. ¿Qué pinta en todo esto? ¿Acaso es su novia?

La acción continúa a velocidad de vértigo. Ahora, a mi padre lo persiguen dos rostros conocidos: son Komatsu Seiji y Hatta Kazuya, vestidos como agentes de la ley. El primero se refugia en el apartamento donde vive Amateratsu… ¡Y mis propias tías lo echan a patadas! Increíble. El delirio estalla cuando mis padres se encuentran en un kissaten medio abandonado llamado ABCB. ¡¿Cómo?! ¡¡¿Okāsan utilizando naipes y una llave inglesa contra una banda de moteros?!! Inaudito. Son demasiados para ella. Atan a mi padre e intentan abusar de mi madre en el hokenshitsu de un instituto abandonado. Otōsan se libera de sus ligaduras reventando la fuente donde lo han confinado y la salva. Ambos se funden en un abrazo de lo más enternecedor. ¿Es en realidad así como se conocieron? Un momento, algo no encaja.

Las centellas se convierten en un haz de luz cegador. Más imágenes acuden ante mí. Los Knights perseguidos, en apuros, huyendo de unas sombras negras que apenas puedo reconocer. Otra banda de moteros, al final de las escaleras del parque, interrogándome en tono amenazador. Un edificio en construcción donde se congregan. De repente, todo se oscurece en la total y absoluta penumbra. No veo escenas, sino que es mi cuerpo el que siente toda una serie de sensaciones. Nota la presencia de unos tipos que me rodean y quieren acabar conmigo a cualquier precio. Se mueve como si estuviera luchando contra ellos. Al fondo, escucho las voces de mi hermana y de Amateratsu, en apuros. Entre la penumbra vislumbro, colgado como un pedazo de carne, una figura que apenas puedo identificar. Y, oculta en un rincón, una silueta que parece observar el espectáculo con deleite y que viste un sēji fukan muy parecido al de nuestro instituto.

Otro resplandor me devuelve a la realidad. Genda está entusiasmado y me observa como si quisiera hacerme partícipe de esa sensación. Sin embargo, mi expresión no muestra excitación sino pasmo. Y no precisamente por la espectacularidad de la atracción. Finalmente, decido intentar camuflar todos los sentimientos experimentados y olvidarme por completo de lo que he contemplado. La amplia sonrisa que muestra mi hermana me alivia. Vuelve a ser ella. O eso es lo que creo. En especial, en la vuelta a casa, durante la cual bromea con las chicas y con Genda. Por desgracia, soy yo quien no tiene ganas de conversar. Éste, que ya lo ha apreciado, trata de animarme. Para no preocuparlo y desviar su atención, charlo con él hasta que nos separamos. Justo cuando llegamos a la estación, nuestros progenitores nos están esperando. Tanto mejor.

Ya en casa, me encuentro con mi padre. Ha llegado esta mañana de Washington, tras cubrir las elecciones al Congreso y al Senado de los Estados Unidos. Después de la cena, a pesar de estar agotado, acepta hablar conmigo en la sala de estar:

Otōsan, hay algo que me gustaría preguntarte. ¿En serio os conocisteis okāsan y tú en el parque que hay junto a la Green House?

– Sí, por supuesto que sí. ¿Por qué lo preguntas?

– Verás, es que me ha pasado algo muy raro.

– ¿Qué, exactamente?

– Te he visto agredido por una chica que no conozco, perseguido por la policía, con mamá en un kissaten abandonado peleando contra una banda de moteros…

– ¡Espera, espera!... Vale, ya sé lo que ha sucedido.

– ¿?

– ¿A qué ha sido en la montaña rusa interna del parque de atracciones del Toshima En?

– ¿Cómo lo sabes?

– Cuando alguien de nuestra familia está expuesto a una fuerza de gravedad muy fuerte, la energía que hay en nuestro cuerpo se sacude… De tal manera que aquellos que tienen el poder de desplazarse en el espacio, como es nuestro caso, pueden desorientarse. Es como imantar una brújula. Todo se desordena. Si además esa fuerza es superior, es capaz de arrastrarte hacia lo que conocemos como el mundo paralelo.

– ¿El mundo paralelo? Ojīchama nunca me habló de ello.

– ¿Cómo que no? ¿Ya no recuerdas lo que pasó en Barcelona?

– ¿No te referirás a la versión joven de okāsan?

– Eso mismo. Ella venía de un mundo en el que no existimos. Para que lo entiendas, es el lugar en el cual uno no ha nacido… Y por tanto, nadie te conoce. Lo que has contemplado fue el viaje que realicé a ese mundo cuando tu madre y yo nos declaramos. Me despisté, rodé por las escaleras y acabé allí. A quién has contemplado es a la chica que viste en Barcelona, es decir, tu madre un poco más mayor que tú.

– ¿Y por qué no me ha arrastrado a mí?

– Izumi-chan, tu energía es muy superior a la mía. Sería realmente difícil que eso te sucediera… A no ser que tú mismo te dejaras llevar.

– ¡Es hora de irse de dormir!… Para los dos – Ofukuro-san irrumpe con su voz y hace que concluyamos la conversación.

De camino a mi habitación, reparo en un detalle que me ha mencionado mi padre: “aquellos que tienen el poder de desplazarse en el espacio”. Eso quiere decir que a mi hermana también le debe haber afectado. Sin embargo, sonreía. ¿Estaría fingiendo? El frenesí del día pasado en el parque de atracciones logra que no tenga ni tiempo de acabar de reflexionar y me quede profundamente dormido. Los días siguientes resultan monótonos y calmados. Incluso la delegada vuelve a prodigarse por clase para cumplir con sus deberes. Empieza a hacer frío de verdad y, rápidamente, tenemos que añadir los abrigos a nuestros uniformes. Mi hermana vuelve a sonreír y a bromear. Durante unas cuantas mañanas, nuestro padre nos acompaña aprovechando que le han concedido un descanso. Tan tranquilo estoy que casi no lo veo venir.

El mes está a punto de acabar. De aquí a nada, se inician los exámenes trimestrales y empezará la histeria. Si no se habla sobre ello, se hace sobre lo acontecido el fin de semana, como debe corresponder a un lunes. No obstante, la conversación que escucho al mediodía, en uno de los corrillos del patio, no habla del tema. Sino de algo que resulta mucho más inquietante:

– ¿No os habéis enterado? Una banda de moteros está asaltando y robando a gente de este barrio.

– ¿Me lo explicas o te lo cuento? Si lo llego a saber, no se van de rositas. Las caricias que llevo encima fueron porque les dio la gana. No me lo pensé para entregarles la pasta y encima recibí.

– Quítatelo de la cabeza, gallito. Kitamura, del Club de Kendo, se hizo el chulo con ellos y ahora está en la UVI.

– Y a Konno la violaron sin miramientos – Tercia una chica.

– ¡Qué miedo! No son de aquí. ¿Y dónde está la policía cuando la necesitamos? – Añade otra.

– ¿La policía? A esa gente no los llaman los Black Shadows por casualidad. Son tan escurridizos que, por lo que he oído, la mitad de los departamentos de Kanagawa y Tōkyō están desesperados porque no les pueden echar el guante.

– Habrá que hacer algo. Esto no puede seguir así – Interviene una tercera.

– ¿Y que quieres que hagamos? Si la propia policía no puede con ellos, ¿te piensas que los chicos lo lograremos? Si después de la agresión a Kitamura no ha intervenido ningún Club de Artes Marciales, no esperes ningún milagro – Concluye otro compañero.

El cielo se oscurece. Al fondo, uno puede escuchar como retumban los truenos. Por desgracia, estoy agotado. Me ha costado un esfuerzo brutal arreglar mis relaciones con mis amigos y aún tengo pendiente a mi hermana. Ahora sólo me faltaba esto. Aunque no tengo las más mínimas ganas de intervenir, algo me dice que más temprano que tarde me va afectar de lleno. Y está muy claro que, si han venido hasta este lado del río no ha sido porque huían de alguien. Sino más bien porque se están expandiendo a costa de otros. De repente, los rostros de mis camaradas de los Knights irrumpen en mi mente. Al igual que lo que vislumbré en la montaña rusa del Toshima En. Exacto: si quiero la paz, ya puedo ir preparándome para la guerra.

La primera andanada del tifón llega dos mañanas más tarde, el miércoles. Mi hermana se marcha al instituto antes porque ha quedado con las chicas. Cuando llego, la noticia ya ha volado por las clases del gakuen: el aula de música ha sido literalmente arrasada. Cuando me entero, salgo corriendo hacia allí. En el lugar están la directora, varios tutores, la presidenta del Club de Música y unos cuantos agentes de policía tomando notas del incidente. Alguien ha entrado durante la noche y ha reventado las paredes insonorizadas, los cristales de doble grosor y los instrumentos; en especial el piano, las guitarras y la batería. La saña que de la que se han servido ha sido inmensa. No han utilizado sólo las manos. Para destrozar el instrumento favorito de mi madre y mi hermana se han valido, sin lugar a dudas, de un hacha. Al contemplar el dantesco espectáculo, mi instinto combativo se afila como las katanas antes de la batalla.

La mañana transcurre con cierta calma. Hasta que un detalle me llama poderosamente la atención: Fujiwara no ha asistido a clase. Algo me dice que esto no ha hecho más que comenzar. En efecto, a la hora del patio, otra andanada sacude el Kōryō: varios alumnos de 1º C están en hokenshitsu tras haber sido agredidos, sin motivos aparentes, de camino al instituto. Sin pensármelo, me lanzo hacia la habitación de curas. Genda me sigue, sorprendido. Cuando llego al lugar, me encuentro a Watanabe-sensei, todavía digiriendo el primer golpe y tratando de asimilar el segundo; y a Murase-sensei, la tutora de la clase afectada, consternada por el suceso. Me precipito hacia el interior para comprobar que ni mi hermana ni Nakahara están entre los implicados. Sin embargo, entre los desafortunados estan Nakano, Taishō y Mōri. Es decir, los miembros masculinos de los C-Side. La directora del gakuen me observa con rostro severo. Ya no tengo dudas. De mis labios se escapan unas palabras demoledoras para ella. La acusación resulta grave, pero inequívoca: “Hay un traidor en el Kōryō”.

Finalmente, encuentro a Akemi y a Nakahara. Le pido a Genda que se quede con ellas y que me esperen. Voy en busca de Amateratsu. A ella la acabo localizando en 1º A, repasando unos apuntes. Cuando nos encontramos, su sonrisa colisiona frontalmente con mi expresión:

– ¿Se puede saber qué te ha pasado, Kasuga-san? Parece que hayas visto un fantasma.

– No… Han agredido a varios alumnos de la clase de mi hermana…

– ¿Y qué tiene que ver todo ello conmigo?

– ¡Eran los chicos de los C-Side! ¡Alguien está ajustando cuentas con los ganadores del Festival Cultural!

– ¿Pero qué dices? Oye, Kasuga-san, esto no es una película de yakuzas. ¿Qué te hace pensar así? A lo mejor ha sido algo personal que desconocemos. Además, ya han dicho que van a movilizar más agentes en el barrio. Onegai shimasu, cálmate.

A pesar de que es muy inocente, tiene razón. Lo mejor que puedo hacer es llevar el asunto con discreción. Si logro preocupar a todos, puede ser peor. No obstante, el asalto al aula de música y el ataque a los chicos de 1º C guardan una estrecha relación. Fujiwara aparece al mediodía, con expresión impertérrita. Cuando conoce las noticias de lo acontecido se sorprende, pero no demasiado. Y entonces, se da el momento. El cruce de miradas. Observo como asoma, en sus labios, una sonrisa maliciosa de deleite. Su mente me acaba de decir “esto no ha hecho más que empezar”.

Al final de las clases, volvemos a casa juntos. No obstante, justo cuando vamos a salir del recinto académico, una figura que se arrastra por la acera nos llama la atención. Es la de un chico un poco más mayor que nosotros. Cuando me acerco y lo reconozco, no doy crédito a lo que veo:

– Saitō-san, ¡¿qué te han hecho?!

– Oh!... Kasuga-kun… Al fin… Te encuentro.

– ¿Le conoces? Pregunta mi hermana.

– Sí… Onegai shimasu Genda-kun, acompáñalas hasta sus casas. Ya me encargo yo del resto.

Éste asiente. Se fía de mí porque algo también le dice que, lo acontecido hoy no ha sido fruto de la casualidad. Conduzco a Saitō hasta un lugar más seguro, dentro del campus académico:

– ¿Qué demonios ha sucedido?

– Han sido… Los Black Shadows… Quieren tomar el control de nuestras actividades… En Shinjuku, Shibuya y Ginza.

– ¿Dónde están los demás?

– Fue una emboscada… Hemos caído como moscas… Los que han podido, han huido… Suzuki-san, Shimada-kun y Tawara-san están en la UVI del Hospital Universitario de Tōkyō… No sé si vivirán para contarlo… Por favor, Kasuga-kun, no te metas… Son muy escurridizos… Muy peligrosos… Auténticos maniacos… Además…

– ¿Además, qué?

– La ‘pasma’ les está pisando los talones… Hasta el momento han hecho la vista gorda… Pero con una agresión sexual de por medio y varios robos y asaltos… No habrá cuartel para nadie… Tú eres demasiado legal como para acabar entre rejas…

– Si espero a que los detengan, será demasiado tarde para esta ciudad. No están huyendo de la policía, y lo sabes… Se están expandiendo.

– Te lo repito, Kasuga-kun… No intervengas… A no ser que no tengas otra alternativa.

– Saitō-san, tienes que ir a un hospital. Tus heridas son graves.

– Ni de coña… Eso sería el fin…

Intento colarlo en el edificio del gakuen para curarlo en el hokenshitsu. Sin embargo, me disuade. Sabe que si lo hago y nos pillan, me expulsarán… Y mi madre me enviará a una academia militar a los Estados Unidos. Le he dado tantas veces la brasa con el tema. Finalmente, decido buscar una alternativa. Cojo el móvil y llamo a Amateratsu. Un toque. Dos toques. Al tercero, responde:

– ¿Moshi, moshi?

– Soy yo, Kasuga-san. ¿Dónde estás?

– En casa, con mis hermanos.

– Por lo que veo, tu padre no está.

– No vendrá a dormir porque tiene asuntos que atender.

– Ahora mismo voy para allá. Luego te explico.

Ambos esperamos a que oscurezca para ponernos en marcha. Mato dos pájaros de un tiro: protejo a Amateratsu y curo a mi antiguo jefe. Me cuesta mucho acarrear con él y pensar por qué calles moverme sin ser descubierto. Finalmente, llegamos a la Green House. Timbro al apartamento de Amateratsu, y ésta me abre. En esta ocasión, la sensación de sentirme como en casa queda aplastada por la preocupación de todo lo que está sucediendo. Tumbamos a Saitō en el sofá y la anfitriona empieza a curarle las heridas. Éste sonríe al reconocerla: es la chica que me llevé conmigo la última vez que nos vimos. Una vez concluidos los cuidados, insisto en que vaya a un hospital. Casi olvidaba lo terco y cabezota que es. Finalmente, le sugiero que se refugie en el antiguo colegio Yamato, a unas seis manzanas de allí. Al menos, hasta que la cosa se calme.

Justo cuando se marcha y cierra la puerta tras de sí, se hace el silencio. Mi rictus no ha cambiado lo más mínimo. Sigue igual de alterado:

– ¿Por qué has venido, Kasuga-san? Y no me digas que ha sido sólo por él.

– Porque sigo preocupado. Se han producido toda una serie de asaltos y robos en el barrio y…

– Él ha sido una víctima, ¿no?

Hai… Además, al saber que no estaba tu padre, no me quedé tranquilo.

Gomen nasai por mi actitud. Te agradezco mucho lo que hace por mí pero…

En mi celular suena “Land Of Confusion” de Genesis. Es el tono que anuncia una llamada. Es mi madre, preocupada por la hora que es. Le comento que estoy en casa de Amateratsu y que ahora mismo vuelvo a casa. Tras colgar, le pido a Amateratsu que cierre con llave. Mañana por la mañana iré a buscarla. De aquí a nada, la policía empezará a patrullar y no creo que se les ocurra acercarse por aquí. Justo antes de cerrar, unas palabras de ella me dejan paralizado: “Onegai shimasu, no me ocultes tu pasado. Déjame entrar”.

Absorto en éstas, bajo los 99 / 100 escalones del parque. Justo al final, el ruido ensordecedor de los tubos de escape de unas motos me devuelve a la realidad. Y, como un relámpago de luz, lo vislumbrado en la montaña rusa interna, toma forma: ante mi se detiene una KTM de enduro. Las monturas de los demás me llaman la atención: Husqvarna, Aprilia, BMW, Rieju, Beta, Gas Gas… Ninguna japonesa. Todas de cross o todo terreno. Sus jinetes llevan la ropa rajada y los cascos mellados o quebrados. Uno de ellos, sin retirarse ni tan siquiera la visera, me interroga:

– Estamos buscando a un gusano llamado Saitō Itto. ¿Le has visto?

– No sé de quién me hablas.

Mi respuesta ha resultado demasiado ofensiva. Quien está ante mí, sobre la KTM, se retira el casco. Lleva un ojo a la virulé, el labio partido y un par de dientes menos. Vuelve a preguntarme:

– Escúchame, medio metro. Estamos buscando a Saitō, jefe de los Knights y a su brazo derecho, un tipo al que se le conoce como “El caballero de la carreta”. Sabemos que se refugian en esta zona, o sea que si nos mientes lo vas a pagar muy caro.

– ¿Qué parte de “He dicho que no los conozco” no has entendido?

– Déjalo, Yagyu-san, no merece la pena.

– Está bien, nos vamos… Volveremos a vernos, tenlo por seguro.

No hay lugar a la duda. Los que se han detenido ante mi son los Black Shadows. Y, además, me buscan a mí. Son numerosos, unos quince o veinte, pero saben moverse con habilidad. A parte, montan motos de cross o enduro, capaces de colarse por cualquier lugar o resquicio. De ahí que sean tan escurridizos. No me extraña que la policía pase auténticos apuros para echarles el guante. Y la única manera de haber podido derrotar a mis compañeros de los Knights ha sido en una emboscada. Llevan todas las de ganar. Sin embargo, algo me dice que combatiendo a pie resultan muy vulnerables.

De repente, mientras camino, una serie de recuerdos sobre cómo nos conocimos Saitō y yo acude a mi memoria con contundencia. No sé si habrá sido la adrenalina descargada mientras me enfrentaba dialécticamente a esos elementos. Todo sucedió de forma fortuita. Era un sábado de septiembre, muy lluvioso. Volvía de dar un paseo sólo. De repente, un grupo de chavales de bachillerato me rodeó en un parque. Eran unos seis o siete. Estaba claro que querían el dinero. Por aquel entonces, me comportaba como alguien que se pierde en el oleaje y está en el camino del infierno. Si había que morir, que fuera matando. Idiotas. Mala idea tuvieron de sacarme las navajas y las tuberías. Me atacaron uno por uno pensando que la diferencia de edad jugaría a su favor. Liquidarlos fue más sencillo que lamer un caramelo. Entonces, irrumpió él desde una de las esquinas. Me aplaudió y me dijo que nunca había visto a alguien pelear así de bien. Al principio le respondí de manera brusca. Entonces, me citó una sentencia de El arte de la guerra de Sun Tzu. No recuerdo cual. Pero pasamos el resto del rato conversando, a cubierto, sobre ese libro.

Semanas más tarde, me presentó al resto de la tropa. Al principio era la mascota de los Knights. Sin embargo, con el paso del tiempo, me convertí en un miembro de pleno derecho. Intentaron convencerme para sacarme la licencia y adquirir una “montura”. Pero no estaba interesado. Habría llamado demasiado la atención. Mis habilidades con las artes marciales ya eran suficiente aval como para que fuera así. Además, alucinaban con las objeciones a los defectos de los planes de Saitō. Se preguntaban cómo alguien como yo disfrutaba de una mente tan brillante. Ser bisnieto de un estudioso del arte del combate tiene esas cosas. No obstante, dejaba siempre algo claro: no tenía ganas de discutir la jerarquía. Sólo quería que los planes salieran bien. Todo ello me permitió ser respetado y aceptado por los demás. Estaba en una hermandad. Al final, me bautizaron como “El caballero de la carreta”, ya que carecía de montura, pero era el mejor combatiendo a pie.

Aula 10: Harleys e indios (Jinetes en el cielo) [“Harleys & Indians (Riders In The Sky)”] (2ª Parte)

Al día siguiente, llamo a Genda a primera hora de la mañana. Suerte que su celular está conectado. Le pido, por favor, que vaya a buscar a Nakahara. Protesta porque empieza a hacer demasiado frío a esas horas para estar en la calle. Finalmente, responde de manera afirmativa. Mi hermana y yo nos dirigimos a la Green House para acompañar a Amateratsu. El trayecto se hace en el más absoluto de los silencios. Sólo habla cuando ella le acompaña. Así acontece en lo que queda de semana. Afortunadamente, esos días no ofrecen más sobresaltos. Sin embargo, el lunes siguiente, el cuenco de sake se desborda. Cuando llegamos a casa, nos encontramos a nuestra madre con cortes y rasguños:

Okāsan, ¿qué ha pasado?

– Nada… Un incidente sin importancia.

– Si no fuera importante no tendrías una mano vendada y varios apósitos.

– Me he caído.

Nuestro padre no está y tanto Akemi como yo le estamos leyendo la mente. Y aunque no lo hiciéramos, sabemos que nos está mintiendo. Finalmente, las palabras mágicas se escapan:

– Han sido los Black Shadows, ¿verdad?

– No sé quienes eran. No me gusta pelear, pero estaba muy claro que me querían buscar las cosquillas. Iban en motos de enduro y cross. Mala idea pensar que llevaban ventaja. Varios de ellos han acabado realmente mal... ¡¿Podéis parar de leerme la mente?!

Ya no puedo más. Resulta imposible mantenerme al margen de todo esto. Demasiados seres queridos empiezan a ser parte contratante de este maldito juego. Me arde la boca:

– ¡Maldita sea okāsan, hay que hacer algo!

– ¡Izumi-chan, ni se te ocurra intervenir si no quieres acabar en una academia militar! ¡Y esta vez lo digo muy en serio!

– ¡Pero okāsan! ¡No puedo quedarme de brazos cruzados!... Ya han agredido a varios de mis compañeros y…

Guardo silencio. Si le digo que Saitō también ha sido víctima de esos mamones, mi madre empezará a hacerme preguntas muy incómodas. Mejor dosificar la información y ser prudentes:

– Confiemos en que la policía hará su trabajo. Además, creo que después de lo de hoy se lo pensarán dos veces antes de agredir a alguien.

– Está bien… Esperaremos acontecimientos.

Me sorprende la tranquilidad con la que ofukuro-san me ha convencido. Y más habiendo sido ella víctima de la agresión. Otra en su lugar estaría realmente asustada. Sin embargo, la sonrisa gélida que ha esbozado, cuando me ha comentado que varios de ellos han acabado realmente mal y que es mejor dejar intervenir a las fuerzas del orden, me produce desasosiego. Algo me dice que, para ella, esto no va a quedar así. De todas formas, que me haya disuadido para que no intervenga no quiere decir que no prepare el terreno por si tengo que actuar.

A lo largo de las dos jornadas siguientes, aprovechando que los días cada vez son más cortos y que oscurece antes, reconozco al enemigo. Es la única manera de no correr riesgos. Gracias a los poderes y a las habilidades aprendidas, sigo con discreción a los Black Shadows y encuentro su base. Es un edificio a medio construir ubicado en el distrito de Ōta, justo al otro lado del río. Pertenece a Nakatomi Corporation, pero por razones extrañas su construcción se ha detenido. Sus monturas siempre quedan aparcadas fuera, divididas en los cuatro puntos cardinales. Confían en éstas por si hay que enfrentarse cara a cara. Son unos veinte, de los cuales cuatro o cinco vigilan la entrada. Los que están aparatosamente heridos son los que recibieron las ‘caricias’ de okāsan. Además, no llevan armas, lo cual significa que no esperan un asalto a su guarida. Tanto mejor. Si se les priva del gusto de combatir sobre sus motos, son muy vulnerables. Habrá que aprovecharse de ese detalle.

El fin de semana transcurre sin incidentes. Lamentablemente, el primer lunes de diciembre anuncia la cercanía del ojo del tifón. Una vez más, bajo la guardia y trato de olvidarme, por un momento, de lo que está aconteciendo. Por desgracia, vuelvo a pagarlo carísimo. Esta vez la delegada sí ha asistido a todas las clases. La jornada transcurre con la normalidad debida: las lecciones, la comida en la azotea con los amigos y con mi hermana, más lecciones. Y el turno de limpieza. Genda y yo nos encargamos del tema. Ambos no lo vemos venir.

Cuando salimos, ya es noche cerrada. De repente, la música de Genesis me anuncia una llamada. Al descolgar el teléfono, escucho a mi madre, visiblemente preocupada:

– Izumi-chan, ¿está tu hermana contigo?

– No, ¿por qué lo preguntas?

– Porque no ha llegado a casa. Me ha llamado el padre de Amateratsu-kun, preguntando por ella. ¿Las has visto marchar juntas?

– Sí, supongo que sí…

– ¿Y no te ha llamado el padre de Nakahara?

– No, que yo sepa no…

Un escalofrío me recorre la espalda. Es la sensación que domina a uno cuando está a punto de adentrarse en la tempestad. El clima helador que impera en el ambiente lo acrecienta. Definitivamente, ha llegado la hora de la verdad:

Okāsan, escucha con atención. Búscalas por el barrio. Yo lo haré por los sitios que frecuentan. Si no las encuentras, avisa a la policía y diles que se dirijan al edificio en construcción de Nakatomi Corporation que se ubica en el distrito de Ōta.

– ¡Izumi-chan, escúchame!… ¡No te metas en ningún lío!… ¡Me oyes!... ¡Si no, te mando a América!

Gomen nasai ofukuro-san, pero si no lo hago esto nunca acabará. Onegai shimasu, haz lo que te he dicho.

Cuelgo el móvil. Tengo que utilizar alguna maniobra de distracción para evitar que me impida intervenir. Me da igual acabar en West Point o en cualquier otra academia militar de los Estados Unidos. Lo quiera o no, tendré que enfangarme hasta el cuello. Le pido a Genda que no me acompañe. Él, como buen bushi, insiste. Trato de convencerle comentándole que es muy peligroso. Sin embargo, ni eso lo echa atrás: sus amigas están en peligro. Y si no supera este reto, no podrá considerarse digno de heredar el do jo familiar. Ambos nos dirigimos, primero, a mi casa. A pesar de correr un gran riesgo, no puedo ir desarmado. Le pido a Genda que me espere un momento. Entro por la calle de atrás, donde está la puerta del garaje. Suerte que se me ocurrió esconder las tiras de púas allí. En el lugar donde las encontré, en una caja de caramelos un día de Año Nuevo, mientras realizábamos la habitual limpieza de trastos. Durante un tiempo, me pregunté de dónde demonios habían salido. Al final, lo olvidé: tenía un buen instrumento con el que defenderme.

Una vez preparado y listo, ambos salimos corriendo hacia la base de los Black Shadows. Por el camino, acontece algo casi impensable en las fechas que corren: empieza a nevar de manera copiosa. Cuando llegamos, ordeno a Genda que esté al acecho. Primero quiero reconocer la entrada. Le avisaré en cuanto la vía quede libre. Rodeo el edifico para comprobar los accesos. En una de éstas, hallo ocho motos, de las cuales una es la KTM de Yagyu, el jefe. Sin embargo, sólo hay cuatro vigilantes apostados en dos de las entradas. Un cabecilla no deja tan desguarnecido su fortificación. Diríase que están “vaciando el castillo”. Esto apesta a emboscada. De todas maneras, habrá que arriesgarse.

Si hay algo que me encanta de los edificios en obras es la cantidad de objetos que se pueden usar como armas. Una tubería de plomo fina y de una altura un poco menor a la mía será ideal. Me muevo con sigilo. Aprovecho un momento de distracción para noquear a los dos primeros vigías. Después, me dirijo donde se ubican los otros dos. Se calientan en un bidé de combustible que hace las veces de kotatsu. Presto atención a su conversación:

– La que está cayendo… Kurokawa-kun, ¿tú crees que ese tipo, “El caballero de la carreta”, vendrá?

– Si te he de ser franco Matsuda-san, como se entere de que tenemos a esos dos ‘bomboncitos’, las posibilidades suben. Estoy impaciente por probarlos. Tienen muy buena pinta… Pero si no lo sabe, sería un auténtico idiota presentarse aquí con la noche de perros que hace.

En la sombra, la palabra “bomboncitos” ha excitado mis ánimos. Está claro que se refieren a mi hermana y a Amateratsu. No obstante, trato de dominar mi energía para que no adviertan mi presencia y la concentro en mis brazos. Justo cuando bajan la guardia, ataco. Los tumbo con tal fuerza que uno de ellos sale volando unos cuantos metros. No puedo morderme la lengua: “¡Todavía existen idiotas que se aburren y tienen la necesidad de divertirse con mamones como vosotros!”. Una vez la pista ha quedado despejada, llamo a Genda para que me acompañe.

Ambos nos adentramos en el edificio. Las primeras plantas tienen las paredes levantadas. Más arriba, las vigas están desnudas. Unos ruidos que retumban en los muros nos detienen. Provienen de lo que va a ser el parking del edificio. Bajamos por unas escaleras a medio acabar. En una zona iluminada por los fluorescentes de la luz de obra, tropezamos con el cuadro al completo. La visión cobra vida: al fondo, una figura atada como un ternero de Kōbe en el matadero. ¡Es Saitō! Está medio muerto. Justo ante él, alguien cebándose y moliéndolo a golpes. Aunque solamente lo he visto una vez, no me cabe duda de que es Yagyu, el jefe de los Black Shadows.

Un poco más atrás, atadas y medio amordazadas, mi hermana y Amateratsu. La expresión de la primera me llama la atención: a pesar de la situación, su mirada está encendida. Su energía, al 80 por ciento. Uno de los secuaces se le acerca y le pega un lametón en la cara. Dice que no quiere lastimar un rostro tan hermoso. Ella responde de manera contundente: un rodillazo en sus partes. No desea tener que utilizar los poderes porque sabe que acabaría en un internado. Como se les ocurra soltarla, no responderá. El otro que las escolta, sonríe: “¡Vaya con la gatita, araña como una tigresa!”. La sorpresa acontece al fondo: una figura femenina contempla, oculta en la oscuridad, toda la escena. El detalle me enardece aún más: viste el sēji fukan gris del Kōryō.

La escena recibe audio. Yagyu le pide a Saitō, a golpes, que le revele el paradero del “Caballero de la carreta” y que le entregue el territorio controlado por los Knights. Éste le escupe en la cara. La acción lo enoja tanto que va a rematarlo. El instinto me vence y, con rapidez y precisión, le lanzó dos púas que se clavan en su espalda. Dolorido, se gira:

– ¡Al fin! Aquí tenemos al famoso “Caballero de la carreta”.

– ¡Izumi-chan, ve con cuidado!

Tanto Genda como yo damos un paso al frente. Yagyu se desclava las púas y se queda observándolas atentamente:

– Estas púas me resultan familiares… ¿De dónde las has sacado?

– Eso no importa. Déjalos libres.

– Vaya, vaya. Así que, además de ser el brazo derecho de esta cucaracha, eres el heredero directo de la mítica Madoka “La de la púa”… Qué sorpresa.

No puede ser. Lo que acaba de decir me deja petrificado. ¿Mi madre era una mítica pandillera que se relacionaba con este tipo de escoria? Ahora me explico muchas cosas:

– No sé ni quién era ni me importa. Te lo repetiré sólo una vez más: suéltalos.

– No me extraña que un renacuajo como tú no la conozca. Era una loba solitaria. El terror de muchas bandas. Y pesar de todo ello, era respetada y admirada por todos. Y está claro que era más lista que tú. Hasta ella se hubiera dado cuenta que esto era una trampa de la que no saldrás vivo. ¡Chicos!

Como bien esperaba, el resto de la banda irrumpe desde sus escondites, incluidos los participantes en la agresión a mi madre. Yagyu sonríe. Su idea se ha desarrollado a la perfección. Genda y yo estamos rodeados. Ha llegado la hora de ganar un poco de tiempo. Una pregunta con doble intención me facilita las cosas:

– Antes de que empiece el combate, sólo quiero preguntarte una cosa: ¿por qué las has involucrado a ellas?

– Porque hay una confluencia de intereses. No es que tenga nada contra ti pero… Tú eres el único obstáculo que me separa del control total de la zona. Además…

Justo lo que me imaginé: habla demasiado. Las más de las veces, el ego ciega a las personas, en especial, a los que tienen delirios de grandeza y adoran los discursos. Aprovecho su cháchara para reconocer las vías de escape. Hallo una justo al lado de donde se ubican mi hermana y Amateratsu. De inmediato, me pongo en contacto con la primera a través de la telepatía:

– Akemi-chan, ¿me escuchas?

– Sí, Izumi-chan.

– ¿Cómo te encuentras?

– Un poco dormida. Si no hubieran utilizado el cloroformo, ni Amateratsu-chan ni yo estaríamos aquí. No sabes las ganas que tengo de aplastarle la cara a estos cretinos.

– Ten un poco de paciencia. Debemos hacerlo de manera que no se note. Si no, ya sabes lo que nos pasará. ¿Puedes desatarte?

– ¿Bromeas? En un par de segundos puedo quemar las cuerdas. Si supieras lo cabreada que estoy.

– Creo que los testículos del tipo que has tumbado lo saben mejor que nadie. Ahora presta atención. Concentra tu energía en reventar los fluorescentes y cierra los ojos. Que Genda-kun y Amateratsu-kun hagan lo mismo. En cuanto esté todo a oscuras, encárgate de los dos tipos que os escoltan. Genda-kun os ayudará a escapar. Y sobretodo, no miréis atrás.

– Y tú, ¿que harás?

– El registro de morosos se queda corto comparado con la de cuentas que tengo pendientes de ajustar. No te preocupes, estaré bien.

El plan ya está trazado. Yagyu sigue con su discursito. Le susurro a Genda que cierra los ojos y que los abra sólo después de escuchar un sonido parecido a una traca de petardos. A continuación, que se dirija hacia donde están las chicas, que se encargue de cuantos oponentes le salgan al paso y que las saque de allí. El resto es cosa mía. Mientras tanto, concentro mi energía en los puños. Es tan intensa que casi no la puedo contener. Estoy tan cabreado que, si alguien pudiera observar lo que se cuece en mi interior, sentiría terror:

–… Bien, se acabaron las charlas. Liquidadlos y después… ¡Divertiros con las chicas!

– ¡Yagyu, por última vez! ¡Suéltalos!

– ¡¿Se puede saber por qué insistes tanto, pesado?!

– Si sólo fuera por Saitō, me lo hubiera tomado como un deber hacia mi daimyō. Sin embargo, al involucrar a mi hermana y a mi amiga en todo esto, lo has convertido en algo muy personal. Créeme, no me llaman “El caballero de la carreta” por casualidad. Y te aseguro que lo vas a lamentar el resto de tus días.

– ¡Cerradle la boca a este presuntuoso! ¡Después, demostradle a las chicas lo hombres que sois!

El último comentario acaba por desbocar mi energía. Todos cerramos los ojos, y mi hermana y yo empezamos a liberar tal cantidad de poder que los fluorescentes revientan uno tras otro. La tubería de plomo cae al suelo… Lo demás, no me importa. No me importa el tacto de mis puños y pies colisionando contra los rostros, costillas, brazos y piernas de mis oponentes. No me importa el ruido de los huesos fracturados en cada golpe que reciben mis adversarios. No me importa el miedo y el terror abyecto que experimentan todos ellos, al comprobar que existe alguien capaz de moverse en la penumbra con tanta habilidad. No me importa el impacto de los cuerpos que se estrellan contra el suelo o las paredes. No me importan los gemidos de dolor y desesperación de los vencidos. Sólo me importa que mi hermana y mis amigos hayan salido de allí. Giro por un instante la vista: objetivo cumplido… Sólo me importa Yagyu. La vida de Saitō está en las manos de ese gusano.

El primero está aterrorizado. No puedo vislumbrar con claridad su rostro, pero lo intuyo. Grita desesperado preguntándose dónde me he metido y reclamando que dé la cara. Amenaza a mi antiguo jefe con un cuchillo en el cuello. Cobarde. Ha llegado la hora de demostrarle cómo se mueve una sombra en la oscuridad. Primero, mi puño impacta contra su rostro para cegarle. Eso por los compañeros que ha asaltado. Lanza sus brazos buscándome con el arma a ciegas, pero no me encuentra. Noto el borboteo de sangre de su nariz rota. Vuelvo a acercarme para fracturarle el brazo derecho con un certero movimiento de ju jitsu. Eso por Amateratsu. Un ruido metálico me indica que su arma ha caído al suelo. Chilla desquiciado de dolor y trata de responder con una serie de puntapiés baldíos. El siguiente es certero: el crac de su pierna derecha es la respuesta a mi golpe. Eso por mi hermana. Vuelve a chillar desesperado. Le respondo con el silencio y con una serie de puñetazos precisos en las costillas. La rabia se ha convertido en miedo. El miedo, en dolor. Y éste, ha acabado en lágrimas de desmoralización. Sin embargo, no habrá piedad para él. Con otro movimiento, le quiebro el brazo izquierdo. Sólo le queda intacta la pierna de ese mismo lado. Ese golpe va a ir dedicado a okāsan.

Justo cuando voy a percutir contra mi oponente, un brazo la detiene. De repente, el ruido de un motor en marcha enciende unos focos móviles que se usan para trabajar de noche. Ante mí, una figura con ropajes negros y el rostro tapado por un antifaz que deja al descubierto su boca, me detiene:

– ¡Ya está bien de violencia! ¡Déjalo en paz!

– ¿Por qué me has impedido rematar a ese gusano? ¿Quién eres?

– Digamos que… Soy tu conciencia. Y no quiero que hagas algo que lamentarás el resto de tu vida.

– ¿Por qué?

– Porque resulta demasiado fácil matar. Pero muy difícil asumirlo después, durante los demás días de tu existencia.

Esos ojos. Esa sonrisa que queda al descubierto. Ofukuro-san. Mi conciencia. Madoka, “La de la púa”. Quién me lo iba a decir. Me he quedado pasmado. Estaba tan concentrado en recrearme con Yagyu que ni tan siquiera he advertido su presencia. Sabía que mi madre todavía conservaba parte de sus habilidades. Pero no sabía que tan bien:

– ¡Cuidado! ¡A tu espalda!

Uno de los secuaces noqueados ha logrado recuperarse e intenta atacarla a traición. No obstante, esquiva su golpe con gran facilidad y responde de manera contundente. Un codazo en el vientre. En un abrir y cerrar de ojos, lo proyecta con una fuerza inusitada, tratándose de la masa a mover. Casi dos metros y más de 110 kilos:

– ¡¡He dicho “no más violencia”!!

El tipo cae a unos cuatro metros de donde estamos. No osa moverse después de la pequeña exhibición recibida. La cosa no ha acabado todavía. El sonido de un objeto de metal, que cae contra el suelo, delata la presencia de alguien que intenta darse a la fuga. Lo que ejecuta okāsan a continuación resulta aún más alucinante: coge una llave inglesa que se ubica en una mesa de trabajo y la lanza con precisión. Hace diana al golpear al evadido en la espalda y tumbarlo en el suelo. Recoge la tubería de plomo que empuñaba antes de la lucha y corre hacia donde está la presa. La sigo sin apartar la vista de Yagyu, todavía más paralizado por el terror ante lo que observa. Cuando nos acercamos, nos quedamos pasmados: es una chica que lleva el sēji fukan del Kōryō. La sorpresa se acrecienta cuando se gira y la identifico. Es Fujiwara, la delegada de clase:

– ¡Onegai shimasu, no me hagáis daño, piedad! ¡También me tenían secuestrada!

– ¡Aquí está la otra interesada! ¡Tenías que ser tú, víbora asquerosa! ¡Intentando salvarte!

– ¡No, yo no tengo nada que ver en todo esto! ¡A mi también me tenían atada!

– ¡Mentira! ¡Te he visto antes de que se iniciara la pelea escondida en una esquina, viéndolo todo!

– ¡Silencio, ya está bien! – Mi madre me interrumpe – Tengo una idea para saber si dices la verdad… Súbete la falda del uniforme.

– ¡¿Qué?!

– ¡He dicho que te subas la falda! Si no lo haces – Empuña la tubería con fuerza –, te doy unas lecciones aceleradas sobre los placeres de Sodoma sin lubricante. Y tú, date la vuelta.

Fujiwara, aterrorizada, obedece. Poco a poco, se la levanta sin rechistar. El resultado se traduce en el siguiente comentario que emite ofukuro-san:

– Vaya, vaya, justo lo que suponía. Hay cosas que no cambian con el tiempo. Braguitas de lazo tipo tanga. Eso significa que mientes como una vulgar rata que intenta escapar de la quema. Y a las ratas como tú hay que castigarlas.

– ¿… Quién… Eres…Tú?

– Tu sensei. Has sido una niña muy mala. Y las niñas malas reciben su merecido.

Mi madre empuña con firmeza la tubería de plomo. El dedo de su otra mano acaricia el rostro de Fujiwara y, después, empieza descender a lo largo de su cuerpo. Observo la sonrisa de la primera: es más gélida que la de Robert Mitchum. Y empiezo a entender a la segunda: está aterrorizada porque sabe que quien tiene delante es capaz de violarla allí mismo… O de pedirme que lo haga yo. Suerte que desconoce su identidad:

– ¿Qué hacemos con ella? Debería darle su merecido.

– No, la policía está de camino. Y se me acaba de ocurrir algo mejor. Coge las cuerdas de cáñamo que están a la entrada.

Sin rechistar, la obedezco. Con éstas en las manos, empezamos a congregar a todos los miembros noqueados de los Black Shadows alrededor de dos vigas. Al final, invitamos a Fujiwara a que se una a ellos. En principio se niega. No obstante, ofukuro-san golpea con el extremo de la tubería en el suelo. O se suma al grupo, o cumple su amenaza. Finalmente, accede y se sienta junto a los demás. Tras atarlos, coge una manguera y abre el caudal de agua para poner a todos en remojo y ‘refrescar’ el lugar: “¡Vamos, despertad! Tenéis que estar listos para recibir a los ‘Chicos de azul’. No quiero malas caras”. Me guiña un ojo. Las sirenas de los coches-patrulla, aproximándose al lugar, aceleran los preparativos. Recojo las púas, la llave inglesa y la tubería de plomo del suelo. Descolgamos a Saitō y nos marchamos todo lo rápido que la carga nos permite. Al fondo, escuchamos los gritos desesperados de Fujiwara: “¡Onegai shimasu, no me dejéis aquí! ¡No me hagáis esto! ¡Piedad, Kasuga-san! ¡Piedaaaaaaad!”.

Sigue nevando de manera copisosa. Encontramos el viejo Mini de okāsan aparcado en un lugar estratégico y bien camuflado, no muy lejos de allí. Ésta, al montar, se retira la capucha. Al fondo, vemos cómo las fuerzas del orden han acordonado todo el edificio. Aceleramos hacia el hospital. Por el camino, no cruzamos ni media palabra. Ambos entendemos que, si no nos damos prisa, Saitō puede que no lo cuente. Lo dejamos en urgencias y esperamos fuera, sentados. Durante cinco minutos, el silencio domina el ambiente. Sólo lo alteran las sirenas de las ambulancias. De repente, unas palabras lo rompen:

– No te preocupes por Fujiwara… Ella intentará salvarse aduciendo que la habían secuestrado, pero los demás la implicaran en todo esto... Es su verdad contra la de 20.

– ¿Y la policía?

– No darán crédito a que uno o dos tipos los hayan tumbado a todos. Además, estarán encantados de que otros les hayan facilitado tanto el trabajo. El agua ya se ha encargado de borrar los rastros. Respecto a tu hermana y tus amigos, acabarán deduciendo que se desataron y escaparon aprovechando la oscuridad.

– ¿Quieres que prepare la maleta cuando vuelva a casa?...

–… Dime que has hecho todo esto para saldar una deuda de lealtad.

Hai… Así es… Y para salvarlos a ellos.

– Dime que se ha acabado para siempre.

– Se acabó el día que tuvisteis que irme a buscar a la comisaría.

Okāsan me revuelve los cabellos y sonríe con timidez, pero con sinceridad. Este gesto me deja alucinado. Las palabras que salen de sus labios, a continuación, todavía más:

– A veces, olvidamos quienes hemos sido y renegamos de todo ello…

Onegai shimasu, dime que no eres ella.

–… Hasta que, un día, tropezamos con el espejo. Y ese día, ha llegado hoy.

– ¿Por qué no has avisado directamente a la policía?

– Una loba nunca abandona sus cachorros. Son lo más valioso que tiene en el mundo.

El móvil de mi madre vibra. Al otro lado del aparato está mi hermana. Le comenta que todos están sanos y salvos. Okāsan responde que nosotros también y que nos encontramos en las urgencias del Hospital Universitario de Kawasaki. Al cabo de un rato, aparecen todos. Nos fundimos en un gran abrazo, tras todas las penalidades vividas. Nakahara también ha venido con ellos. Justo en ese instante, aparece el doctor. Es un tipo muy moreno, con el pelo lacio, gafas de pasta negras y ciertas arrugas en el rostro. Saitō está estable dentro de la gravedad, pero saldrá de ésta. Es un tipo duro.

Akemi y yo nos quedamos a solas, mientras mi madre habla con el padre de Amateratsu y con ella. Su sonrisa vuelve a ser la de siempre. Finalmente, su silencio hacia mí se quiebra:

Gomen nasai mi actitud. No estaba enfadado contigo. Tengo un hermano que no me merezco.

– Entonces, ¿por qué no querías hablar conmigo?

– Porque… Tuve un sueño premonitorio. Soñaba que alguien me capturaba por la espalda y me dormía, sin posibilidad de reacción. Y que despertaba en un edificio en obras, atada de pies y manos. Hacia tiempo que no soñaba algo así. Además, en la montaña rusa del Toshima En contemplé más detalles de lo vivido y me asusté aún más…

– A la próxima vez, si algo te preocupa, no dudes en contármelo.

– Sakura-san es una gran chica.

– No lo dudes. También lo es Nakahara-kun, a su manera.

– Y ahora, ¿qué hacemos?

– Tocará estudiar, digo yo.

En efecto: son pocos los días de los que acabamos disponiendo para prepararnos a conciencia los exámenes. Mientras tanto, mi antiguo jefe permanece en la UVI. Casi al final, toda la tropa vamos a visitarlo al hospital. Lo han colocado en una habitación, ya fuera de peligro. Cuando nos quedamos a solas, Saitō se ríe:

– Je, je, je, je, je. Quién me iba a decir que me salvarías el cuello.

– Cuidado, aún tienes las costillas tocadas.

– ¡Aaaaaaaagh!... Estás en lo cierto… Duele.

– ¿No crees que ya ha llegado la hora de retirarse?

– ¿Estás de guasa? Quien quiera hacerlo tendrá que pensar algo mejor. ¿A qué viene ese comentario?

– Piénsatelo, ¿vale? No siempre voy a estar para rescatarte.

Justo en ese instante, Amateratsu entra en la habitación con un ramo de flores. La sonrisa de Saitō se vuelve muy maliciosa. Como su comentario:

– ¡Vaya, vaya, vaya, vaya, pillín! Ahora lo entiendo. ¡Qué calladito te lo tenías!

– ¡No es lo que parece! – Respondo enrojecido de vergüenza.

– ¡Vamos, venga, Kasuga-kun, si ya sé quién te ha ‘retirado’! ¿Hasta dónde habéis llegado, hasta la ‘C’?

– ¡Saitō-san, ya está bien!

Ahora es Amateratsu quien queda enrojecida por la vergüenza de lo que ha soltado. De todas maneras, no aparta su mirada de mis ojos. Ni yo la mía de los suyos. Lo que puedo adivinar en sus pupilas me deja a cuadros. Parece que me esté diciendo “¡Ojalá sea así!”:

– ¡Venga tortolitos, un piquito!

– ¡¿Por qué en lugar de abrir esa bocaza que tienes no te aplicas el cuento y te buscas una mujer, he dicho sólo una, y te callas?!

Sí, ha llegado la hora de retirarse. Una etapa de mi vida ha llegado a su fin. Y otra nueva está a punto de empezar.

Aula 11: Dulzura verdadera (“Real Sugar”)

Ninguno de nosotros tiene tiempo de digerir el incidente con los Black Shadows. Antes de querer darnos cuenta, llegan los exámenes. Buena prueba de todo ello es que ni tan siquiera reparamos en la ausencia de Fujiwara. Sin embargo, las consecuencias se hacen notar: en el caso de Akemi, con un par de suspensos en asignaturas aprobadas en otros trimestres. En el mío, con una vuelta a las notas anteriores al inicio de bachillerato. Afortunadamente, nuestra madre es comprensiva. La excepcionalidad de los hechos vividos evita una de sus habituales broncas. A cambio, prometemos estudiar más. No comenta nada, ya que es lo que espera de nosotros. Por otro lado, en el caso de Kenji, todo resulta distinto: no se escapa de la reprimenda… De nuestro padre. Durante todo el viaje hacia Seattle, le obliga a estar sentado junto a él. Son pocas las veces en las que veo a otōsan así de enojado.

Reclinado junto a la ventanilla del Boeing 747 de Northwest Airlines que nos lleva a los Estados Unidos, tomo aire. Como en todas las vacaciones de Navidad, los acontecimientos se desarrollan de manera acelerada. Casi siempre es salir del Kōryō, con la maleta preparada y el uniforme todavía puesto, e ir en coche directos al aeropuerto de Narita. Raro es el año en que okāsan no revisa los boletines y reparte las broncas durante el trayecto. Todo sea para estar con mis tíos, mis primos y mis abuelos en la cena de Nochebuena. Después, unos días de descanso para recuperarnos del viaje y el jet lag y, vía Narita, regresamos para ir a casa de Takashi-ojīchan y Kyōko-bāchan para celebrar el Año Nuevo.

Las vacaciones de los Kasuga no tienen nada que ver con las de nuestros amigos: Genda ha vuelto a Kyōto para visitar a sus padres. Nakahara nos comentó que se iba a Nīgata con su familia, con lo cual es muy posible que nos encontremos por allí. Y Amaterastu… Iba a hacer lo propio con la suya. Todavía recuerdo la sonrisa que me dedicó antes de despedirnos. Prometió traerme algo de Nara. Hacía tiempo que no experimentaba la desagradable sensación de echar a alguien de menos. Cuanta razón tenía tía Manami: hay cosas de las que no puedes hablar hasta que no las vives.

Por primera vez en mi vida, el descanso se me ha hecho corto. No sé si ha sido por el ansia de reencontrarme con todos. Me siento extraño. Ya el primer día, vamos juntos hacia el gakuen para explicarnos nuestras vivencias. Genda y Amateratsu se encontraron en Nara, mientras que Akemi y yo coincidimos, como bien esperábamos, con Nakahara. Nuestros amigos están celosos: consideran una suerte que tengamos familia en los Estados Unidos. ¡Si supieran lo que son dos vuelos transoceánicos maratonianos y el jet lag, seguro que no opinarían lo mismo! Las anécdotas y curiosidades ocupan el trayecto, y la ceremonia de apertura del último trimestre.

Es curioso. Antes, en cada inicio de clases, era normal que hiciera algunas pellas. Ahora mismo, ni me lo planteo. No sé qué es lo que me ha hecho cambiar tanto. ¿O tal vez sí? Tan ensimismados estamos en lo que hemos disfrutado que, cuando Amateratsu, Genda y yo entramos en el aula de 1º A, no nos damos cuenta. Hasta que una compañera repara en un detalle llamativo: no hay anotaciones en la pizarra. Los delegados siempre tienen la misión de llegar antes del inicio de las clases para informar sobre cualquier incidencia.

Es entonces cuando estalla la bomba en forma de rumor… Y todo lo olvidado reaparece en una onda expansiva brutal: Fujiwara, la delegada de clase, ha sido expulsada del Kōryō. Algunas voces dicen que la policía la había pillado junto a compañías nada recomendables haciendo lo que no debía. Parece una broma de mal gusto tratándose de una alumna con una conducta ‘intachable y ejemplar’. Muchos de mis compañeros se quedan pasmados. Je, je, je. Demasiado bien que sé cuales son esas ‘compañías nada recomendables’. El hecho no me alegra en absoluto pero no puedo decir, precisamente, que lo lamente. La envidia, como la avaricia, rompe el saco de una manera u otra. Si no hubiera mezclado a Amaterastu y a mi hermana en todo aquello, no hubiera acabado así.

El asunto se pone aún más serio cuando vemos quien acompaña a Mukōda-sensei, nuestro profesor de Matemáticas y a Nitta-sensei, nuestra tutora: la directora del gakuen. Watanabe-sensei pide silencio a la clase. A continuación, explica la versión ‘oficial’ de lo sucedido. Comenta que, en efecto, ha sido detenida por la policía, pero no junto a la peligrosa banda de los Black Shadows. Justo cuando está mencionando esa frase, su mirada se dirige hacia mi rostro. En ésta puedo leer las palabras “Ni un comentario a nadie”. Algo me dice que ella sospecha que he tenido algo que ver en todo esto. Mejor guardar silencio. Añade que ha sido la propia Fujiwara quien ha presentado la dimisión, ha hecho los exámenes trimestrales en solitario y ha pedido el traslado del expediente. No quería que el prestigio del Kōryō fuera puesto en tela de juicio por su culpa. Concluye que se ha traslado a un internado en Nagasaki.

A continuación, se celebra la elección de la persona que acompañará a Dasai en las funciones de delegación. Contrariamente a lo que muchos esperan, lo que ha quedado del grupo de Fujiwara no cierra filas sino al contrario, se divide. La elegida es una chica independiente y discreta, Toyama Ritsuko. Alguien fuera de la órbita de influencia de su antecesora y su grupo. No me gustaría verme en la piel de su colaboradora y las demás. Finalmente, arrancan las clases de manera oficial en 1º A.

Ya al día siguiente, me adentro en la vorágine de la rutina. Casi olvidaba que el capitán del Club de Karate es un pájaro mañanero… Y lo que representa madrugar. Los días se suceden sin grandes novedades y con un equilibrio aparente en las relaciones entre nosotros. Nakahara y mi hermana siguen preparando la actuación para la ceremonia de graduación de los de 3º. Tras el asalto al aula de música, los chicos de Mersey People tuvieron el detalle de reponer los instrumentos, en agradecimiento por la oportunidad concedida para dar el concierto de regreso. Cuando quiero darme cuenta, la fecha delicada está a la vuelta de la esquina: el día de San Valentín. En una de esas tardes, sorprendo a mi hermana, sentada en el sofá de la sala de estar, con una libreta que no tiene nada que ver con los deberes, la composición o la escritura. Picado por la curiosidad, le pregunto:

– ¿Qué observas con tanta atención?

– ¡Kyaaah! Me has asustado... Ah, nada importante.

– ¿Seguro?

–… Es el ranking de los chicos más populares del gakuen.

– ¿Hay novedades?

– En principio, no. Lo siguen liderando los de siempre: los capitanes de los Clubes de Karate y Judo y el presidente del Consejo de Estudiantes. Un momento… A ver, a ver – Mi hermana ojea la libreta –. ¡Enhorabuena! Ya has entrado en la lista.

– ¿No eras tú quien decías que no se incluían a los ‘delincuentes’?

– No lo sé, parece que te han concedido la ‘condicional’.

– ¿Y a qué motivo se debe?

– Ya te he dicho que no lo sé.

– Akemi-chan.

– ¡Ay, está bien!… Que conste que no he soltado ni media palabra de lo del secuestro. Ha corrido el rumor de que tú has sido el responsable de la expulsión de Fujiwara.

– ¡Akemi-chan!

– ¡Eh! ¡Te he dicho que no he soltado ni media palabra de lo que pasó!… Ya sabes lo que significaría para nosotros… Por lo visto, la ex delegada tenía bastantes enemigas, sólo que éstas le tenían pánico por su influencia. Ahora que se ha retirado han salido a la luz… Y parece que están muy contentas. Supongo que son quienes te han votado.

Sábado por la tarde. Languidez total y absoluta. No tengo ganas ni de coger el teléfono para llamar a Genda o a Amateratsu. De hecho, para hablar con ésta última tendría que avisar al primero; y evitar las suspicacias absurdas o los celos de Nakahara y de mi hermana, que siguen enfrascadas en los ensayos del concierto que darán los C-Side a mediados del mes que viene. Justo mientras escucho el disco Abacab de Genesis, mi madre entra en la habitación. Antes de que pueda abrir la boca, me pide que me cambie y que le acompañe a un lugar que le gustaría enseñarme. Otōsan irá allí más tarde. De mi hermano Kenji no hay que preocuparse: tía Manami es tan estricta como ofukuro-san, sólo que con los poderes puede mantenerlo a raya.

Aunque no vamos muy lejos, los dos montamos en su viejo Mini. Nuestro destino es un local llamado Shin ABCB Club. Un tipo mayor, de constitución recia, barba redondeada y canosa, y sonrisa amable saluda de manera muy efusiva a okāsan. Él es el famoso Máster de quien tantas veces me ha hablado. Al observarme, su sonrisa se amplia más. Dice que mi presencia le trae muy buenos recuerdos y, de inmediato, pregunta por mi padre. Al saber que también asistirá, su gozo se completa. Por alguna razón que no sé, los aprecia a ambos sobremanera. Sin embargo, todavía desconozco el motivo por el que me ha llevado hasta allí. El teléfono suena y se disculpa con nosotros antes de retirarse y contestar.

Mientras habla, okāsan me explica que se conocen desde que tenía casi mi edad. Ahí donde le veo, está casado y tiene un niño y una niña mellizos: Louis, en honor a Louis Armstrong, y Nodoka. Ambos son de una edad similar a la de Kenji. El motivo de nuestra visita es un favor que mi madre  le debe: esta noche va a actuar, en exclusiva, una gran cantante de jazz canadiense; y Máster le ha pedido que actúe como bar key. Normalmente, ella toca el piano y canta. Sin embargo, al ser un concierto especial y debido a los efectos indeseados del jet lag, resulta mejor para todos que centre sus energías en su extraordinaria voz. Añade que, de paso, podré ver en acción y por la cara, un recital cuyo precio por la entrada ronda los 12.000 Yenes.

Una vez ha colgado, mi madre le pregunta por el resto de la banda que le va a acompañar. Llegaran en una hora. Mientras tanto, puede supervisar tranquilamente la acústica. Para no estorbar a okāsan en sus quehaceres, Máster me pide que le acompañe para enseñarme club. Es un lugar bastante peculiar, medio kissaten medio local musical. Éste se divide en dos zonas: una con mesas, para disfrutar del recital mientras se cena; y el foso, un pequeño anfiteatro para verlo directamente sentado. El aforo total ronda las 250 – 300 personas. Mi madre colaboró intensamente en el diseño para que la audición resultase perfecta. Ésa es la razón por la que el Shin ABCB Club ha sido elegido para el concierto de esta noche.

Máster me invita a sentarme en la barra y me sirve un refresco. Sonríe y añade que no conoce mis gustos. De repente, una gran foto en blanco y negro de una casa baja con planta, me llama la atención:

– ¿Y ese lugar?

– ¿No has visto el cartel luminoso que hay junto a la puerta?

– No.

– Es el primer Abakabu. El sitio donde se inicio todo. Cuantos recuerdos.

– ¿Qué quieres decir con ‘el sitio donde se inicio todo’?

– Cuando abrí el kissaten, me faltaban manos que me ayudaran. Primero fue tu madre y, después, tu padre. Algunas veces también Hiyama-kun y Hino-kun… Por cierto, supongo que tienes novia, ¿no?

– ¿A qué viene esa pregunta?

Sumimasen por la indiscreción. ¡Ah, quién pillara tu edad! – Su rostro muta de la nostalgia a la risa –. De todas maneras, Ayukawa-kun también decía lo mismo.

– ¿Sí?

– Chico, supongo que deben habértelo dicho muchas veces, pero te pareces demasiado a ella. También era muy reservada, hasta que se enamoró de Kasuga-kun. Sin embargo, estuvo a punto de marcharse a los Estados Unidos junto con tus abuelos para olvidarse de todo. Al final, se quedó por él… Y eso que nos dijo que todo había sido una broma. Por desgracia, aquella decisión le hizo sufrir mucho… De hecho, ambos han sufrido mucho para llegar a ser felices. Los demás, también.

– Hay algo que me intriga. ¿Quién es Hiyama-san?

– ¿Por qué lo preguntas?

– Por qué sé que pasó algo entre ellos. Siempre escucho hablar mucho de ella a mis padres, pero cuando intento averiguar algo más, ambos evitan el tema como si fuera la peste.

– Tal vez eres demasiado joven para comprenderlo; pero te puedo decir que, de la misma manera que tus padres son como mis hermanos pequeños, Hiyama-san era como la hermana pequeña de tu madre. Y ella jugaba el papel de onēsan protectora que siempre la cuidaba…

– ¿Interrumpo algo? – Okāsan irrumpe con sigilo.

– No, Ayukawa-kun. Tu hijo y yo estábamos hablando del viejo Abakabu y de cuando Kasuga-kun y tú trabajabais conmigo. La verdad es que tengo la sensación de que si tu hijo llevara el pelo más corto, lo estaría viendo tal cual era por aquel entonces. Por cierto, ¿sigue estando prohibido en el Kōryō combinar los estudios con el trabajo?

– Máster, ya deberías saber que algunas cosas no cambian… Sí, sigue esa absurda prohibición en pie. Izumi-chan, onegai shimasu, no le pongas en un compromiso. Creo que ya tienes suficiente con la paga que te damos.

– Vamos, Ayukawa-kun, no seas tan estricta con él. ¿Ya no recuerdas como empezaste?

– ¿Y tú no recuerdas lo que acabó sucediendo?

–… Está bien… Me rindo. Chico, nunca podré con tu madre. Siempre tiene la última palabra.

Máster me acaba sirviendo otro refresco y me guiña un ojo. Justo en ese momento llega el resto de la banda y empiezan las pruebas de sonido. Cuando ofukuro-san vuelve a alejarse, me comenta que se lo pensará. En ese instante, suena el teléfono y se mete en la trastienda. En su ausencia, vuelvo sobre la conversación que hemos mantenido. Definitivamente, tuvo que suceder algo realmente gordo para que, incluso la persona en la que más confía mi madre, a parte de mi padre, guarde silencio. Pero, por otra parte, debo deducir que también tiene sus motivos para respetar su voluntad: algo me dice que estaba implicado en todo el asunto hasta el cuello… Y de manera muy directa.

Prácticamente sin darnos cuenta, llega hora de la actuación. En efecto, se trata de una vocalista de jazz canadiense muy reputada. Su voz es ligeramente grave pero muy sensual… Algo sorprendente para tratarse de una cantante rubia. Su marido, un conocido músico y compositor británico, se sienta en primera fila. Otōsan también ocupa un lugar cerca del escenario para ver a mi madre en acción. Ambos la observamos sentada frente a un Yamaha que, por lo que me ha contado Máster, fue su contribución para refundar el local. Nos quedamos embobados: es aún mejor que con los Mersey People. Y eso que el registro resulta totalmente diferente. Como acontece en todo recital, se producen momentos mágicos. “The Look Of Love” es especialmente notorio, sobretodo cuando mis padres se sonríen de manera cómplice. Las ovaciones, cada vez más atronadoras, se suceden.

Casi al final del concierto, Máster se me acerca. Sé demasiado bien que es de muy mala educación insistir. Pero cambiar de modo de vida comporta sus problemas. Y mi retirada forzada de los Knights ha mermado seriamente mis ingresos. Con una sonrisa me comenta que, a pesar de lo que sucedió en el pasado, mantendrá su palabra y se pensará en serio mi ofrecimiento. Cuando le cuestiono por sus razones, casi estalla en una carcajada. Dice que le recuerdo a mi padre en el físico y que ese hecho le da buenas vibraciones. Insiste en que mi carácter se parece demasiado a ofukuro-san. Y remata que, por mucho que quiera disimular, salta a la vista. El Meet & Greed que se organiza tras el recital cierra una velada que, sin saberlo, cambiará unas cuantas cosas de mi vida.

Quedan 24 horas para uno de los días más insufribles del año. Como viene siendo costumbre desde el principio del trimestre, madrugo para los entrenamientos con el Club de Karate. Intento olvidar que mañana es una fecha señalada. Por desgracia, ya de buenas a primeras, ciertos detalles me lo recuerdan: tanto mi hermana como okāsan permanecen encerradas en la cocina, enfrascadas en la preparación de los bombones. Me asomo un momento para saludar y pedir un poco de espacio. Sin embargo, ambas me expulsan de allí casi a patadas. Al cabo de un minuto, mi madre sale y me entrega el desayuno ya preparado. Me pide, por favor, que me lo tome en el comedor. Antes de que pueda abrir la boca, remata diciéndome que mañana es un día muy importante para ellas, y que debo ser comprensivo. Añade que avise a otōsan de que no podrá desayunar allí. Se cierra la puerta y, justo antes de marcharme, recuerdo un detalle que me ha llamado muy poderosamente la atención. Akemi manejaba dos moldes. Uno está bastante claro para quien es: para el capullo de Yasuda, el capitán del Club de Judo. Pero, ¿y el otro? ¿Para quién será?

14 de febrero. El día más insufrible del año. El coñazo más mortal. Nada más levantarme, intento por todos los medios obviarlo. Lo primero que hago es ir a buscar, como siempre, a Genda. Timbro con suavidad para no despertar a sus tíos. Sin embargo, nadie abre. No quiero insistir y estoy a punto de marcharme. Hasta que, de detrás de la puerta, irrumpe su tía. Saluda y me recibe con una sonrisa. Me comenta que mi compañero no puede asistir a las clases porque se encuentra mal. ¿Por qué será que me suena a excusa? Le respondo, con la máxima amabilidad que puedo poner a mi voz, que sé que hoy es un día realmente insufrible. Incluso para mí, que tampoco tengo quien me regale bombones. Sin embargo, me armo de valor e intento resistir. Concluyo que, entre los dos se nos hará más llevadero el día. Objetivo cumplido: finalmente, logro arrancarlo de la cama y convencerlo para que venga conmigo.

Cuando llegamos, nos dirigimos a nuestras taquillas para dejar algunas cosas. Al abrir la mía, me quedo alucinado, pasmado, incrédulo, paralizado y confundido: rebosa chocolate por los cuatro costados. Genda muda del estoicismo al enfado supremo pasando, sin escalas, por la tristeza. Me tacha de traidor y de manipulador. No me queda otra que ponerme contundente: es la primera vez en mi vida que me sucede algo así. Nunca, absolutamente nunca, nadie me había entregado un maldito bombón. Y en el nadie puedo incluir a Nakahara, que en una fecha como hoy sería la candidata número uno. De hecho, no espero que ninguna chica, ni tan siquiera Amateratsu, me regale algo. Y empiezo a pensar que esto es una broma de muy mal gusto. Hasta que mi compañero ojea las tarjetas adjuntadas a los paquetes: “Quien diga de ti que eres un macarra no sabe lo que se pierde”, “Kasuga-san, te mereces una chica como yo”, “Me conformo con ofrecerte este chocolate para que lo disfrutes, pero ya me gustaría estar en su lugar”, “No te quiero para un enkō sino para algo mejor”… Me temo que la tormenta ha vuelto a irrumpir de manera inesperada. Y me ha pillado por sorpresa.

Los entrenamientos en el Club de Karate se desarrollan sin sobresaltos. Hasta que, como bien espero, acontece el trago más amargo en la jornada más dulce: Amateratsu entra en el gimnasio y saluda. A continuación, con esa alegría que en otros días me hechizaba, le entrega un gigantesco bombón a Nakamura, nuestro capitán. Si ya se me hace duro que Genda no me dirija la palabra, después de ser testigo de mi inesperado éxito, contemplar esa escena me hace aún más daño. Sus sonrisas cómplices me hieren todavía más. La ventisca y la nieve de los celos están a punto de cegarme. No existe peor tormenta de invierno que la que llega con una potencia inesperada. No obstante, un sol malicioso llamado vanidad lo detiene todo en mi interior. Observo la botella medio llena. Mi ego sube de manera acelerada unos cuantos peldaños. Ya no soy anónimo. Mis admiradoras secretas me han colmado de dulces. Ella se lo pierde.

El resto de la mañana se desarrolla sin sobresaltos. Las pausas entre clases resultan de lo más insoportable. Por un lado, porque es el momento en que las chicas empiezan a desenfundar los bombones para regalárselos a los chicos en un tiroteo interminable. Por el otro, porque Genda sigue enfadado conmigo y no me dirige la palabra. Amateratsu ni sabe ni contesta. Supongo que debe estar pasmada pensando en Nakamura-sempai. Finalmente, encuentro algo de alivio en el panorama que puedo contemplar por la ventana: un día radiante aunque algo frío. En mi interior, las nubes mandan y el hielo me ha paralizado. Sólo a ratos irrumpe un falso sol  llamado vanidad, que sigue tratándome de convencer que soy popular, a pesar del menosprecio de los que me conocen.

Vuelvo a las viejas costumbres. Una comida en solitario en la azotea. Esta vez he tenido que hacer trampa y utilizar los poderes para, como mínimo, conseguir el katsusando de ensueño por el que todo el mundo se sigue peleando día sí día también: entre que okāsan ha estado muy ocupada, y que ella y mi hermana han tomado la cocina por segundo día consecutivo, no ha habido manera de prepararse algo decente. Justo en ese momento, aparece quien menos espero. Amateratsu:

– Kasuga-san, ¿qué haces comiendo sólo? ¿Y Genda-san?

– No tengo ni idea. Lo único que sé es que no me ha dirigido la palabra en toda la mañana… Y me sorprende que tú lo hagas ahora.

– ¿A qué viene eso?

– Supongo que estabas demasiado ocupada pensando a quién le ibas a regalar el chocolate… Aunque no es muy difícil saberlo. Te daré una pista: no era yo.

– ¡Pero bueno! ¿Se puede saber qué te pasa?

– ¡Pues que por culpa de este asqueroso día me he tenido que pelear por el maldito katsusando mítico porque no he podido prepararme nada de comer en mi casa!

– ¿Y eso?

– Mi hermana y mi madre han ocupado la cocina desde primera hora de la mañana… Aunque no debes preocuparte. Me espera una buena dosis de bombones en mi taquilla para endulzarme un día tan amargo.

La cantidad de ironía que he concentrado en esas palabras le ha hecho un daño terrible a Amateratsu. A pesar de que no puedo entrar en su mente, su expresión lo dice todo. Sin embargo, la cosa no ha acabado:

– Entonces, si te doy uno más no creo que te empaches. Este es de parte de Nakahara-san. Me ha pedido que te lo traiga porque está muy liada junto a Akemi-san en plenos ensayos. Me ha comentado, supongo que para no ofenderme, que es de compromiso. Aunque, a juzgar por el tamaño, lo dudo mucho. Que aproveche. Sore dewa.

Lo que me faltaba. Por si no tenía suficiente. Además, soy yo quien debería estar celoso, después de haberle dado un chocolate colosal a Nakamura-sempai delante de mis narices. En fin, habrá que esperar a que amaine la tormenta y salga el sol. El de verdad. Una vez he acabado el katsusando, me dirijo hacia donde están las taquillas. Mientras abro la mía, escucho unas risas. Las voces las identifico casi al momento: son Bando, Fuse, Dasai y Gushiken. ¿Qué les hará tanta gracia? Decido ocultarme para averiguarlo:

– ¡Habéis visto que carita llevaba Kasuga-san!

– ¡Sí, pobrecito! ¡Se lo ha tragado hasta el fondo!

– ¡Qué cierto es aquello de ‘divide y vencerás’! Nadie le ha dirigido la palabra en toda la mañana. El plan ha funcionado al pie de la letra.

¡Bingo! Ya me extrañaba a mí que, de la noche a la mañana, fuese tan popular. Y algo me dice que no se han conformado con esto, sino que además deben haber intervenido para falsear el ránking que elaboran las chicas de primero sobre los chicos. Pero, ¿a quién se le debe haber ocurrido algo tan retorcido?:

– Sólo alguien como Minako-chan puede tener ideas tan brillantes.

– Oye, Yuki-chan, ¿te creíste lo que explicó Watanabe-sensei sobre la dimisión de Minako-chan?

– ¡Baka! ¡Ni media palabra! Nada más llegar a Nagasaki, me telefoneó y me contó todo con pelos y señales. De hecho, hablo con ella casi todos los días. Fue Kasuga-san quien se la tenía jurada e hizo todo lo posible para que la expulsaran.

– ¿Qué me cuentas?

– Lo que oyes. Ya sabes lo que dicen: dos gallos no pueden gobernar el mismo corral. Además, él y su hermana juegan con la ventaja de ser los hijos de quien son. No por casualidad nos pidió ayuda cuando fracasamos con lo del Salón de Té.

Increíble. A pesar de estar bien lejos, sigue moviendo los hilos de lo que sucede en el Kōryō. Hay que ser retorcida pero, tratándose de una auténtica víbora, no me debería extrañar para nada. Está bien. Puesto que no puedo golpear al marionetista, cortaré los hilos de manera expeditiva. Lo siento por ellas, pero esto me voy a cobrar caro… Y con intereses. El cómo, ya lo decidiré. Tengo dos semanas por delante antes de los exámenes, y de que se les ocurra volver a boicotear a los C-Side… Un momento: ha dicho “ayuda cuando fracasamos con lo del Salón de Té”. ¿No se estará refiriendo a?… Je, je, je. Me parece que no me va a hacer falta mover ni un solo dedo. Ellas solitas se van a atar la soga al cuello. Será divertido verlo. 

El descubrimiento me ha dejado totalmente congelado. Inmóvil. Sin respuesta. Aguanto las últimas clases como buenamente puedo y, cabizbajo, vuelvo a casa. No sé qué es peor: descubrir que me han tomado el pelo de una manera tan vil y miserable o, como sucede todos los años, no haber recibido un maldito bombón. Estoy tentado de tirar casi todos los que me han ‘regalado’ a la basura. Sin embargo, decido llevármelos a casa y guardarlos. Por el camino, me encuentro con Genda. Su humor es radicalmente distinto al de esta mañana. Lleva una sonrisa de oreja a oreja y está feliz como unas pascuas:

Gomen nasai, Kasuga-san. No debería haberme precipitado… Sumimasen por lo de esta mañana… ¿Se puede saber qué te pasa?

– Más bien sería qué es lo que te pasa a ti. No me has dirigido la palabra en todo el día y ahora…

Sumimasen… Es que hay veces en las que el día te sorprende… ¡Por primera vez en mi vida he recibido un bombón de una chica! ¡Por primera vez! ¡Estoy en una nube!

– ¿Y eso te alegra tanto? ¿Que sólo una chica te haya regalado un bombón?

– ¡Y que más da! Nunca en un día como el de hoy nadie me había regalado chocolate. Por eso me estoy disculpando. A pesar de que a ti te han regalado un montón, no te envidio compañero. Es más, no entiendo porqué pones tan mala cara.

– ¿Se puede saber quién te ha regalado el bombón para que estés tan feliz?

– Lo siento, pero eso es top secret.

Silencio. La lección es demasiado evidente. En un día tan señalado, lo que importa no es la cantidad, sino quién te lo entrega. En mi caso, como mínimo sé que Nakahara sigue interesada en mí, lo cual es un detalle. Sin embargo, el más deseado de todos no ha llegado. Ni creo que llegue. La curiosidad me pica y abro la mente de Genda para averiguar la identidad de la interesada en mi compañero. Lo siento, pero para mí no existen los secretos. Al descubrirlo, me quedo entre perplejo y triste: ha sido mi hermana. Tengo que compadecerlo. No sabe que Akemi bebe los vientos por Yasuda-sempai, el capitán del Club de Judo y su peor enemigo. Antes de que pueda decir ni mu, una voz llama a mi mente:

– ¡Izumi-chan, ni se te ocurra abrir la boca!

– ¡Pues dile la verdad antes de que se lleve un buen chasco!

– ¡Es que me cuesta decidirme por alguno de los dos!… Son tan majos.

– ¡Ay, hermana! ¡Eres peor que otōsan!... Y suerte que está okāsan para ayudarle.

– ¡Aplícate eso a ti, Izumi-chan!

– ¿A mí? Lo siento Akemi-chan, pero te has colado. La única que me ha mandado un bombón ha sido Nakahara. De Amateratsu no he tenido ni noticias. Sólo sé que le ha entregado el suyo a Nakamura-sempai esta misma mañana delante de mis narices.

Justo en ese instante, aparecen mi hermana y Nakahara por detrás. Ambas están cansadas pero sonrientes. Los ensayos van muy bien y entre los C-Side están muy sorprendidos de la calidad de los nuevos temas que ha compuesto Akemi. Casi sin darnos cuenta, llegamos a casa. Mi hermano Kenji también está feliz: ha recibido un par de bombones. Supongo que de las dos chicas que se lo rifan. Espero que no le hayan dado algo más. Al entrar en la sala de estar, encuentro a mis padres acaramelados, pegajosos y ñoños. Y lo de acaramelados nunca mejor dicho: mi madre le da de comer, uno a uno, los bombones que ha preparado a mi padre. Cuadra con el día. Esa visión me duele horrores. Carraspeo y, por arte de magia, se despegan. Pregunto por la cena. Ofukuro-san, expeditiva, me comenta que la preparará en un rato. Añade que hoy es un día especial y que, me guste o no, quiere tener ratos de intimidad con otōsan.

Dejo el chocolate recolectado en la cocina, y decido encerrarme en mi cuarto. Estoy loco porque se acabe un día que ha resultado nefasto. En ese momento exacto, suena mi celular. Cuando veo por la pantalla la identidad, casi no me lo creo: es Amateratsu. Descuelgo y le pregunto por el motivo de una llamada tan tardía. Debo deducir que su padre está ausente para que pueda hacerlo con total libertad. En efecto: se ha tenido que marchar a Kōbe para atender un encargo importante. De paso, se ha llevado a sus hermanos pequeños. Se disculpa por el tono de la conversación que habíamos mantenido al mediodía. Al cabo de un minuto, averiguo la razón: me pide ayuda para que le explique unas dudas matemáticas que le están dando muchos quebraderos de cabeza. Los exámenes trimestrales están a la vuelta de la esquina y cualquier ayuda es bienvenida.

Nace un silencio de unos segundos en la llamada. En éste, repaso todos los hechos acontecidos a lo largo de una jornada asquerosa. Podría dejarme llevar por el rencor y no aceptar sus disculpas. Unos golpes en la puerta de mi habitación rompen la reflexión. Es mi padre. Pongo mi mano sobre el móvil y le pregunto qué desea. La casualidad se hace: me pide que le devuelva al padre de Amateratsu un libro de técnicas fotográficas que le dejó a Takashi-ojīchan. De manera rápida, le indico que lo deje junto a mi mesa y que se marche. Al final, entiende que la conversación es privada e íntima. Vuelvo a tomar el aparato y respondo afirmativamente. Más que por ayudarla, para cumplir la voluntad de otōsan. Antes de salir, mi madre me dice que no me retrase: la cena no tardará mucho en estar sobre la mesa.

Al cabo de un cuarto de hora llego a la Green House. Pico al timbre y Amateratsu me hace pasar directamente a su habitación. Me invita a sentarme en su cama y trae té y unos dulces. Cuando se sienta a mi lado, experimento una sacudida brutal. El aroma que desprende es salvajemente irresistible. Indudablemente, ha pasado por la ducha hace poco. Está realmente hermosa cuando sonríe. Esto se empieza a poner peliagudo. ¡Izumi, capullo, sé formal y compórtate! Decido concentrarme en las dudas de matemáticas para alejar los malos pensamientos que asaltan mi cabeza. No obstante, ese perfume de ducha me lo pone realmente difícil. Y más cuando concluyo la explicación. El silencio que se produce a continuación resulta más peligroso que una katana afilada. Al final, Amateratsu se levanta de la cama y me pide que la acompañe al comedor.

Allí espero mientras ella trastea en la cocina, de espaldas a mí. No cruzamos ni media palabra. Me quedo absorto en la contemplación del comedor. Del lugar donde mi abuelo, mi padre y mis tías hacían su vida habitual. Me pregunto cómo encajó okāsan entrar a formar parte de una familia tan peculiar. De repente, un aroma totalmente distinto al que mis sentidos han reconocido irrumpe por detrás. A los dos minutos, tengo una taza de chocolate caliente. Amaterastu sonríe y se sienta frente a mí:

Domō arigatō por la ayuda Kasuga-san. Si no fueras tan buen compañero, mi padre me estaría abroncando cada vez que le entrego el boletín con las notas.

– La verdad, no sé si me ofreces la taza por agradecimiento o porque es un día señalado.

– Si te soy sincera, he dudado si dártela o no. Genda-san me había comentado tu éxito con las chicas y, viendo el humor que tenías esta mediodía, estaba un poco asustada. Sin embargo, el gesto valiente de Ayumi-san me ha convencido. Vamos, pruébalo. Cuidado, que está muy caliente.

Apuro la taza para degustar el chocolate. Está delicioso. El gesto sorprendido que muestro hace que la sonrisa de Amateratsu se amplíe todavía más:

– Es chocolate belga. Me lo ha traído un tío mío que ha pasado unos días en Brujas de vacaciones. Medio en broma, me dijo: “Ofréceselo al chico más especial que conozcas”. No sé si habré elegido bien…

–… Sumimasen por lo de esta mediodía... Soy yo quien debe disculparse. No te preocupes por mi ‘éxito’, ya que todo ha sido una broma de muy mal gusto.

– Hay que ser retorcida para orquestar algo así.

– Tranquila. Además, Genda-san me ha enseñado una lección: lo que importa no es recibir chocolate sino quién te lo entrega. Y hablando de vacaciones…

– ¡Anda! Espera un momento, ahora vuelvo.

Amaterastu se marcha corriendo hacia su habitación. La espera ha merecido la pena. Aunque sea a última hora del día, el sol ha aparecido en todo su esplendor. No importa que haya sido a la taza, pero he recibido chocolate de parte de una chica. Por primera vez en mucho tiempo y por partida doble. La amargura de la jornada casi ha desaparecido. Si no fuera porque me ha recordado mi ‘éxito’, ni pensaba en que tengo pendiente un ajuste de cuentas con Dasai y compañía. Lamentablemente, una rendija de malicia me conduce a una reflexión oscura y envidiosa: ¿por qué le ha entregado un bombón colosal a Nakamura-sempai delante de todo el mundo y a mí sólo me ofrece una taza de chocolate? La respuesta está a punto de llegar. Justo en ese instante, ella vuelve con un paquete:

Gomen. Casi lo había olvidado. Esto te lo traje de Nara. Dōzo, ábrelo.

– ¡Qué demonios!

Lo que compró durante su estancia en Kansai fue un hakama para mis entrenamientos. Es realmente bonito, en especial, el obi bordado con ornamentos que lo acompaña. Me quedo pasmado por lo inesperado del detalle. Añadido a la lección enseñada por mi compañero. No sólo es importante quién te entrega el chocolate sino también bajo qué circunstancias:

– Genda-san me había comentado que practicas más disciplinas, a parte del karate. Pensé que estaría bien que tuvieras más de un uniforme para cuando tuvieras que lavar el kimono.

– Dame un minuto. Yo también tengo algo para ti. Espera un momento.

Reacciono rápido para no dejarme atrapar por la sorpresa. Con la excusa del libro, concentro mis poderes y busco con la mente, en mi habitación, lo que le compré en Nīgata. En nada estoy de vuelta con el libro que me había pedido mi padre que le devolviera. Al cogerlo, aprecio un poco de decepción en su rostro. No obstante, su expresión muta cuando el tacto de su mano reconoce algo más por debajo. Lo que encuentra es un marco artesano de madera tallado para colocar la foto que más le guste. Nuestras expresiones se enrojecen de vergüenza. Casi habíamos olvidado que estamos solos, a una hora tardía, entregándonos regalos en una fecha señalada, y compartiendo chocolate. Sigue siendo algo comprometido y peligroso. Pero mágico.

Justo en ese instante, la campanilla del timbre revienta ese momento en mil pedazos. Amateratsu se levanta y va a abrir. Cuando reconozco la voz de otōsan preguntando si estoy, mi mente escribe la frase mágica: tan cerca, pero tan lejos. Pasa dentro y sonríe. Al igual que a mí, los recuerdos le asaltan nada más pisar el comedor. Sólo que de una manera más directa. Me comenta que la cena está a punto y, con malicia, añade que viene a rescatarme. Cuando nos vamos y enfilamos las escaleras del parque hacia abajo, amplia su sonrisa. Lo que me suelta me deja anonadado:

– Me alegro que Amateratsu-kun y tú seáis amigos.

– ¿Por qué?

– Porque me permite volver al sitio donde he pasado mis mejores momentos. Y siempre está bien poder recordarlos.

– ¿Tan feliz fuiste allí?

Hai. Piensa que, hasta entonces, tu abuelo, tus tías y yo nos habíamos mudado hasta siete veces. No me equivoqué cuando dije que me gustaba esta ciudad.

– ¿Lo dices porque conociste a okāsan?

– Por ella y por otras cosas.

De entrada, no entiendo el sentido de sus palabras. Ni el motivo que le ha llevado a mi padre a decírmelas. No obstante, el silencio que nos acompaña mientras bajamos el resto de los 99 / 100 escalones logra que lo encuentre. Me pregunto si ha desarrollado el poder de leer la mente o mi madre le ha dicho algo. Está claro que sospecha que siento algo por ella, más pequeño o más grande, no lo sé. Su repentina aparición sólo puede interpretarse en ese sentido. Sabía que estaba sola. Sabía que la situación resultaba comprometida. Y quería evitar que cometiera una estupidez. Tal vez me equivoque, pero el lazo que mi madre me ofreció para regalárselo a Amaterastu también tenía una intención. Algo empieza a tomar forma en el papel hundido en el líquido de revelado. Sólo falta que se seque para que se muestre en toda su extensión.

FIN de 1º de Bachillerato

©2009. Vize Yoshi. Sólo a efectos de autoría.

Copyleft 2009. A efectos restantes.

Esta historia ha sido escrita con todo el respeto, admiración y cariño que sentimos por Kimagure Orange Road, la maravillosa obra de Matsumoto Izumi, Terada Kenji y Takada Akemi, de la cual nos declaramos incondicionales.

Iniciado un 24 de diciembre de 2007.

Concluido un 25 de diciembre de 2008.